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lunes, 10 de febrero de 2014

Calambur especificativo y explicativo


En España, el gran problema de la Justicia no está en los juicios que son paralelos; sino en los juicios, que son para lelos.
Nos toman por tontos.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Cae mierda sobre el Rey



En serio..., ¿todavía hay a quien no le convence la república?

sábado, 27 de julio de 2013

Legisla, ejecuta y juzga

En algunas tertulias parecen estar hilando demasiado delgado, además de equivocadamente. Y entre lo uno y lo otro, el telespectador pierde por entero la perspectiva. La última puntada fina y errónea en la sutileza del discurrir tertuliano es la que, no hace muchas mañanas en Al rojo vivo, trataba de poner los puntos sobres las íes diferenciales entre "filiación" y "afiliación" políticas, porque, pretendidamente, ello ha de tener carácter decisorio a la hora de dilucidar la falta o no de ética con que ha obrado el pepero presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, al no haber declarado su militancia. Pues bien, sépase que, tanto "filiación" como "afiliación" poseen los mismos tres puntos sobre las mismas tres íes, pues ambas pueden significar inscripción de alguien en una organización o en un grupo, como un partido político, por ejemplo.

Más preocupante resulta el hecho de que los tertulianos de esta mañana, así como tantos otros tertulianos, periodistas y políticos, no se pongan de acuerdo a la hora de decidir si la Constitución señala o no la incompatibilidad de la magistratura en el TC con la militancia política en cualquier partido. Y como quiera que todas las informaciones nos llegan más o menos sesgadas, yo prescindiré de cualquier argumento de opinión y me limitaré a transcribir los artículos que pueden ser pertinentes en la opinión que ustedes adopten:
  • Artículo 159.4: «La condición de miembro del Tribunal Constitucional es incompatible: con todo mandato representativo; con los cargos políticos o administrativos; con el desempeño de funciones directivas en un partido político o en un sindicato y con el empleo al servicio de los mismos; con el ejercicio de las carreras judicial y fiscal, y con cualquier actividad profesional o mercantil.
    En lo demás los miembros del Tribunal Constitucional tendrán las incompatibilidades propias de los miembros del poder judicial».
  • Artículo 159.5: «Los miembros del Tribunal Constitucional serán independientes e inamovibles en el ejercicio de su mandato».
  • Artículo 127.1: «Los Jueces y Magistrados así como los Fiscales, mientras se hallen en activo, no podrán desempeñar otros cargos públicos, ni pertenecer a partidos políticos o sindicatos. La ley establecerá el sistema y modalidades de asociación profesional de los Jueces, Magistrados y Fiscales».
El artículo 159 está extraído del Título IX (Del Tribunal Constitucional). En esencia, quienes defienden la compatibilidad de magistratura y militancia, es decir, los peperos —porque, en última instancia, lo que defienden no es otra cosa que la honorabilidad de Pérez de los Cobos— pregonan a los cuatro vientos el primer punto y aparte del apartado 4 de este artículo y se molestan mucho en precisar que «el desempeño de funciones directivas en partidos políticos» o «el empleo al servicio de los mismos» son cosa distinta de la mera militancia. Sin embargo, ponen el mismo empeño en silenciar el segundo punto y aparte de ese mismo artículo, pues inevitablemente nos remite al Título VI (Del Poder Judicial) donde la Constitución prohíbe sin lugar a interpretaciones ulteriores que los magistrados pertenezcan a partidos políticos o sindicatos.

Quisiera finalizar esta entrada con un par de reflexiones simples que infiero de lo hasta aquí referido.

Primera reflexión: a mí me da que, con tanto arrimar cada cual el ascua constitucional a su sardina partidista, la ley de leyes de este país, esa Constitución con la que tanto nos ahostian a los catalanes para dejar en agua de borrajas nuestro Estatut o para impedir que nos autodeterminemos, es, como mínimo, muy pero que muy interpretable, en especial si uno tiene dotes tergiversadoras. Procuraré recordarlo la próxima vez que alguien, obviando que el texto constitucional no solo prevé su reforma en el Título X, sino que ya ha sido reformado dos veces —1992 y 2011—, intente venderme la falacia de que la Constitución no se toca.

