lunes, 29 de julio de 2013

Política y diarrea


«Síntoma o fenómeno morboso que consiste en evacuaciones de vientre líquidas y frecuentes». Esta es la definición que, de la voz "diarrea", proporciona el DRAE. Pero, ¿saben qué otra palabra significa exactamente lo mismo? La respuesta correcta es "corrupción". Vale que sea un uso anticuado de la palabra, pero ¡no me digan que no resulta harto elocuente, en estos tiempos políticos que corren!


Siempre había sospechado que la mayor parte de los políticos y altos cargos de este país eran una mierda. Ahora lo sé, aunque sea merced a un poco de tergiversación lingüística.

domingo, 28 de julio de 2013

Estado de indignación

Quizá sí que España sea un Estado de derecho1 pero, ciertamente, andamos muy torcidos. Tanto que el Supremo —que, en política, no es un Ser sino un Tribunal— parece estar tirando de una suerte de estado de necesidaden contra del estado de opinión3. De esta forma llegamos a la exculpación de Blanco, a la excarcelación prematura de Matas y a lo que te andaré morena, de aquí a nada con Urdangarín. Por suerte, el estado de excepción4 no está en manos de los indignados, es decir, del pueblo. Yo ya lo hubiese declarado.


Notas:
  • 1. Estado de derecho es un concepto político que define a aquel Estado democrático en el cual los poderes públicos se someten íntegramente a las leyes y reconocen las garantías constitucionales.
  • 2. Estado de necesidad es un tecnicismo del derecho que da cuenta de aquella situación de grave peligro, por cuyo urgente remedio se exime de responsabilidad penal en ciertas circunstancias.
  • 3. Estado de opinión es el que alude a la opinión general o generalizada.
  • 4. Estado de excepción es el que, según la Constitución, generalmente con autorización del Parlamento, declara el Gobierno en el supuesto de perturbación grave del orden público o del funcionamiento de las instituciones democráticas.

sábado, 27 de julio de 2013

Legisla, ejecuta y juzga

En algunas tertulias parecen estar hilando demasiado delgado, además de equivocadamente. Y entre lo uno y lo otro, el telespectador pierde por entero la perspectiva. La última puntada fina y errónea en la sutileza del discurrir tertuliano es la que, no hace muchas mañanas en Al rojo vivo, trataba de poner los puntos sobres las íes diferenciales entre "filiación" y "afiliación" políticas, porque, pretendidamente, ello ha de tener carácter decisorio a la hora de dilucidar la falta o no de ética con que ha obrado el pepero presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, al no haber declarado su militancia. Pues bien, sépase que, tanto "filiación" como "afiliación" poseen los mismos tres puntos sobre las mismas tres íes, pues ambas pueden significar inscripción de alguien en una organización o en un grupo, como un partido político, por ejemplo.

Más preocupante resulta el hecho de que los tertulianos de esta mañana, así como tantos otros tertulianos, periodistas y políticos, no se pongan de acuerdo a la hora de decidir si la Constitución señala o no la incompatibilidad de la magistratura en el TC con la militancia política en cualquier partido. Y como quiera que todas las informaciones nos llegan más o menos sesgadas, yo prescindiré de cualquier argumento de opinión y me limitaré a transcribir los artículos que pueden ser pertinentes en la opinión que ustedes adopten:
  • Artículo 159.4: «La condición de miembro del Tribunal Constitucional es incompatible: con todo mandato representativo; con los cargos políticos o administrativos; con el desempeño de funciones directivas en un partido político o en un sindicato y con el empleo al servicio de los mismos; con el ejercicio de las carreras judicial y fiscal, y con cualquier actividad profesional o mercantil.
    En lo demás los miembros del Tribunal Constitucional tendrán las incompatibilidades propias de los miembros del poder judicial».
  • Artículo 159.5: «Los miembros del Tribunal Constitucional serán independientes e inamovibles en el ejercicio de su mandato».
  • Artículo 127.1: «Los Jueces y Magistrados así como los Fiscales, mientras se hallen en activo, no podrán desempeñar otros cargos públicos, ni pertenecer a partidos políticos o sindicatos. La ley establecerá el sistema y modalidades de asociación profesional de los Jueces, Magistrados y Fiscales».
El artículo 159 está extraído del Título IX (Del Tribunal Constitucional). En esencia, quienes defienden la compatibilidad de magistratura y militancia, es decir, los peperos —porque, en última instancia, lo que defienden no es otra cosa que la honorabilidad de Pérez de los Cobos— pregonan a los cuatro vientos el primer punto y aparte del apartado 4 de este artículo y se molestan mucho en precisar que «el desempeño de funciones directivas en partidos políticos» o «el empleo al servicio de los mismos» son cosa distinta de la mera militancia. Sin embargo, ponen el mismo empeño en silenciar el segundo punto y aparte de ese mismo artículo, pues inevitablemente nos remite al Título VI (Del Poder Judicial) donde la Constitución prohíbe sin lugar a interpretaciones ulteriores que los magistrados pertenezcan a partidos políticos o sindicatos.

Quisiera finalizar esta entrada con un par de reflexiones simples que infiero de lo hasta aquí referido.

Primera reflexión: a mí me da que, con tanto arrimar cada cual el ascua constitucional a su sardina partidista, la ley de leyes de este país, esa Constitución con la que tanto nos ahostian a los catalanes para dejar en agua de borrajas nuestro Estatut o para impedir que nos autodeterminemos, es, como mínimo, muy pero que muy interpretable, en especial si uno tiene dotes tergiversadoras. Procuraré recordarlo la próxima vez que alguien, obviando que el texto constitucional no solo prevé su reforma en el Título X, sino que ya ha sido reformado dos veces —1992 y 2011—, intente venderme la falacia de que la Constitución no se toca.

Segunda reflexión: a estas alturas del circo democrático en nuestro país, aunque todos creamos en la separación de poderes, nadie se la cree ya. El PP legisla, el PP ejecuta y, por si aún no lo sabíamos —que va a ser que sí—, el PP juzga.

lunes, 22 de julio de 2013

El color de la prensa

Seguramente, para la mayoría de nosotros, William Randolph Hearst tiene el rostro de Orson Wells, quien interpretó, en Ciudadano Kane, un trasunto de la vida de este magnate de la prensa. Casi con toda seguridad también, para la mayoría de nosotros, Joseph Pulitzer es el famoso editor periodístico a quien hoy día debemos los premios que llevan su nombre.

Quizá no tan conocido, sin embargo, sea el hecho de que el enfrentamiento que ambos mantuvieron en las postrimerías del siglo XIX desde sus diarios —el New York Journal y el New York World, respectivamente dio lugar al término prensa amarilla, que hace referencia a aquel periodismo que se caracteriza por el cultivo del sensacionalismo.

Efectivamente, ambas publicaciones recibieron continuas acusaciones 
por estar magnificando las noticias y por pagar a los implicados en ellas para conseguir las exclusivas. Fue un tercer periódico de la ciudad, el New York Press, el que acuñó la expresión prensa amarilla para referirse a la falta de ética en la manera de obrar de Hearst y Pulitzer. Esta expresión encontró inmediata difusión y temprana permanencia, en gran parte —creo yo—, favorecida por la dilogía del adjetivo yellow, que, en inglés, significa tanto 'amarillo' como 'cobarde'. La explicación de por qué se tildaba de cobarde a esa naciente prensa de dudosa calidad ética es manifiesta y puede obviarse. En cuanto al color amarillo, cabe aducir dos posibles razones.

En primer lugar, hay quienes aventuran la hipótesis de que dicho color se debiese a Mickey Dugan, el Chico Amarillo, un personaje de tira cómica que, durante cierto tiempo, protagonizó historias de forma simultánea tanto en el New York Journal como en el New York World. The yellow kid, sin duda, es un referente histórico-cultural ciertamente interesante por varios motivos; uno de ellos, acaso el más destacado, el de ser la primera tira cómica en que aparece un diálogo insertado en lo que llamamos globo o bocadillo —aunque lo característico del personaje era que sus parlamentos se hallaban circunscritos a su hábito amarillo—. Dada la popularidad del Chico Amarillo, es probable que contribuyese a la permanencia de la expresión prensa amarilla en el imaginario de los neoyorquinos; no obstante, no me parece demasiado razonable que actuase de referente en el momento de su acuñación.

