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jueves, 5 de enero de 2017

La cabalgata vigitana


Ayer fui al cine a satisfacer mi desmesurada cinefilia galáctica viendo Rogue One, el paraepisodio de la saga Star Wars. Como cabía esperar, disfruté de la película. Y, hasta aquí, la crítica cinematográfica de esta entrada. Lo que me interesa destacar de la sesión de ayer es uno de esos tantísimos anuncios que, en la actualidad, preceden a la proyección de los grandes estrenos de la temporada; se trata del anuncio íntegro de Campofrío en su campaña navideña Hijos del entendimiento, en el cual se nos presenta a una serie de parejas sentimentales cuyos miembros antagónicos imponen en sus vidas la comprensión por encima de la intolerancia. Un podemita y una pepera; un antitaurino y una taurina; una creyente y un ateo...; un independentista catalán y una españolista convencida son los matrimonios que el espectador reconoce como reales y no ficticios. 

Es probable que, sin deteriorar su longeva relación, el indepe y la españolísima anden hoy polemizando controladamente sobre la cabalgata de Reyes que TV3 retransmitirá dentro de pocas horas desde Vich. De ser así —hay quienes dudarán de ello; al menos, aquellos que critican el anuncio de Campofrío arguyendo el oxímoron del "exceso de tolerancia"—, algo podríamos aprender de ellos, sin duda.

Si prestamos atención a la prensa o, sobre todo, a las redes sociales —a este respecto, resulta ilustrativo seguir en Twitter la etiqueta #ReyesSinEstelada— comprenderemos hasta qué punto la sinrazón invade el terreno propio de la razón, esto es, el diálogo; el debate; la polémica, incluso. No existe ya apenas el interés por convencer al otro; mucho menos por tratar de comprenderlo. El único interés radica en dar rienda suelta a la iracundia, a menudo sin ni siquiera anteponer los límites de la falta de respeto y la ofensa.

En esencia, quienes se sienten alarmados —cuán eufemística me ha quedado la adjetivación— por los farolillos de la próxima cabalgata en Vich suelen esgrimir como argumento lo infame que resulta la manipulación de la infancia con fines ideológicos. Y así pueden leerse aberraciones como la que escribe @Zooropina: «Mucho "Dret a decidir" pero les arrancan de cuajo a los niños el derecho a la infancia. Miserables sin escrúpulos». O lo que escribe @AngelBaena5: «Lo que está haciendo el separatismo catalán con los niños es exactamente lo mismo que hizo Hitler en la Alemania Nazi».

Claro que, a esta línea de ataque, se opone otra de defensa en consonancia con lo que viene siendo la tónica del debate político en nuestro país, es decir, el "y tú qué" o "y tú más". Es entonces cuando, tirando desacertadamente de ironía, vemos aulas llenas de niños con banderas españolas o vemos a la Leti rodeada asimismo de numerosos niños con banderas españolas. ¿Qué esperamos que lleven?, ¿las del Reino de Lesoto, tal vez?, ¿las del de Bután, acaso? Lo cierto es que este tipo de contraargumento podría resultar acertado si la intención de quien lo arguye es la de equiparar dos normalidades; sin embargo, mucho me temo que lo que subyace sea algo así como "pues para adoctrinamiento, el vuestro", lo cual, si mucho no me equivoco, es tanto como conceder al otro parte de razón en su crítica. Un hecho que sustenta mi temor es que, en ciertas fotografías, la bandera que muestran los pequeños es la preconstitucional —¿por qué seguiremos denominando así, de manera tan laxa, a la que claramente es fascista, dictatorial, antidemocrática...?—. Otras analogías con algo más de acierto, pero igualmente concesivas a mi entender, pasan por ofrecer imágenes que asocian a los niños con las armas en ciertos encuentros con el ejército. He visto incluso la referencia a una cabalgata de Reyes a cargo de la Legión.

No obstante, la más contundente de las comparaciones es la que me ha hecho llegar en un wasap uno de mis amigos de toda la vida a quienes tanto quiero. Se trata de una imagen en la que un niño acaba de recoger de una cabalgata de Reyes unos caramelos en cuyo envoltorio cerúleo se leen las enormes siglas del Partido Popular. Y me parece de mayor acierto que el resto, en primer lugar, porque la carga ideológica no es de identificación patriótica con una u otra bandera, sino de color político; y en segundo lugar, porque la "doctrina" viene de la organización, no de los asistentes.

Seamos sinceros, si uno es españolista o independentista, monárquico o republicano, merengue o culé..., la camiseta con que vista a su hijo, la gorra con que cubra su cabeza o la banderita que le ponga en la mano llevarán los colores correspondientes a la propia filiación. Y salvo que mediante presión se le niegue al hijo en algún momento de su vida el derecho a elegir, lo que estaremos haciendo no será manipularlo, sino educarlo.

