domingo, 14 de julio de 2013

Regeneración política

Últimamente se oye hablar mucho acerca de la regeneración política. Por desgracia, se oye hablar mucho de ello a los propios políticos, por lo que el concepto, cuya necesidad de adopción e inexcusable puesta en práctica parece fuera de toda duda, tiende a ser desleído por el consuetudinario uso lingüístico que estos descastados de la casta política llevan a cabo, esto es, a causa de la tergiversación y el eufemismo enmascarador.

Aquello que no debiera pasarnos inadvertido de la regeneración política es justamente lo que su principal acepción nos dicta: con una regeneración, que es el 'acto y efecto de regenerar', lo que se pretende es hacer que cualquiera abandone una conducta reprobable para, así, llevar una vida ordenada, ya sea física o moralmente. Es decir, en la convicción de que es necesaria una regeneración, se halla necesariamente implícita la creencia de que, previamente, ha habido una degeneración. Ergo, si los políticos nos están viniendo con el cuento de que hay que regenerar la política, de ello hemos de inferir, necesariamente, que los políticos están más podridos que la Dinamarca hamletiana. Esta es la parte silenciada, la que ningún político menciona, pero todo ciudadano sabe. Dicho en plata: los políticos son corruptos. Queda demostrado semánticamente —que debe de ser el modo último de demostración que restaba—.

Cierto lector, en su carta a El Periódico, confesaba haberse sentido profusamente desencantado al asistir a las respuestas que los dos diputados más jóvenes del Congreso habían ofrecido a cuestiones sociales de suma importancia. Los pipiolos, al parecer, «Se limitaron a reproducir el típico discurso estándar de sus partidos y a utilizar el arte de la autodefensa y la evasiva que tradicionalmente emplean sus compañeros más veteranos ante preguntas comprometidas». De aquellos polvos vienen estos lodos, claro.

Y lo que es peor, los polvos y los  lodos no hacen sino demostrar que no hay remedio, salvo que nos pongamos serios de una puñetera vez y empecemos a cortar cabezas, eso sí, más figuradas que literales. Quien degenera es —al menos, diccionario en mano— quien 'no corresponde a su primera calidad o a su primitivo valor o estado'. El problema está en que la primera calidad no es la honradez. El político honesto no existe; no, al menos, más allá de los ayuntamientos —y no todos—. El primitivo valor del político es, cuando menos, dudoso. Quien trata de servir de verdad, desinteresadamente, a los demás, quien renuncia por completo al fin lucrativo, se compromete con una oenegé, no se afilia a un partido. Y menos aún a partir de estos tiempos de desencanto y descreimiento.

Conviene, antes que una dudosa regeneración política, una indudable higienización política.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado lo que dices y, como casi siempre, llevas razón.

    Sí se deberían cortar cabezas, pero ya... No sé a que se espera...

    Un beso grande.

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  2. Creo que la decapitación va demorándose debido a que ninguno cogemos el hacha. ¡Lástima de guillotinas, cuyas cuchillas ya no brillan al sol de las plazas públicas!

    Besos jacobinos.

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