La razón que, a mi modo de ver, obró la creación del término —además del ya referido significado de 'cobarde'— fue el hecho de que el color amarillo es sumamente llamativo. Para comprobarlo, basta recordar con qué facilidad es perceptible un taxi de Nueva York entre el tráfico desorbitado de esa ciudad. De hecho, parece ser que la historia del taxi amarillo empieza con un tal Harry N. Allen, quien introduce en la metrópoli 65 taxis importados desde Francia. Otros dicen que el origen se halla en los yellow cabs, de John Hertz —ya saben, el del logo amarillo, que hoy día nos alquila los coches en los aeropuertos. En cualquier caso, en lo que coinciden las fuentes es en asegurar que el motivo fue el de ser fácilmente visible desde la distancia, a lo cual dio la razón enseguida el aumento de ocupación de los taxis de esa compañía. Al cabo de poco, el resto de compañías decidió también pintar de amarillo sus vehículos.

En fin, no cabe duda de que el color que mejor refleja el concepto de estridencia visual es el amarillo. Y si hay un tipo de prensa que se aleja con violencia de la discreción y del rigor informativo, esa es la sensacionalista, la amarilla. La amarilla persigue, como ha quedado ya dicho,  el sensacionalismo, y lo hace o bien encumbrando noticias cuyo interés es secundario o bien destacando el aspecto morboso que pueda aflorar en una noticia de indiscutible interés. En otras palabras, este tipo de periodismo suele preferir los titulares de catástrofes, crímenes, adulterios, enredos políticos..., sean o no el ojo de la noticia. Tradicionalmente, solía considerarse que no existían amarillismos en la prensa española, en gran medida, por la deficitaria tradición de periodismo libre acumulada tras cuarenta años de dictadura, y en parte también porque, durante el franquismo, el espacio de la prensa amarilla fue ocupado por la prensa de sucesos, verbigracia, El caso, publicación que subsistió desde 1952 hasta 1987. En cualquier caso, si hoy día uno se molesta en googlear "noticias de sucesos", los resultados pueden ser como estos: «Una joven noruega es condenada a 16 meses de prisión tras denunciar una violación», «El hombre que disparó a otro en Cuenca se ha suicidado», «Cibercriminales secuestran los ordenadores on line y piden rescates a los propietarios»...

Una vez reconocibles los rasgos definitorios de la prensa amarilla, no tendríamos que confundirla con la llamada prensa rosa; aunque lo cierto es que cada vez cuesta más no hacerlo. La prensa rosa, también llamada prensa del corazón, tiene su origen en los antiguos ecos de sociedad con los que la prensa generalista daba cuenta de bodas, separaciones, embarazos, natalicios, necrológicas y demás acontecimientos protagonizados por famosos de todo orden. Su color apunta abiertamente a despertar el interés femenino —recordemos, en ese sentido, la denominada novela rosa—; pero también es una declaración de intenciones, pues el rosa se asocia al optimismo con que uno afronta la experiencia vital o a la felicidad con que la vive:
«Je vois la vie en rose[...] Il est entré dans mon coeur une part de bonheur».
Lecturas, ¡Hola!, Pronto, Semana..., son ejemplos conocidísimos del corazón rosa arraigado en los quioscos. Estas publicaciones, como sucede con el programa de TVE, Corazón, saben mantener todavía el grado de amenidad y ligereza que ha caracterizado siempre a este tipo de periodismo (sic) que busca más el chisme que el morbo. No obstante, la blancura de la prensa rosa empezó a amarillear de manera alarmante hace ya más de una década. Antes, a las gentes de a pie como nosotros, este tipo de prensa nos ponía delante a famosos en quienes poder fijarnos. Sus miserias nos equiparaban, nos hacían ilusamente iguales. Ahora, en cambio, sucede como con el  dilema del huevo y la gallina: uno no sabe qué fue primero, si el famoso o la miseria; fijémonos en Belén Esteban, Antonio David Flores, Olvido Hormigos... 

En uno de los Estudios sobre el Mensaje Periodístico publicados por la Universidad Complutense de Madrid, Laura Soto Vidal escribía: 
«El giro espectacular de la crónica rosa actual hacia el puro amarillismo y la tan denostada telebasura empieza incluso a preocupar a los propios profesionales del género. El intrusismo periodístico y la nueva ola de personajes reinantes, así como la falta de ética personal o la omisión de las normas deontológicas, propician sin lugar a dudas ese periodismo soez y sensacionalista que lidera los índices de audiencia con total impunidad».
De manera mucho más socarrona, pero igualmente acertada, Drywater aborda este mismo tema en una divertida y descreída entrada de su blog Connotación. En ella, compone una sucinta taxonomía de lo que denomina «chupabotes» de la tele, a saber: famosos por sí mismos, familiares directos de los famosos, conocidos circunstanciales de los famosos, frikis y periodistas carroñeros. Y adopta una decisión:
«Modificar el cromatismo lingüístico de la expresión “prensa rosa” hasta un mucho más apropiado “prensa marrón”, sin perjuicio de las acciones legales que ello pudiera acarrear. Los criterios de cambio de tan ilustre término obedecen a parámetros descriptivos: es una auténtica mierda».
Bien me parece. Además, ya hay sentada base, pues, en portugués, la expresión usada es precisamente imprensa marrom, y una de las varias explicaciones que se barajan para dar cuenta del cambio de coloración en la prensa amarilla es precisamente de sentido escatológico. 

Plasma plasta

Viendo la tele y pensando en Rajoy, resulta increíble lo mucho que aparece, con lo poco que comparece.

¡Viva el Rey!


Frase recurrente durante la Historia:
          El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey!
Variante española reciente:
          Españoles, Franco ha muerto. ¡Viva el Rey! 

sábado, 20 de julio de 2013

La importancia de "de"


A los pobres honrados, el capitalismo les tiene destinados contratos basura.

A los políticos corruptos, contratos de basura. De recogida de basura, claro

Formulación de inoperancia


La frecuencia con que se repite un mismo hecho es inversamente proporcional a la capacidad de sorprendernos que posee el hecho en sí.

De ahí, quizá, que no nos levantemos para combatir la corrupción en este país.

viernes, 19 de julio de 2013

Hacienda no somos todos

El fraude fiscal en España se cifra alrededor de los 70 millardos de euros—escribámoslo con todos sus ceros para mayor dilatación de las pupilas lectoras: 70.000.000.000 €—. Ello significa que, con lo que en este país se deja de pagar al erario, tendríamos cubierto el presupuesto total para la sanidad pública.

Sin necesidad de disponer de esta u otras cifras exactas, viene siendo habitual en las informales charlas con algún amigo o conocido que se entone una suerte de mea culpa en la opinión de que, entre todos, nos estamos cargando el sistema, ya que quien más y quien menos ha cobrado o pagado alguna facturita en negro, quien más y quien menos se ha beneficiado del material disponible en su puesto de trabajo, etc. No voy a negar la parte de razón que hay en criticar estas actitudes; pero, si los cimientos se tambalean, no es porque mi vecino no le haya exigido factura al pintor que acaba de blanquear las paredes de su comedor, ni porque haya sanitarios que, desde que lo son, no hayan comprado una sola gasa en la farmacia; si los cimientos se tambalean, es porque las grandes fortunas y las grandes empresas tienden, de manera alarmante, a incumplir con sus obligaciones fiscales. Más del 70% de esos 70 millardos de euros defraudados se deben a ellas. Mi vecino y el pintor —¡no digamos ya el sanitario!— no son el auténtico problema. Los autónomos y las pymes, que representan el 97% del tejido empresarial de nuestro país, solo son responsables de un 17% y un 8%, respectivamente, del fraude fiscal. No es que el porcentaje sea despreciable, pues supone un total de 17.000 millones de euros; pero, comparativamente, la cifra es menor.

Conociendo estos números, a uno aún le duelen más lo recortes en prestaciones y en salarios.

Y, a todo ello, vienen a sumarse los escándalos de corrupción con nombre propio, los cuales crecen exponencialmente en relación directa con la crisis económica y van camino de convertirse, si no lo han hecho ya, en una constante lamentable. De tal modo es así, que el conocido eslogan de que «Hacienda somos todos» ya no hay quien se lo crea. Evasiones de dinero, desvíos de capitales, fraudes financieros, paraísos fiscales..., y lo peor de todo: la amnistía fiscal. El campo semántico de la corrupción es profuso, tan copioso como su lista onomástica: Bárcenas, Urdangarín, Millet y Montull... La trama Gürtel, el caso Nóos, el cas Palau, el de los ERE andaluces... Los puntos suspensivos responden al temor de nutrir con facilidad estas enumeraciones; no vaya a ser que se cumpla aquello de Multorum peccatum inultum 'el delito de muchos queda impune'.