Segunda reflexión: a estas alturas del circo democrático en nuestro país, aunque todos creamos en la separación de poderes, nadie se la cree ya. El PP legisla, el PP ejecuta y, por si aún no lo sabíamos —que va a ser que sí—, el PP juzga.

lunes, 22 de abril de 2013

De Pepes o La putada del imputado

Jesús, trabajando como un pepe.
Pese a lo que el ministro Gallardón pueda pensar, la putada del imputado no es otra que serlo y, por serlo, ser noticia. La palabra con que la actualidad lo nombre no tiene culpa ninguna.

Cierto, la fonética de la voz imputado puede inducirnos a error respecto de su prístino origen y de cuál es la familia léxica a la que pertenece. Dejemos claro, pues, desde ya, que imputado nada tiene que ver con puta, palabra que procede del latín putta 'muchacha'. En cambio, el étimo latino en que se origina el verbo imputar, del cual imputado es forma no personal de participio, resulta ser putare, cuyo significado primordial es 'pensar', aunque posee otras acepciones como 'contar' o 'podar'. Y en cuanto a la familia léxica se refiere, no hay disputa alguna respecto a que sea familia de buena reputación.

Por otro lado, el hecho de que el término imputado no pueda calificarse de cacofónico u horrísono sin que, necesariamente, se lo relacione con el mundo del sexo mediante pago, nos obligará a ser blasfemos en cuanto, dentro de la familia léxica, demos con el adjetivo putativo. Recuérdese que putativo, por excelencia, es san José, puesto que, no siendo padre de Jesucristo, es reconocido como tal. La Iglesia se ha encargado bien de ello durante siglos y, en los devocionarios y misales de la liturgia latina, los feligreses de todas las parroquias no podían leer una sola referencia a «Sanctus Iosephus» sin que figurase al lado, a modo de ineludible epíteto, la expresión «Pater Putativus Christi». Por cierto —ya que aquí hemos llegado—, dada la frecuencia con que aparecía la expresión, lo corriente era encontrarla abreviada en «P. P. Christi» y, de este hecho, surge la explicación de que los Josés se llamen Pepes. No obstante, se trata de un argumento espurio, pues el origen del hipocorístico Pepe es mucho más prosaico: se trata, sencillamente, de una forma reducida de Jusepe —versión antigua de José—, tal como sucede con el catalán Pep respecto de Josep o con el italiano Beppe respecto de Giuseppe.

En fin, yo extraigo de todo esto un par de conclusiones. La primera es que menos mal que las siglas  y las abreviaturas difieren, aunque solo sea en un punto —literalmente, colocado junto a cada letra formante—; si no, aún tendríamos que oír que san José era pepero. La segunda conclusión es que, si imputado, según el DRAE, se aplica en derecho a la persona «contra quien se dirige un proceso penal», y encausado, a la «persona sometida a un procedimiento penal», el matiz distintivo no existe, por lo que vuelvo al principio: la putada del imputado no es otra que serlo. 

sábado, 20 de abril de 2013

La letrina eufemística


El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, defiende la idea de que la palabra imputado conlleva un «prejuicio de condena mediática» y ha anunciado que este próximo lunes se darán a conocer las propuestas en las que, para evitar esta situación, ha estado trabajando una comisión de expertos encargada por el Gobierno. «Hay muchos modelos, desde la figura de encausado hasta la de testigo asistido», ha avanzado el ministro.

No sé en qué consistirá el grueso de la pretendida reforma judicial, pero me da que, en lo que a la semántica atañe, Gallardón trata únicamente de maquillar la realidad política a golpe dictatorial de eufemismo, por una razón evidente: la honradez política —menudo oxímoron— se halla bajo mínimos; y ello, justo ahora que el PP está en el poder. ¡Vaya, por Dios! Gallardón no trata de proteger lingüísticamente a los imputados, sino a sus imputados, los peperos —y, de paso, quizás también a los de la Casa Real—. Es, pues, un nada gallardo galardón de Gallardón para posibles mangantes azules, ya sea por razón de sangre o de color ideológico. Por suerte, la gente no es imbécil —aunque, en su fuero interno, él piense seguramente que sí—; y adivina que, enseguida, la connotación peyorativa pasará del imputado al encausado o al testigo asistido, como quiera que finalmente pase a denominársele. Es un proceso semántico no sólo lógico sino inexorable, si se piensa que la carga negativa pertenece a la realidad, desde donde, eso sí, se contamina la voz con que nos referimos a ella.

