lunes, 22 de julio de 2013

El color de la prensa

Seguramente, para la mayoría de nosotros, William Randolph Hearst tiene el rostro de Orson Wells, quien interpretó, en Ciudadano Kane, un trasunto de la vida de este magnate de la prensa. Casi con toda seguridad también, para la mayoría de nosotros, Joseph Pulitzer es el famoso editor periodístico a quien hoy día debemos los premios que llevan su nombre.

Quizá no tan conocido, sin embargo, sea el hecho de que el enfrentamiento que ambos mantuvieron en las postrimerías del siglo XIX desde sus diarios —el New York Journal y el New York World, respectivamente dio lugar al término prensa amarilla, que hace referencia a aquel periodismo que se caracteriza por el cultivo del sensacionalismo.

Efectivamente, ambas publicaciones recibieron continuas acusaciones 
por estar magnificando las noticias y por pagar a los implicados en ellas para conseguir las exclusivas. Fue un tercer periódico de la ciudad, el New York Press, el que acuñó la expresión prensa amarilla para referirse a la falta de ética en la manera de obrar de Hearst y Pulitzer. Esta expresión encontró inmediata difusión y temprana permanencia, en gran parte —creo yo—, favorecida por la dilogía del adjetivo yellow, que, en inglés, significa tanto 'amarillo' como 'cobarde'. La explicación de por qué se tildaba de cobarde a esa naciente prensa de dudosa calidad ética es manifiesta y puede obviarse. En cuanto al color amarillo, cabe aducir dos posibles razones.

En primer lugar, hay quienes aventuran la hipótesis de que dicho color se debiese a Mickey Dugan, el Chico Amarillo, un personaje de tira cómica que, durante cierto tiempo, protagonizó historias de forma simultánea tanto en el New York Journal como en el New York World. The yellow kid, sin duda, es un referente histórico-cultural ciertamente interesante por varios motivos; uno de ellos, acaso el más destacado, el de ser la primera tira cómica en que aparece un diálogo insertado en lo que llamamos globo o bocadillo —aunque lo característico del personaje era que sus parlamentos se hallaban circunscritos a su hábito amarillo—. Dada la popularidad del Chico Amarillo, es probable que contribuyese a la permanencia de la expresión prensa amarilla en el imaginario de los neoyorquinos; no obstante, no me parece demasiado razonable que actuase de referente en el momento de su acuñación.

La razón que, a mi modo de ver, obró la creación del término —además del ya referido significado de 'cobarde'— fue el hecho de que el color amarillo es sumamente llamativo. Para comprobarlo, basta recordar con qué facilidad es perceptible un taxi de Nueva York entre el tráfico desorbitado de esa ciudad. De hecho, parece ser que la historia del taxi amarillo empieza con un tal Harry N. Allen, quien introduce en la metrópoli 65 taxis importados desde Francia. Otros dicen que el origen se halla en los yellow cabs, de John Hertz —ya saben, el del logo amarillo, que hoy día nos alquila los coches en los aeropuertos. En cualquier caso, en lo que coinciden las fuentes es en asegurar que el motivo fue el de ser fácilmente visible desde la distancia, a lo cual dio la razón enseguida el aumento de ocupación de los taxis de esa compañía. Al cabo de poco, el resto de compañías decidió también pintar de amarillo sus vehículos.

En fin, no cabe duda de que el color que mejor refleja el concepto de estridencia visual es el amarillo. Y si hay un tipo de prensa que se aleja con violencia de la discreción y del rigor informativo, esa es la sensacionalista, la amarilla. La amarilla persigue, como ha quedado ya dicho,  el sensacionalismo, y lo hace o bien encumbrando noticias cuyo interés es secundario o bien destacando el aspecto morboso que pueda aflorar en una noticia de indiscutible interés. En otras palabras, este tipo de periodismo suele preferir los titulares de catástrofes, crímenes, adulterios, enredos políticos..., sean o no el ojo de la noticia. Tradicionalmente, solía considerarse que no existían amarillismos en la prensa española, en gran medida, por la deficitaria tradición de periodismo libre acumulada tras cuarenta años de dictadura, y en parte también porque, durante el franquismo, el espacio de la prensa amarilla fue ocupado por la prensa de sucesos, verbigracia, El caso, publicación que subsistió desde 1952 hasta 1987. En cualquier caso, si hoy día uno se molesta en googlear "noticias de sucesos", los resultados pueden ser como estos: «Una joven noruega es condenada a 16 meses de prisión tras denunciar una violación», «El hombre que disparó a otro en Cuenca se ha suicidado», «Cibercriminales secuestran los ordenadores on line y piden rescates a los propietarios»...

