jueves, 14 de marzo de 2013

Escupitajos políticos

La Mossa representa el  lado amable de nuestra policía,
el Mosso, el lado duro. O, en otro orden de cosas, el
Mosso representa la visión que del Cuerpo tiene el PP,
y la Mossa, la que tienen los desafectos a la gaviota.

No es que tenga ganas de defender a la policía; menos aún, sin embargo, las tengo de atacarla. La policía debería estar ahí, sin más, sin que nos ocupemos de ella y sin preocuparnos por ella, ocupándose ella de nosotros y preocupándose por nosotros. Y, no obstante, me propongo a continuación escribir estos pocos renglones en que ya ando para, hablando de policías, hablar de otras cosas. Por ejemplo, de que este país en el que vivo y al que amo, Catalunya, dista mucho de ser perfecto. No es el país de las maravillas, lo cual resulta coherente con el hecho de que nuestra Alicia —que la tenemos— es cualquier cosa menos un entrañable personaje de cuento infantil, dada su inequívoca tendencia facciosa a la hora de pergeñar sus perpetraciones políticas.

Como es sabido, estos últimos días la irresponsable responsable del PP catalán, Alícia Sánchez Camacho, ha decidido renunciar a la escolta de los Mossos d'Esquadra que le había sido asignada por su condición de responsable política —por cierto, lo de política me queda claro; lo de responsable, no tanto—. En su lugar, ha decidido solicitar el servicio de protección al Cuerpo Nacional de Policía. La razón que para ello ha aducido la susodicha es que no se fía de una policía autonómica por la cual teme ser espiada.

Desde luego, hay mayor hondura de reflexión política en un escupitajo expelido contra el suelo por un defecto de tialismo que en esta decisión, la cual se me antoja, como mínimo muy mínimo, nada prudente. Y digo nada prudente por varias razones. En primer lugar, porque las acusaciones son, más allá de dudosas, infundadas. En segundo lugar, porque quién puede aseguarle a Alicia que los agentes encargados de su protección no son exguardiaciviles o, incluso, expolicías nacionales, que, como las meigas, habelos hainos. O votantes del PP. A todo ello, habría que añadir el hecho de que, si los Mossos quisiesen realmente espiar a Alicia, no habrían de cesar en su empeño por haberles sido retirado el cometido de escoltarla. Pero la mayor torpeza de cálculo político reside en lo que, en buena lógica, se infiere de todo este despropósito: el pervertido maniqueísmo de polis buenos y polis malos, identificados respectivamente con estatales y autonómicos. Ellos y nosotros.  Ellos frente a nosotros. Toda dicotomía implica inherentemente una oposición. Toda oposición es punto de partida válido para una partición, para una separación. Y, lo que es lo mismo: en el principio de innumerables rupturas, se halla la desconfianza. ¿No es la ruptura, la separación, lo que precisamente pretende evitar Alicia?

Por otro lado, si realmente fuese la desconfianza en el buen hacer y el recto proceder de los Mossos d'Esquadra lo que lleva a la ínclita Camacho a su renuncia, ¿no habría también de recelar, seguramente con mayor razón aún, de una Policía Nacional capaz de acusar anónimamente de fraude fiscal a los mandamases catalanes? Pero no. Sucede que el interés de esta señora y, por ende, el interés pepero, es análogo al del pescador en las aguas revueltas del río.

Que el interés de la Camacho corre parejo al de su partido es una obviedad en la que viene a incidir la reciente afirmación del ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, acerca de que los Mossos d'Esquadra no tienen una mayor participación en las investigaciones contra la violencia doméstica porque no les da la gana —no se arriesga a decir si es a ellos mismos a quienes no les da la gana o es a quienes los dirigen políticamente—. Así pues, parece que este miembro del gabinete no solo comprende la actitud de su correligionaria catalana, tal como ha manifestado públicamente, sino que además se suma a esa manera de proceder que ha dado pie al portavoz del Govern de la Generalitat, Francesc Homs, a declarar que «Aviat el coneixarem com el ministre de l'Interior i de la guerra bruta».

Con todo esto, no cuesta trabajo entender que Fernández Díaz concediese crédito y defendiese en su momento la autenticidad del famoso documento fantasma, falsamente atribuido a la UDEF (Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal). Y no solo eso, sino que ahora, olvidado ya el ridículo cometido con el apócrifo, el ministro amenaza con nuevos papeles acusadores aparecidos precisamente tras tirar del hilo del docufantasma. Y es que el estilo del Gobierno del Estado, que no es otro que el del PP —pues no hay quien distinga lo uno de lo otro, por desgracia—, consiste en la vieja táctica del ¡a que me chivo! Véase, si no, la semejanza entre esta amenaza de «tirar del hilo» y aquella otra reciente de Montoro a los actores. 

Ya está bien, por mor de Dios, señores ministros. Señor Montoro, señor Fernández Díaz, si los de la farándula o los gobernantes autonómicos evaden dinero y eluden impuestos al fisco, denúncienlos y acúsenlos nominalmente o déjense de hostias. De lo contrario, pierden toda su credibilidad, la cual, tal y como se halla la opinión ciudadana a causa de tanta corrupción política, ya anda bajo mínimos.

Y, por cierto, hagan lo mismo con Bárcenas y los suyos —de ustedes, me refiero—.

Imagen paródica del documento fantasma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario