viernes, 26 de febrero de 2010

SÓLO LOS MÁS TONTOS FUMAMOS.

Leo en una noticia, difundida anteayer desde Nueva York por Reuters, que los individuos con un menor cociente intelectual son más propensos a fumar [...], según afirman las conclusiones de un estudio elaborado por el Centro Médico Sheba en Tel Hashomer (Israel) entre más de 20.000 soldados israelíes. Aunque el informe se apresura a puntualizar que fumar no hace que la inteligencia de las personas se reduzca, uno tiende enseguida a incluirse entre el género estulto.

Por supuesto, no voy a hacer proselitismo acerca de tan necio vicio; es más, ni siquiera preciso de leer semejantes noticias y estudios para ser consciente de que no haber dejado aún de fumar es una tontería y de las gordas. Sucede que uno empieza a estar más que harto de que le calienten las orejas en torno a lo de marras, abierta o sutilmente y desde tantos frentes.

Y digo yo: ¿por qué estas buenas gentes del Sheba en Tel Hashomer han elegido como conejillos de Indias a soldados israelíes? En fin, lo de israelíes, por proximidad geográfica, naturalmente; pero ¿soldados? ¿Acaso sea porque su espartana uniformidad se hace extensiva también al cociente intelectual? No creo; ello restringiría el margen de error en el estudio. No obstante, los números cantan: resulta que el cociente intelectual de los no fumadores fue de 101, mientras que el de los hombres que comenzaron a fumar antes de entrar en el ejército se quedó en 94.

No sé a ustedes; pero, a mí, lo que de verdad me preocupa del estudio es que todos aquellos, fumadores y no fumadores, a quienes dan fusiles en una de las zonas más conflictivas del planeta presenten una media tan mediocre¹ en su cociente intelectual.



¹ Mediocre significa 'de calidad media': la clasificación 'normal brillante' se da, en ascenso, a partir de un IQ de 110 y la de 'normal lento', en descenso, a partir de 90 (nada que objetar, pues). Lo malo es que 'mediocre' también significa 'de poco mérito, tirando a malo' (preocupante, ¿no?).

IMAGEN: 'Siente' © , por Enetenetu.

jueves, 18 de febrero de 2010

CHINCHETAS ORALES

Quien más y quien menos puede tener un tic; ahora bien, sucede que eso que pudiese no ser un problema mayúsculo, hoy día se nos ha convertido a todos en uno en mayúsculas: todos tenemos TIC, esto es, [nuevas] tecnologías de la información y la comunicación.

Vivimos, dicen —y yo me lo creo—, en la era de las nuevas tecnologías y, de ello, se deriva una consecuencia inmediata: la cultura de la imagen en la que veníamos instalándonos desde hace ya un tiempo, se ha, definitivamente, consolidado. Pocos debemos de ser ya quienes no congreguemos a pie juntillo con la axiomática ponderación de que "una imagen vale más que mil palabras".

Cierto es que la imagen, por su incontrovertible capacidad plástica, capta antes nuestra atención. No hay más que atendender al saber paremiológico para recordar que, si prentendemos conocer las cosas como son, para sacarles provecho o para evitar las que pueden causarnos perjuicio, no hay otra que abrir bien los ojos; si queremos desengañar a alguien en cosas que le puedan importar o descubrirle algo de que estaba ajeno, lo que toca es abrirle los ojos; nuestro interés por personas o cosas presenta una gradación ascendente de tal manera que, tras echar un ojo (o un vistazo), enseguida le echamos el ojo, le clavamos los ojos y, finalmente, nos lo comemos con los ojos. Todo nos entra por los ojos y, por eso, cuando nuestro concepto o estimación de alguien varía, es que lo hemos mirado con otros ojos. Y por eso también, cuando algo no entendemos, por muy abstracta que sea la realidad, es que vamos a ciegas.

Reconozco que, al principio, no he hecho sino exagerar al establecer como una problemática las TIC. Sin duda, lo que se esconde tras estas siglas tiene sus bondades, pues, pese a que potencian extremamente la cultura de la imagen, en absoluto se reducen de forma exclusiva a ella. Por ejemplo, la Wikilengua del español está dispuesta a rizar el rizo con su atractivo y ambicioso proyecto de crear lo que han dado en denominar Atlas oral, con el cual pretenden que los hispanohablantes construyamos con nuestras aportaciones un registro de las diferentes hablas del castellano, con atención especial al habla popular. ¡Hay que ver, si don Ramón Menéndez Pidal levantase la cabeza, cómo habría de censurarme la perorata introductoria de esta entrada! El primer mapa lingüístico de España se halla en la enciclopedia Espasa (1923, vol. 21, págs. 416-417). Sin duda, el texto sobre las lenguas que lo acompaña fue redactado por el ilustre filólogo, aunque parece desatino pensar que el diseño del desafortunado mapa, como señala Jesús Burgueño, pueda serle atribuido.

