lunes, 16 de septiembre de 2013

Verdades de mentira y la mayoría silenciosa

La mayoría silenciosa, de A. Berni. Polimatérico sobre madera, 1972
Suele decirse a menudo que existen verdades, mentiras y estadísticas; aunque yo prefiero, en rigor, parafrasear a Mark Twain y decir que lo que en realidad existe no son más que mentiras, grandes mentiras y estadísticas. Al menos, en la vida pública. Y con vida pública no me refiero, perifrástica y asépticamente, al mundillo de las vulpéculas bípedas que habitan las esquinas nocturnas de los bajos fondos; me refiero, en realidad, a la política, pues, después de todo, hay más puterío en ella que en la propia hampa.

Al político, lo único que le mueve es su reelección. El político —al menos, el político español— no busca el interés ciudadano, sino el propio. Busca perpetuarse, como hace cualquier especie viva en la naturaleza; no obstante, el político no es un ser natural, sino social, y, si algo distingue claramente sociedad y naturaleza, ello es el principio ético —del cual el político carece, claro—.

En cualquier caso, lo que, en política, tienen en común mentiras, grandes mentiras y estadísticas es la intención de manipular al ciudadano, al posible votante. De ahí que, cuando la verdad entra en la escena política, la tendencia mayoritaria se divide entre la opción de enmascararla, tergiversarla, trabucarla..., y la opción de silenciarla. Al servicio de lo uno y de lo otro, nada mejor que una buena estadística con la que destacar los aspectos favorables y callar los desfavorables. Esta es la razón primordial por la que nadie se sorprende cuando, tras un recuento electoral, todos los partidos llevan a cabo lecturas positivas de los datos recabados.

No hace mucho, TV3 pregonaba la opinión de «una mayoría de catalanes» acerca de que el Govern «lo está haciendo regular». Como estadística, resulta cochambrosa: ¿la mayoría es aplastante o escasa? ¿Del 60%, el 70%..., el 99%? ¿Quienes conforman la minoría opinaban que el Govern lo hace bien o mal? Por los mismos días, la prensa publicó que el 80% de los votantes del PP opinaban que el Gobierno no actuaba bien en el caso de aquel-presunto-delincuente-que-sufre-prisión-preventiva, o sea, en el caso Bárcenas. El ochenta es, sin duda, un porcentaje de mayoría contundente y, sin embargo, evita que nos sorprendamos por el hecho de que todavía veinte de cada cien personas no opinen que el Gobierno no sabe gestionar este caso.

Y no solo con los datos porcentuales de las estadísticas se intenta jugar; también se hace lo (im)propio con los números absolutos. La asistencia a eventos de reivindicación social marca siempre tales diferencias entre las cifras gubernamentales y las manejadas por los convocantes que, inevitablemente, entendemos que unos, otros o ambos mienten. La crisis económica nos ha llenado los tiempos presentes de numerosas concentraciones, manifestaciones, huelgas..., con que aseverar lo dicho. Y más recientemente aún, las 400.000 personas que, según unos, se dieron las manos en la Via Catalana son apenas una paupérrima, ridícula cuarta parte del millón seiscientas mil personas que, según los otros, vistieron de amarillo el trazado catalán de la antigua Vía Augusta. Seguramente una cifra esté, más que la otra, próxima a la real; no obstante, puestos a contemplar la verdad, esta carece de números: la verdad innúmera es que la Via Catalana ha sido un éxito que no puede ningunearse. Con todo, lo que más sorprende en la disoluta interpretación de la realidad —ya no me atrevo ni a seguir llamándola verdad— es esa apropiación indebida que los peperos hacen de lo que se conoce como mayoría silenciosa, una mayoría silenciosa que la Camacho se ha apresurado a cuantificar en 6.000.000 de personas. Como diríamos por aquí, "Són faves comptades", que, dicho sea de paso, dan como resultado la tácita admisión de que en la Via Catalana se dieron la mano 1,6 millones de personas, pues, como es sabido, la población de Catalunya sobrepasa los 7,5 millones de habitantes.

Esta mañana, Quim, un buen colega del departamento de filosofía, me recordaba la paternidad de Nixon respecto del término mayoría silenciosa. No me he documentado acerca de si la prístina acuñación se la debemos a este expresidente estadounidense; pero, puestos a recordar su famoso discurso de 1969, se me ocurre algún que otro pero. En primer lugar, la Via Catalana no ha opuesto a la «mayoría silenciosa» lo que Nixon denominó una «ruidosa minoría», sino más bien lo que J. R. J. hubiese llamado una «inmensa minoría». Por otro lado, la minoría que Nixon trataba de despreciar adjudicándose la coincidencia de opinión con la mayoría silenciosa no era otra que, ni más ni menos, la de la protesta contra la guerra de Vietnam. Que Nixon se equivocaba parece obvio a estas alturas de la historia; como se equivocará Rajoy si se erige en portavoz de los silenciosos. A los silenciosos, en Catalunya, lo que nos tienen que dar es una papeleta y una urna. Y, si los números son los que pretenden, que no se preocupen. Y si no lo son, que nos dejen. En sentido absoluto.

Ahora bien, no me extraña que el PP se deje llevar por su inexorable inercia a la hora de apropiarse de las distintas mayorías silenciosas —lo ha hecho ya con la que no se manifiesta contra los recortes, con la que no acampa con los indignados...—. No me extraña que se sientan cómodos con semejante apropiación porque, no en vano, la mayoría silenciosa fue aquello que sostuvo al franquismo tras la cruenta represión de la inmediata posguerra.