Pensemos, por ejemplo, en las pretéritas gentes latinas que, apretadas de la perentoria necesidad de evacuar el vientre, dirigían sus diligentes pasos a descansar sus romanas nalgas en los orificios de una latrīna, en muchos casos, pública y comunal. Desconozco si las gentes del imperio tenían otra forma de llamar a estos lugares propicios a la evacuación intestinal, como acaso los llame Gallardón. Es posible, incluso, que la voz latrīna no llegase a sentirse como vergonzoso tabú, dado que el sistema de canalización e higiene usado por los romanos era tal que cabía la posibilidad de sentir todo el orgullo de la civilización al sentarse a cagar.

En el siglo xv, sin embargo, el agua corriente ya no corría y las letrinas eran, simplemente, insanos y hediondos pozos ciegos. Imagino al castellano de entonces habiéndose de disculpar frecuentemente durante cualquier conversación diciendo: «Perdón. He de ir un momento a la letrina. Vuelvo enseguida». Al sentarse uno sobre semejantes fuentes de infección, el orgullo de la civilización daría paso inevitablemente a la vergüenza de la inmundicia y, al cabo, ya casi nadie se excusaría ante nadie aduciendo la necesidad de ausentarse un momento para ir a las letrinas; no, al menos, haciendo uso de esa palabra. Efectivamente, letrina, pese a ser la misma que aquella otra latrīna y pese a haber nacido, por tanto, del latín lavātrīna —que alude literalmente al acto de lavarse—, debido a la maloliente fealdad de la realidad referida, no tardó en dejar de ser eufemismo. Se trata, como indicaba más arriba, de un proceso lingüístico nada extraño. Es la obligada alternancia entre  eludir y aludir: para referirnos a una realidad, eludimos un tabú aludiéndola con un eufemismo, un eufemismo que, por íntimo contacto semiótico con el referente, acabará desgastándose y sintiéndose como un tabú, el cual se hará necesario eludir aludiendo con un nuevo eufemismo, etc.

Fue así como el idioma inició su peregrinaje terminológico a través de las distintas voces con las que se ha ido aludiendo a lo que hoy, de vuelta a los orígenes de la lavātrīna, llamamos consuetudinariamente  lavabo. En el camino, usuales aún, pero claramente desgastadas han ido quedando palabras que advinieron como eufemismos pero que ya no lo son.

Retrete, por ejemplo, es voz prestada por el catalán al castellano que originariamente significaba 'retirado' o 'retraído'. Ciertamente, el habitáculo donde llevar a cabo nuestras mingitorias o fecales necesidades es lugar  en que retraerse, en que aislarse de los demás, una vez olvidado, como decía antes, aquel orgullo romano por su ingeniosa ingeniería comunal. En contra, recuperadas las aguas con el moderno sistema W. C. —de donde extrajimos nuestra voz váter, ya gastada del todo también como eufemismo—, el sentido de 'retirado' no deja de ser pertinente, pues el habitáculo ya no se halla alejado, fuera de las cuatro paredes de nuestras casas, sino que lo hemos incorporado a ellas como una estancia más —o dos o tres..., dependiendo de los posibles y del ánimo de ostentación de cada cual—.

Otro ejemplo, semejante al de retrete, lo tenemos en la palabra escusado —que no excusado, pues no proviene de excusa, sino de escusa 'escondida'—. Es de suponer que el sentido eufemístico con que se incorporó al idioma lo toma precisamente del hecho de que nos retraemos de los demás, de que nos escondemos de ellos. Pero, por mucho que nos escondamos, la escatológica esencia de los hechos y del lugar de los hechos acaba siempre por imponerse y deslucir cualquier intento de asepsia eufemística. Dicho, en plata: estamos hablando, literalmente, de un tema y un lugar de mierda.

¡Vaya!, he empezado hablando del ministro de Justicia y de la corrupción política y he acabado hablando mucho de..., en fin, de materia excrementicia. ¿Alguien más ve en ello dos temas consecutivos no solo temporal sino también lógicamente?

jueves, 31 de mayo de 2012

Sobre la cristofagia, ¡que es la hostia!

Faustino Cordón Bonet defendió la idea de que el ser humano poco menos que conquistó la civilización gracias a los fogones. La expresión es mía, y se trata de una sinécdoque, claro; pero, sin duda, Cocinar hizo al hombre.

Y total, ¿para qué?, me pregunto. ¿Para que un puñado de tomasmoristas del carajo sientan ahora la necesidad de denunciar al señor Krahe por encender el horno? Cierto es que el plato que el cantante preparaba hacia finales de los 70 no suele incluirse en los menús al uso de los restoranes; pero, después de todo, lo de comerse a Jesucristo, ya llevamos haciéndolo un par de milenios, año arriba, año abajo mediante las hostias. Habremos de concluir, pues, que la ofensa no se encuentra en la ingestión, sino en el horneado. Sin embargo, no puedo evitar que acuda a mi mente una analogía: ¿no ha sufrido también una suerte de cocción entre hostiarios esa oblea consagrada con que recibimos en nosotros —a través de ingestión, repito— a Jesucristo? En ese sentido, Dios es pan —ázimo— y no harina.

En ese sentido; porque, en otro, Dios lo es todo. Es decir, lo mismo es Padre, que Hijo, que Espíritu Santo..., que un plátano a los postres o unos canelones gratinados, los cuales, por cierto, a nadie ofenden, pese a que se someten a una temperatura semejante a la que las monjas conventuales someten sus aún no consagradas obleas.

Tan absurdo como que un creyente denuncie a alguien por cocinar a Jesús, me parecerá que un día alguien denuncie a los creyentes por práctica caníbal en la ingesta de Jesús.

¡Jesús, qué país este! ¡Dejémonos ya de hostias, que no están los tiempos para tantas!

En fin, por si alguien todavía no lo ha visto, aquí dejo el vídeo de la polémica, el cual, por cierto, fue censurado en su momento. Parece ser que, de la Transición a la plena democracia, las cosas no han variado tanto.


NOTA: Pese a que muchos comentaristas destacan del libro de Faustino Cordón la idea de que cocinar permitió que el hombre pasase de ser autótrofo a ser heterótrofo, sensu stricto y diccionario en mano, no acaba de ser cierto. Sin embargo, de ser mineral el crucifijo de Krahe, con esta receta para dos, el hombre alcanzaría por fin el rango de autótrofo.

miércoles, 13 de enero de 2010

JUSTICIA CIEGA.

De la serie Desnudos ©, por Gonksman.

No pretendo sacar a colación la retahíla casuística de injusticias con que la Justicia en España —no digamos en el mundo— nos sorprende última y consuetudinariamente; tanto es así que casi estoy por proponerle al adverbio su acepción religiosa. No pretendo, digo, sacarla a colación; menos aún, traerla en abono de causa alguna. Huelga hacerlo, se me antoja. ¿O hay alguien todavía necesitado de argumentos con que convencerse de las indefensiones, de los agravios, de los abusos, de las torpezas, de la falta de recursos.. que adornan la acción judicial en este país? Realmente, ¿alguien precisa aún que se le ponga en balanza la balanza de la Justicia?

La Justicia es ciega, efectivamente. Y en ello reside el problema. ¿Por qué no le desvendamos los ojos de una puñetera vez? Conviene que sea más justicia que ciega, digo yo. ¡Que vea, hombre! ¡Que vea claramente! Es que, si no, sucede lo que elocuente y metafóricamente dicta la imagen superior: la justicia es hermosa, ciega y se muestra desnuda ante nosotros; pero funciona al ritmo que le tocan.



NOTA: Es éste un texto que guardaba entre borradores de la anterior bitácora, desde hace mucho tiempo. Ni les cuento la de oportunidades que, desde entonces, han surgido para publicarlo. Lo hago ahora a raíz del bodrio intelectual en forma de sentencia con que el juez de lo Penal de Madrid, Ricardo Rodríguez, ha condenado a dos periodistas de la Cadena Ser. Si les interesa la noticia, no se pierdan el artículo de opinión de Juan Luis Cebrián
, del cual tuve noticia gracias a mi querida Hannah.