Les animo, pues, a todos ustedes —al tiempo que me animo yo mismo— a contribuir a la génesis de este atlas aún en cierne. Google Earth o Flickr, por ejemplo, llenan sus mapamundis de variadísimas imágenes, las cuales penden de chinchetas virtuales. Ahora a esas chinchetas, de visual, sólo les quedará su diseño: serán, en esencia, sonoras; concretamente, orales. No importa si ustedes sesean o cecean; si vosean, tutean o ustean; si son yeístas... o si, cuando hablan de 'polla', se refieren a una carrera de caballos, a una gallina nueva, a una mujer joven, a una chuleta para el examen, a la lotería nacional, a cierto combinado lácteo, a un esputo o a su miembro viril. Mejor dicho, sí importa. Es lo que, en definitiva, importa más.

domingo, 14 de febrero de 2010

LA PALABRA MÁS ROMÁNTICA

Según informa Reuters, un sondeo realizado por Today Translations en el que se interrogó a unos 320 lingüistas dicta que la palabra más romántica del mundo es la voz francesa 'amour'. Curiosamente, en este mismo sondeo se concluye que el idioma más romántico no es el de nuestros vecinos norteños sino el italiano —'amore' ha habido de conformarse con la medalla de plata—. Por otro lado, el idioma en el que la expresión 'te amo' suena menos romántico ha resultado ser el japonés ('watakushi-wa anata-wo ai shimasu').

En fin, vayamos por partes. El resultado no me sorprende, pero entiendo que la base ponderativa en la que se sustenta no es de orden lingüístico, sino social. Aunque por lo visto a partir de ahora ya no, el francés ha sido siempre, por antonomasia, el idioma del amor, como París ha sido siempre su capital. O Venecia —¡qué distinta sin ti!—; de ahí la pugna entre 'amour' y 'amore'. Lo latino siempre conlleva un plus pasional; resulta casi un oxímoron la imposible expresión 'anglosajón ardiente', no en vano, por esas latitudes más frías, a un buen morreo lo llaman 'french kiss'. ¡Y, sin embargo, cuán fácilmente nos han endosado su Valentine’s Day!

Por otro lado, me cuesta imaginar a Sakura (ella) e Hiroto (él) el día de Tanabata, con la vía láctea por testigo, prefiriendo declararse amor eterno con un 'je t'aime' o con un 'ti amo' en vez de con un 'watakushi-wa anata-wo ai shimasu'. No lo imagino como no me imagino yo susurrando un ‘I love you’. A Montse, li dic a cau d’orella ‘t’estimo’. Salvo que la quiera mover a risa, claro.

Ya me gustaría saber quiénes son esos más de 300 lingüistas responsables de tamaña soplapollez.

Si hay una palabra que sea suma y compendio del romanticismo, esta no es otra que ‘yo’, cuya deixis apunta directamente al individuo, a su libertad, su rebeldía, su imaginación y fantasía, su imperfección, su subjetivismo y su sentimiento. Y es merced a esta inclinación romántica al sentimiento antes que a la razón que hoy día identificamos unívocamente, de forma un tanto simplista, nuestro comportamiento romántico con el hecho de estar enamorado.

Como quier que el amor supone un inevitable desapego del yo a favor del tú, acaso debiese ser este pronombre personal de segunda persona, singular, la palabra más romántica, al menos en el día de los enamorados. Más aún, voto por el paradigma completo: tú, te, ti, contigo.

Feliz día —aunque yo me reservo de forma especial para Sant Jordi—.

jueves, 11 de febrero de 2010

VERDAD MENTIROSA



La forma
más perversa
de mentir
es
no decir
toda la verd...




Ilustración de Pep Tur.

jueves, 4 de febrero de 2010

MICRORRELATO: El consentido

Durante toda su vida, sus padres lo consintieron tanto que hicieron de él un hombre consentido.

Y, claro, su mujer le fue infiel.