jueves, 20 de junio de 2013

De hostias a ostias

En alguna ocasión, ante mis alumnos de instituto, no he sabido refrenar un enfado a tiempo, de modo que he llegado a verbalizarlo aludiendo a las obleas  redondas de pan ázimo que el párroco consagra y el fiel traga.
—¡Hostias! —exclamo entonces. Y, enseguida, añado lo que, en mí, ya va camino de convertirse en una muletilla—: ¡Con hache, por supuesto!
La primera vez, les sorprende. A muchos, también les sorprende, la segunda vez, y aun la tercera, la cuarta... Son pocos, por no decir nadie, quienes piensan en un principio que este sustantivo se escribe con hache inicial. Siempre he imaginado, un tanto intuitivamente, que ello se debe a la coincidente redondez de la oblea y de la  vocal o. Pero no sé si es una hipótesi que se sostenga demasiado, si consideramos que el hablante medio usa esta palabra mayoritariamente para dar cuenta de sus otros significados y, así, nos damos hostias por ir a toda hostia; pegamos o nos pegan hostias, acaso con muy mala hostia, sobre todo si no tenemos ni media hostia... Y, después de todo, aunque a unos les guste ser esto y a otros, lo otro, a todos nos gusta ser la hostia.  En fin, sea como sea, lo cierto es que la hache es consustancial a las hostias, pues es etimológica y ya nos vine (im)puesta desde el latín.

Hace unos días, mi buena amiga y colega Marta me remitió el enlace a una de las Puntadas sin hilo de Arturo González, intitulada "El coño de su puta madre". En ella, el autor muestra su pasmo ante el escándalo que ha causado el hecho de que, en la última asamblea de IU en Sevilla, Sánchez-Gordillo expresase su deseo de que la «Europa de los Mercaderes se vaya al coño de su puta madre». A mí me parece que así, a lo Sánchez-Gordillo está muy bien dicho y coincido con Arturo González en que «Los tacos y las expresiones burdas causan menos daño que las afirmaciones autoritarias de los elegantes y los mandatarios». En efecto, ofende, mucho más que la palabra, la idea.

Con todo, esta Puntada viene a colación no por su enjundia, sino porque, hacia el final de su penúltimo párrafo, puede leerse: «Tras cientos de años se ha conseguido que la blasfemia desaparezca del Código Penal, cuando todos estamos hartos de exclamar ¡ostias! si nos quemamos o acordarnos del Sumo Hacedor por tanta injusticia como reparte». Yo había iniciado esta entrada al blog pregonando la presencia inexcusable de las haches en las hostias, y me doy de bruces contra la desnudez de estas que aquí se exclaman con hartazgo. Si Arturo González no estuviese reclamando en su artículo la validez comunicacional de las expresiones groseras, pensaría que sus ostias son un eufemismo y no un error o una errata. De todos es sabido que las expresiones malsonantes tienden a desarrollar, a menudo por paronimia, variantes eufemísticas, de modo que podemos llegar a cagarnos en Dios o en diez, pedir que dejen de tocarnos los cojones o los cojines o maldecir a través de mil demonios o de mil diantres. En castellano, la voz ostia existe como variante de ostra, lo cual permite inferir que, así como exclamamos ¡ostras! en vez de ¡hostias!, bien podríamos también exclamar ¡ostias! en vez de ¡hostias!

No creo que esta razón se halle instalada en la mente de ningún hablante, por lo que la inferencia resulta, a pesar de su lógica, falaz. Hasta ahora, claro. En mi mente, ya se ha instalado, y pienso, en adelante, proferir tantas hostias como ostias —ya no ostras—, dependiendo de mi grado de indignación o del público habido ante mí. Y, así, en adelante, ante mis alumnos, la muletilla variará necesariamente: —¡Sin hache, por supuesto!—. Y a los pobrecillos les sobrevendrá el coñazo explicativo que aquí finalizo.

2 comentarios:

  1. Me parece muy bueno tu escrito y me saca de mi error.

    Además me ha hecho indagar por el diccionario.

    Un beso.

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  2. ¡Hostias (interjectivas)! Pues me alegro.

    Un beso de la hostia (locucinal adjetiva).

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