lunes, 4 de diciembre de 2017

Adiós, Paki


Te fuiste sin despedirte. No es un reproche; sé que hubieses querido hacerlo, como sé que, en realidad, lo que hubieses querido es quedarte. Era mucha la vida que aún esperabas y merecías por delante, mucha la que todos esperábamos y merecíamos compartir contigo. Si juntamos nuestros cachitos de dolor, no hay extensión más grande que nuestra herida.

Te fuiste sin despedirte, querida Paki; pero has de saber que somos muchos quienes pudimos ir a despedirte, a decirte un adiós gritado en silencio desde el andén de la vida, en dirección al tren de tu marcha sin retorno. No perdonamos a la muerte enamorada, no perdonamos a la vida desatenta, ni al fuego ni a la nada.

Y volverás a tu conserjería, a nuestras aulas y nuestros departamentos. Ya has empezado a hacerlo. Cada mañana entro en el mío y enchufo el portátil en la base múltiple a la que tú siempre llamabas regleta. ¿Te acuerdas, Paki? Un día te dije: “Necesito que traigas al albañil para que me mueva un enchufe de la pared que queda semioculto tras una estantería. Cosa de poco, apenas unos centímetros”. “¿Cosa de poco?”, me contestaste. Y vi en tu rostro la luz que siempre me indicaba que tú ibas a tener razón y yo no. “Traer al albañil ya es cosa de mucho si con una regleta tienes resuelto el problema”. Y cada mañana, vuelves a mi departamento y yo enchufo mi portátil en tu regleta. Y luego encaro un día por delante para poder echarte de menos en cualquier rincón inesperado.

Paki, tú sabías que eras de las pocas personas que, alguna vez, han leído renglones de carga lírica escritos por mí. Nunca sabré si estos que ahora escribo te hubiesen gustado suficientemente, a pesar de que siento que son, inequívocamente, más tuyos que míos.

Adiós, Paki. Nos vemos en cualquier momento en cualquier rincón insospechado de nuestro instituto.