Algo que no dejará nunca de sorprenderme en este circo de corruptelas es el proceso de victimización al que suele someterse, inicialmente al menos, el corrupto. En los casos en que este pertenece a un partido político o algún otro organismo social con carga ideológica, la acusación de corrupción es siempre infundada y responde a una campaña de desprestigio por parte de los otros. Si la evidencia de los hechos empieza a ser innegable, entonces la solución adoptada es dejar de hablar del asunto e iniciar el y tú más o el y tú qué. Llega a ser desesperante la facilidad con que todos ven la paja en la corrupción ajena; pero no, la viga en la propia.

La victimización suele ser más constante en el caso de los famosos que defraudan a Hacienda. Y van ya unos cuantos: Lola Flores —y, posteriormente, su hija Lolita—, Ana Torroja, M.ª José Campanario, Isabel Pantoja, Lionel Messi, Sergi Arola... El caso del Sr. Arola resulta, en este sentido, paradigmático, pues por muy cocinero estrellado que sea, es un insulto a la honradez que llegue a sentirse agraviado porque el fisco le reclama lo que a todos. El tipo, al ver precintada su bodeguita, vino a decir irónicamente que así se le pagaba el tiempo que ha estado representando y dando prestigio a España. En su ironía, resulta cínico que quien no paga hable de que se le pague, así o de cualquier manera. No sé si a estas alturas del asunto el cocinerito habrá vendido ya su moto o no, pero a eso se resume su apuro: a quedarse sin la Harley para pagar a Hacienda. ¡Venga ya, no me jodas!

Todos son víctimas, todos son mártires... Si los oyes hablar, los inscribes rápidamente en un nuevo martirologio. Claro que, con ellos, estaríamos cambiando cuerpos incorruptos por mentes corruptas.

Lo de Messi es de peor entendimiento aún. Resulta frustrante intentar adivinar cuál puede ser la razón que tiene para defraudar dinero quien, además de nadar en la abundancia, resulta ser el espejo en que se miran y al que admiran tantos niños. Por otro lado, la táctica de victimización utilizada por el futbolista ha sido distinta: seguramente ignorante del aforismo jurídico Ignorantia juris non excusat  'la ignorancia no exime de culpa', el Sr. Messi ha tirado del viejo truco del Yo no lo sabía. Sus palabras exactas —para que no tenga que ponerlas yo— han sido «De eso no sé nada, hay asesores y abogados que manejan estas cosas y confiamos en ellos». Desde luego, quien aplaude sus diabluras en el terreno de juego —yo, el primero— no espera que el genio del balón lo sea, además, de la contabilidad fiscal. Hasta aquí, bien; no obstante, si el fraude que se le imputa se cifra en 4,1 millones de euros, pero resulta que el futbolista ha pagado ya 10 millones en dos declaraciones complementarias y, además, negocia con Hacienda el pago de 15 millones más como acuerdo para evitar el juicio por fraude, a mí me huele más a podrido que en las dinamarcas shakespearianas. Si tenemos en cuenta la impericia gestora de Messi, hemos de pensar que el ahorro fraudulento de los 4,1 millones de euros en impuestos lo idean los asesores financieros. Ahora bien, si ello es así, ¿cómo ha de entenderse que el futbolista siga confiando en ellos aún? Yo los hubiera despedido ipso facto. Por otro lado, cabe preguntarse, asimismo, sobre si Messi realmente estaba en la inopia o era parte confabulada en la orquestación del fraude, porque no entiendo qué beneficio pueden obtener unos asesores que ahorran a su cliente un dinero que el cliente ignora que haya sido ahorrado; y ello, sin considerar el altísimo riesgo que se corre al cometer un delito.

¿O es el padre?

martes, 16 de julio de 2013

Democracia asocial

La desigualdad social que nos va quedando en la democracia es inversamente proporcional a la democracia que nos va quedando en tanta desigualdad social.

domingo, 14 de julio de 2013

Regeneración política

Últimamente se oye hablar mucho acerca de la regeneración política. Por desgracia, se oye hablar mucho de ello a los propios políticos, por lo que el concepto, cuya necesidad de adopción e inexcusable puesta en práctica parece fuera de toda duda, tiende a ser desleído por el consuetudinario uso lingüístico que estos descastados de la casta política llevan a cabo, esto es, a causa de la tergiversación y el eufemismo enmascarador.

