sábado, 10 de marzo de 2012

La Bohème


La crisis nos va quitando a todos esos pequeños caprichos que, como dulces paréntesis, nos separan momentáneamente de nuestra vida proletaria. Imagino que, de seguir así, un día habré de dejar también de acudir al Liceu. De momento, me resisto; pues, aunque pueda parecer un pequeño capricho burgués, es, en realidad una necesidad del alma. Además, un poco para compensar quién sabe qué, mi mujer lucía en la chaqueta una ostentosa chapa roja con una leyenda reivindicativa contra los recortes presupuestarios en sanidad y educación (la misma que habría lucido yo, de no haberla regalado previamente a Rubén, mi camarero favorito). Con todo, al margen del ahorro en la economía doméstica, los tentáculos ERE de la crisis a punto estuvieron de dejarnos sin función, cinco meses después de compradas las entradas.

El reparto de anoche no es el del día del estreno. Me quedé con las ganas de oír a la Musetta de Ainoha Arteta, brillante, según mi buena amiga Mary; pero la tocaya Garmendia estuvo a la altura del papel, añadiendo a su interpretación vocal una sobresaliente actuación teatral. Por otro lado, parece ser que Ramón Vargas, el tenor del estreno, quedaba tapado por la orquesta más de lo que resultaría aconsejable; en cambio Roberto Aronica sobresalió con suficiencia casi siempre: su repertorio hace tiempo que incluye a un Rodolfo capaz de convencer. En cuanto al papel protagonista femenino, de entre las cuatro posibles Mimís, lo cierto es que creía haber tenido la suerte de poder asistir a la interpretación de Inva Mula, soprano retenida desde hace tiempo en el rincón mitómano de mi cerebro por la interpretación de la Diva PlavaLaguna en El Quinto Elemento, de Luc Besson. Aún no sé por qué me tocó asistir a la de la uruguaya María José Siri; pero no puedo quejarme, puesto que fue, merecidamente, la más aplaudida de la velada. La mitomanía me la curo enseguida enlazando aquí el vídeo de aquel filme.



Por lo demás, la producción de esta temporada (la misma que pudo verse hace una década), dirigida por Giarcarlo del Mónaco, es sumamente vistosa, sin que en ningún momento traicione el tono del drama que viven los personajes. La buhardilla del primer y el último acto se resuelve en una escenografía ciertamente clásica, pero perfecta, a cuya idoneidad contribuye el tratamiento de la iluminación (por cierto, la escena en que vuelan infinitos papeles es de gran plasticidad).

La magnífica tramoya de que está dotado el Liceu permitió que la transición entre el primer y el segundo acto se sucediese imperceptiblemente a telón alzado, mientras en un primer plano, fuera de penumbra, Rodolfo y Mimí cantaban su dúo de amor. Aunque, como apunta Agustí Fancelli en su crítica de El País (29/02/2012), «Cabe preguntarse si la solución no podía repetirse en el paso del tercer al cuarto acto, pues ahí el descanso resulta francamente antipoético, amén de innecesario a apenas media hora del final.» Con todo, ha de hacerse notar que la escenografía de fuego y nieve del tercer acto es, sencillamente, admirable.

En fin, aunque (o precisamente porque) las crisis son «Malos tiempos para la lírica», que dirían Golpes Bajos (y, si no, que se lo pregunten al filósofo, al pintor, al músico o al poeta de Puccini), ¡un auténtico lujazo lo de anoche!

2 comentarios:

  1. Pues me alegra saber que aun te llegue para ir al Liceo, porque eso ha hecho que pueda disfrutar de lo que has contado :)

    Un lujo siempre leerte.

    Muchos besos.

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  2. Con los nuevos recortes, sin embargo, ya no me va a llegar para cerrar la temporada con mi ansiada Aida.

    En fin, otra vez será.

    Besitos.

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