domingo, 7 de julio de 2013

Sorpresas

«La vida te da sorpresas. Sorpresas te da la vida. ¡Ay, Dios!». Este es el quiasmo que entona durante cada canción el puertorriqueño y neoyorquino borracho que se aleja de los presuntos cadáveres de Pedro Navaja y de su víctima, tras despojarlos de su par de monedas, de su cuchillo y de su revólver.

Forrest Gump, el celebérrimo personaje literario y cinematográfico, definía la vida como una caja de bombones, pues nunca se sabe lo que a uno le va a tocar cuando mete la mano en ella. El símil se me antoja, para bien o para mal, ciertamente certero. Hay quien opina que, en la ignorancia del devenir del porvenir, la vida resulta más divertida. Otros, pesimistas o castigados por la desgracia, son de opinión contraria. Y, a medio camino, se puede atisbar un indicio de pesadumbre vital, como en este poema cuasi desesperanzado de Ángel González:

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.

¡Mañana! Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

Mientras esto escribo, desde la tv., me asalta el diálogo de un anuncio publicitario: «Mañana tocan los Rolling», advierte uno. «Que lo cambien al viernes, que ya habré cobrado», protesta el otro. Es un ejemplo de escasa sustancia, pero ilustrativo: la casuística vital, aquello a lo que unos llaman destino y otros llamamos azar, posee innúmeros brazos con que variar nuestros planes, deseos o esperanzas. Acaso la opción inteligente sea la de Francisco Cortés, el amigo del crimen perfecto, quien confesaba a su amigo Modesto Ortega creer «en el destino, pero dentro de un orden, o sea, de un caos».

En cualquier caso, la disyuntiva entre destino o azar va más allá del simple hecho de bautizar el futuro o el porvenir; su alcance es mucho mayor, pues implica lucha o resignación vitales.

Pero no es de esto de lo que quería hablar; mi intención era simplemente constatar la inagotable capacidad que tenemos los humanos para sorprendernos. Efectivamente, aunque a veces digamos que ya nada nos sorprende, lo cierto es que todo nos sorprende. Y, siendo así, diríase que nuestra propia capacidad de sorpresa resulta sorprendente.

Por ejemplo: el tiempo. Miramos el reloj y nos sorprendemos de que sea la hora que es. De que sea ya esa hora o de que aún sea esa hora, según hayamos estado más o menos entretenidos, más o menos aburridos. Es un lugar común moderno mencionar el hecho de que el tiempo es relativo. Desde Einstein, mucho es lo que se ha escrito acerca de ello —aunque quizá no lo suficiente: si uno goglea "relatividad tiempo", tras un presumible primer enlace a Wikipedia, los dos siguientes que arroja el buscador ofrecen estas contradictorias leyendas: «Demostración de que la teoría de la relatividad de Einstein es falsa sin utilizar ni una sola fórmula matemática» y «Actualmente la relatividad del tiempo es un hecho científico comprobado»—.

Y no solo nos sorprendemos porque el tiempo nos haya pasado volando o, contrariamente, porque no parezca avanzar. Lo más singular acaece cuando, abstraídos del eje temporal, nos dejamos sorprender por la hora, sea cual sea esta. Tras esos estados de adormecimiento o somnolencia en que el letargo, el sopor o la modorra nos desposeen de nosotros mismos, uno pretende recuperar el gobierno de su timón vital mediante la concreción del eje temporal. «¿Qué hora es?», preguntamos entonces. E igual nos sorprendería que fuesen las 18 h que las 19.20 h. En ocasiones, no hace falta tanto para esta sorpresa absoluta. A mí me pasó esta mañana, tras apenas un ratito de decúbito supino y otro de prono sobre la arena de la playa.

En fin, acabo ya esta errabunda disertación —perdón por el oxímoron—, que se me ha echado el tiempo encima.

2 comentarios:

  1. Muy interesante, con cosas muy ciertas. La poesía me encanta.

    A mi me gusta que la vida me sorprenda. Yo no digo que haya que cambiar el fondo diario; pero sí que me sucedan cosas más sorprendentes.

    En nuestra insistencia tenemos que luchar por las cosas; pero la vida también tiene su parte. Quizá mitad y mitad. Es malo cuando nos queremos hacer cargo de la otra parte... Porque esa es la que puede ser sorprendente:)

    Muchos besos

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  2. Yo también tiendo a rehusar extremos.

    Besos azules.

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