jueves, 5 de septiembre de 2024

Decíamos ayer...

Todos nos sabemos tres o cuatro chascarrillos interesantes, curiosidades que nuestro entendimiento nos ha ido procurando desde el ámbito de las ciencias o de las humanidades. Y con ellos gustamos de deslumbrar a nuestros contertulios, amenizando ingeniosamente cualquier conversación que nos brinde la oportunidad. Fue Albert Einstein quien dijo que «todos somos muy ignorantes; lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas». No es, pues (si la ocasión está brindada), la pedantería la que nos mueve a estos lances, sino satisfacer el deseo de compartir conocimiento.

Digo esto porque más de uno me habrá oído alguna vez dar esta explicación acerca de fray Luis de León, que, junto con otras imprecisiones históricas, hace ya casi tres lustros aprendí de un librito de Pedro Voltes.

Verbigracia, en cierta ocasión, un colega de Departamento me dijo que, al iniciarse un nuevo curso académico, acostumbraba a comenzar sus clases de bachillerato con el espíritu renacentista y salmantino que da el traer a colación la celebérrima expresión decíamos ayer. Le dije que me parecía estupendo, claro, pues cualquier ocasión ha de ser buena para que un alumno acreciente su acervo de culturilla general; después de todo, nunca se sabe, un buen día pueden presentarse a uno de tantos concursos que pululan por las rejillas de la programación televisiva, infestándola, y la diferencia entre continuar o ser eliminado puede estar en una anécdota sobre fray Luis. Con todo, advertí a mi buen colega de que, en la buena voluntad de su cita, no se encontraban ni el rigor histórico de la misma ni el espíritu tergiversado con que la tradición la ha hecho llegar hasta nosotros.

Dicebamus hesterna die son las palabras que la tradición histórica pone en boca de fray Luis, al retomar este sus clases en la universidad salmantina, tras cuatro años de encarcelamiento por un proceso inquisitorial en el que se le acusaba de prestar más atención al texto hebreo de la Biblia que a la Vulgata (¡qué descarrío ovino, Señor, el de aquellos humanistas!) Hay, pues, en la intención de este decíamos ayer una acre ironía que declara el triunfo interior del catedrático y vehicula con elegancia el desprecio hacia quienes lo calumniaron, lo persiguieron y lo procesaron. Así, citar de tal modo a fray Luis implica estar retomando quehaceres o menesteres largamente interrumpidos, pero despreciando, más que el tiempo transcurrido, las razones de la interrupción.

Las merecidas vacaciones de los alumnos, sin duda, no merecen desdeño por parte del profesor; antes bien, aprecio por parte de quien, a fin de cuentas, las comparte mutatis mutandis. A esto me refería al aludir a la tergiversación de espíritu.

Por otro lado, cabe saber que, seguramente, la expresión de fray Luis no fue dicebamus hesterna die, sino dicebamus externa die, por lo que debería traducirse como 'decíamos tiempo atrás'. Demasiadas veces, la realidad es más prosaica de lo que pretendemos, de ahí que a menudo la modifiquemos. No es que el docto sabio salmantino no estuviese dotado del ingenio necesario para el irónico decíamos ayer; pero su genio era más sosegado que su ingenio, más suave y tierno y, sobre todo, los tiempos que corrían y el entorno en que se hallaba no invitaban a provocaciones, como demuestra el hecho de que en 1582, diez años después de iniciarse el primer proceso contra él, fuese nuevamente procesado por la Inquisición. Sin duda, en 1576, hubo en la célebre frase más bien una dosis de prudente cautela que de silente desdén.

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