Una vez reconocibles los rasgos definitorios de la prensa amarilla, no tendríamos que confundirla con la llamada prensa rosa; aunque lo cierto es que cada vez cuesta más no hacerlo. La prensa rosa, también llamada prensa del corazón, tiene su origen en los antiguos ecos de sociedad con los que la prensa generalista daba cuenta de bodas, separaciones, embarazos, natalicios, necrológicas y demás acontecimientos protagonizados por famosos de todo orden. Su color apunta abiertamente a despertar el interés femenino —recordemos, en ese sentido, la denominada novela rosa—; pero también es una declaración de intenciones, pues el rosa se asocia al optimismo con que uno afronta la experiencia vital o a la felicidad con que la vive:
«Je vois la vie en rose[...] Il est entré dans mon coeur une part de bonheur».
Lecturas, ¡Hola!, Pronto, Semana..., son ejemplos conocidísimos del corazón rosa arraigado en los quioscos. Estas publicaciones, como sucede con el programa de TVE, Corazón, saben mantener todavía el grado de amenidad y ligereza que ha caracterizado siempre a este tipo de periodismo (sic) que busca más el chisme que el morbo. No obstante, la blancura de la prensa rosa empezó a amarillear de manera alarmante hace ya más de una década. Antes, a las gentes de a pie como nosotros, este tipo de prensa nos ponía delante a famosos en quienes poder fijarnos. Sus miserias nos equiparaban, nos hacían ilusamente iguales. Ahora, en cambio, sucede como con el  dilema del huevo y la gallina: uno no sabe qué fue primero, si el famoso o la miseria; fijémonos en Belén Esteban, Antonio David Flores, Olvido Hormigos... 

En uno de los Estudios sobre el Mensaje Periodístico publicados por la Universidad Complutense de Madrid, Laura Soto Vidal escribía: 
«El giro espectacular de la crónica rosa actual hacia el puro amarillismo y la tan denostada telebasura empieza incluso a preocupar a los propios profesionales del género. El intrusismo periodístico y la nueva ola de personajes reinantes, así como la falta de ética personal o la omisión de las normas deontológicas, propician sin lugar a dudas ese periodismo soez y sensacionalista que lidera los índices de audiencia con total impunidad».
De manera mucho más socarrona, pero igualmente acertada, Drywater aborda este mismo tema en una divertida y descreída entrada de su blog Connotación. En ella, compone una sucinta taxonomía de lo que denomina «chupabotes» de la tele, a saber: famosos por sí mismos, familiares directos de los famosos, conocidos circunstanciales de los famosos, frikis y periodistas carroñeros. Y adopta una decisión:
«Modificar el cromatismo lingüístico de la expresión “prensa rosa” hasta un mucho más apropiado “prensa marrón”, sin perjuicio de las acciones legales que ello pudiera acarrear. Los criterios de cambio de tan ilustre término obedecen a parámetros descriptivos: es una auténtica mierda».
Bien me parece. Además, ya hay sentada base, pues, en portugués, la expresión usada es precisamente imprensa marrom, y una de las varias explicaciones que se barajan para dar cuenta del cambio de coloración en la prensa amarilla es precisamente de sentido escatológico. 

2 comentarios:

  1. Me ha encantado, es interesantísimo y prendo un montón.

    Un lujo pasarse por aquí y leerte.

    Bueno, tienes una alumna más en la distancia :)

    Muchos besos.

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  2. El placer es mío, señorita Azul, cada vez que pasas a visitarme.
    Muchos besos.

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