Aquello que no debiera pasarnos inadvertido de la regeneración política es justamente lo que su principal acepción nos dicta: con una regeneración, que es el 'acto y efecto de regenerar', lo que se pretende es hacer que cualquiera abandone una conducta reprobable para, así, llevar una vida ordenada, ya sea física o moralmente. Es decir, en la convicción de que es necesaria una regeneración, se halla necesariamente implícita la creencia de que, previamente, ha habido una degeneración. Ergo, si los políticos nos están viniendo con el cuento de que hay que regenerar la política, de ello hemos de inferir, necesariamente, que los políticos están más podridos que la Dinamarca hamletiana. Esta es la parte silenciada, la que ningún político menciona, pero todo ciudadano sabe. Dicho en plata: los políticos son corruptos. Queda demostrado semánticamente —que debe de ser el modo último de demostración que restaba—.

Cierto lector, en su carta a El Periódico, confesaba haberse sentido profusamente desencantado al asistir a las respuestas que los dos diputados más jóvenes del Congreso habían ofrecido a cuestiones sociales de suma importancia. Los pipiolos, al parecer, «Se limitaron a reproducir el típico discurso estándar de sus partidos y a utilizar el arte de la autodefensa y la evasiva que tradicionalmente emplean sus compañeros más veteranos ante preguntas comprometidas». De aquellos polvos vienen estos lodos, claro.

Y lo que es peor, los polvos y los  lodos no hacen sino demostrar que no hay remedio, salvo que nos pongamos serios de una puñetera vez y empecemos a cortar cabezas, eso sí, más figuradas que literales. Quien degenera es —al menos, diccionario en mano— quien 'no corresponde a su primera calidad o a su primitivo valor o estado'. El problema está en que la primera calidad no es la honradez. El político honesto no existe; no, al menos, más allá de los ayuntamientos —y no todos—. El primitivo valor del político es, cuando menos, dudoso. Quien trata de servir de verdad, desinteresadamente, a los demás, quien renuncia por completo al fin lucrativo, se compromete con una oenegé, no se afilia a un partido. Y menos aún a partir de estos tiempos de desencanto y descreimiento.

Conviene, antes que una dudosa regeneración política, una indudable higienización política.

miércoles, 10 de julio de 2013

Lideresa

Hace nada, mi mujer me preguntaba sobre si era o no correcto el término lideresa con que, perifrásticamente, acababan de referirse en cierto programa de la televisión a Alicia Sánchez-Camacho. Mi respuesta, tras un prudente "no sé, pero supongo [...]" que suele caracterizarme, fue la de "[...] que no". Pero erraba el pronóstico.

En castellano, los sustantivos finalizados en vocal + r que señalan actividades humanas, profesiones, cargos o títulos suelen ser comunes en cuanto al género, salvo los acabados en -or, los cuales suelen añadir  a esta terminación el flexivo -a. Así, decimos la militar, la sumiller, la faquir o la augur de igual manera a como decimos el militar, el sumiller, el faquir o el augur. De esta tendencia idiomática, que mi mente había convertido en norma de manera precipitada, junto al hecho de que, como hablante o lector, nunca me había topado con el sustantivo en cuestión, había nacido la errónea respuesta negativa que brindé a mi mujer.

Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), la voz líder, proveniente del inglés leader 'guía', se incorporó a nuestro lexicón académico en la edición de 1970. Dos eran las acepciones de este calco adaptado: la que señalaba a 'quien va en cabeza en una competición deportiva' y la que nombraba al 'conductor de un partido político o de otra colectividad'. En esta segunda acepción —primera, en realidad, en aquel DRAE de 1970— era donde hubiera tenido cabida semántica la susodicha Sánchez-Camacho. Sucedía, no obstante, que la información gramatical de la entrada marcaba el sustantivo como masculino, y, salvo chiste fácil, la Camacho deja así de encajar como referente aludido.

Y así, en esencia, se mantuvo la entrada líder hasta la edición de 1992, inclusive. Pero lo cierto es, sin embargo, que, en la actual edición del DRAE —la que hay en vigor y cabe suponer que también en la vigesima tercia, que está horneándose—, el sustantivo lideresa posee entrada propia. Bien es cierto que el mismo diccionario advierte de que esta voz es de mayor uso en América.

En fin, también existe, después de todo, aunque sea de escaso uso, el femenino choferesa, el cual, en mi modesta opinión, ha perdido el poco afrancesamiento que pudiera quedarle al chófer y aun al chofer.

En condiciones normales, la última oración que he escrito hubiese sido la que sirve de remate a esta entrada; pero no puedo evitar armarme de calambur y sentenciar con que me importa un pito y tres bledos despectivos que sea  líder o lideresa la líder esa.

domingo, 7 de julio de 2013

Sorpresas

«La vida te da sorpresas. Sorpresas te da la vida. ¡Ay, Dios!». Este es el quiasmo que entona durante cada canción el puertorriqueño y neoyorquino borracho que se aleja de los presuntos cadáveres de Pedro Navaja y de su víctima, tras despojarlos de su par de monedas, de su cuchillo y de su revólver.

Forrest Gump, el celebérrimo personaje literario y cinematográfico, definía la vida como una caja de bombones, pues nunca se sabe lo que a uno le va a tocar cuando mete la mano en ella. El símil se me antoja, para bien o para mal, ciertamente certero. Hay quien opina que, en la ignorancia del devenir del porvenir, la vida resulta más divertida. Otros, pesimistas o castigados por la desgracia, son de opinión contraria. Y, a medio camino, se puede atisbar un indicio de pesadumbre vital, como en este poema cuasi desesperanzado de Ángel González:

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.

¡Mañana! Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

Mientras esto escribo, desde la tv., me asalta el diálogo de un anuncio publicitario: «Mañana tocan los Rolling», advierte uno. «Que lo cambien al viernes, que ya habré cobrado», protesta el otro. Es un ejemplo de escasa sustancia, pero ilustrativo: la casuística vital, aquello a lo que unos llaman destino y otros llamamos azar, posee innúmeros brazos con que variar nuestros planes, deseos o esperanzas. Acaso la opción inteligente sea la de Francisco Cortés, el amigo del crimen perfecto, quien confesaba a su amigo Modesto Ortega creer «en el destino, pero dentro de un orden, o sea, de un caos».

En cualquier caso, la disyuntiva entre destino o azar va más allá del simple hecho de bautizar el futuro o el porvenir; su alcance es mucho mayor, pues implica lucha o resignación vitales.

Pero no es de esto de lo que quería hablar; mi intención era simplemente constatar la inagotable capacidad que tenemos los humanos para sorprendernos. Efectivamente, aunque a veces digamos que ya nada nos sorprende, lo cierto es que todo nos sorprende. Y, siendo así, diríase que nuestra propia capacidad de sorpresa resulta sorprendente.

Por ejemplo: el tiempo. Miramos el reloj y nos sorprendemos de que sea la hora que es. De que sea ya esa hora o de que aún sea esa hora, según hayamos estado más o menos entretenidos, más o menos aburridos. Es un lugar común moderno mencionar el hecho de que el tiempo es relativo. Desde Einstein, mucho es lo que se ha escrito acerca de ello —aunque quizá no lo suficiente: si uno goglea "relatividad tiempo", tras un presumible primer enlace a Wikipedia, los dos siguientes que arroja el buscador ofrecen estas contradictorias leyendas: «Demostración de que la teoría de la relatividad de Einstein es falsa sin utilizar ni una sola fórmula matemática» y «Actualmente la relatividad del tiempo es un hecho científico comprobado»—.

Y no solo nos sorprendemos porque el tiempo nos haya pasado volando o, contrariamente, porque no parezca avanzar. Lo más singular acaece cuando, abstraídos del eje temporal, nos dejamos sorprender por la hora, sea cual sea esta. Tras esos estados de adormecimiento o somnolencia en que el letargo, el sopor o la modorra nos desposeen de nosotros mismos, uno pretende recuperar el gobierno de su timón vital mediante la concreción del eje temporal. «¿Qué hora es?», preguntamos entonces. E igual nos sorprendería que fuesen las 18 h que las 19.20 h. En ocasiones, no hace falta tanto para esta sorpresa absoluta. A mí me pasó esta mañana, tras apenas un ratito de decúbito supino y otro de prono sobre la arena de la playa.

En fin, acabo ya esta errabunda disertación —perdón por el oxímoron—, que se me ha echado el tiempo encima.