Serenemos un poco el ánimo y pensemos cuál puede ser el motivo de la discordia, porque —sigamos siendo sinceros— lo de la cabalgata es la enésima y no última excusa que nos buscaremos para escupirnos a la cara los respectivos sentimientos nacionalistas. Yo creo que todo se resume en el hecho de que TV3 va a retransmitir la cabalgata. Hace ya casi un lustro que los vigitanos —quienes quieren; quienes no, no— guían a SS. MM. hasta sus casas con farolillos estelados. Pero, claro, la trascendencia de tal costumbre reciente es limitada; sin embargo, si la televisión pública catalana lo difunde al conjunto de la sociedad, el eco se multiplica enormemente. Acaso la discusión debería ser esta, la de si la decisión de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals es acertada; esto es, si es o no neutra, objetiva, considerando que el año de la emisión es este 2017 en que se ha fechado un posible inicio de desconexión estatal. Quizá por aquí, encontraremos la tibieza con la que un orador de lengua y pensamiento afilados como Rufián habla del asunto, llegando a conceder que ello le «chirría» y que él «no lo haría».

En fin, ideologías al margen, en última instancia, a mí, lo que no deja de sorprenderme es que, en todo este asunto de los Reyes Magos, el problema sea la estrella.

martes, 12 de noviembre de 2013

Desautorización


Según el DRAE, desautorizar es un verbo transitivo monosémico, cuyo significado es el de 'Quitar a alguien o algo autoridad, poder, crédito o estimación'. En este caso, el sujeto agente de la acción verbal es la consellera d'Ensenyament, Irene Rigau, y el CD objeto de la transición verbal, ese alguien, es el docente.

Con los gobernantes, en general, y, en particular, con los gobernantes de derechas, conviene ir tirando de hemeroteca frecuentemente. Así, pues, dado que la Rigau es, fuera de toda duda, una gobernante plenamente derechizada, me dispongo a tirar de hemeroteca y a recordar cierta noticia que La Vanguardia o los distintos  medios de comunicación de la Corporació Catalana de Medis Audiovisuals (CCMA), como tantos otros, difundían hace casi exactamente dos años:
«La consellera de Enseñanza, Irene Rigau, ha afirmado hoy que el hecho de considerar autoridad pública a los profesores, condición que por ahora sólo ostentan los directores de escuela e inspectores, contribuirá a dar "valor, estima y respeto" a los docentes».
El 23 de octubre pasado, la Rigau dijo Diego donde había dicho digo y contribuyó con su voto a la amplia mayoría con que el Parlament de Catalunya rechazó continuar tramitando la proposición de ley del PPC —sí, de la derecha, de la otra derecha— para que los docentes fuéramos autoridad pública y gozásemos de la presunción de veracidad.

Uno pudiera pensar que el título de esta entrada no ha lugar, pues no cabe pensar que se desautoriza a quien no ha sido dotado previamente de autoridad. Sin embargo, acudo de nuevo a la única acepción del verbo para señalar que no queriendo investirnos de autoridad, se nos quita, desde luego, poder; por supuesto, crédito; e, indirectamente, estimación.

Durante estos dos años que median del digo al Diego, he podido comprobar cómo muchos colegas de profesión se manifestaban a favor de que nos fuese conferida la distinción de autoridad. De hecho, aunque no dudo de que debe de haberlos, no he oído a uno solo pronunciarse en contra. No se trata de una medida ideológica, sino de sentido común o, más bien, de intentar conservarlo en unos tiempos en los que, por desgracia, cada vez son más frecuentes los casos en que el maestro o el profesor es presionado, amenazado e, incluso, agredido por quienes debieran de estarle agradecidos, ya que es quien enseña y, en parte, educa a sus hijos. Y, aun no siendo una medida ideológica, en el Parlament se rechazó como tal. A saber, las izquierdas —las de verdad y las que siguen insistiendo en que lo son, pero ya no hay quien se lo crea— votaron en contra. Y la derecha, que hace dos años mantenía una misma actitud de aquiescencia, ahora ha mostrado una distinta de discrepancia: CIU votó en contra ¿Por qué? La frontera del Ebro, supongo, la cual lleva al partido en el Gobierno a olvidar, incluso, el anteproyecto de ley con el que la consellera acudió, este mismísimo verano, a la Mesa Sectorial de Negociación.

Como siempre, nos han traicionado. A todos, pues la educación es la de todos nuestros hijos. Esta vez,  la traición ha venido, además, traicionando sus propios principios. Créanme. Concédanme ustedes, al menos lo que el Parlament me niega: la presunción de veracidad.

Por cierto, lo peor de este pleno del 23 de octubre no fue la desautorización de la que vengo hablando en estos renglones, sino el hecho de que, en contra de la iniciativa de ICV, el Parlament seguirá permitiendo —y va ya camino de lo sempiterno— que los centros escolares que segregan por razón de sexo opten al concierto público.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Una P más que otra


Lo malo del Partido Popular es que sus políticas son demasiado partidistas y nada populares.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Analogía

Este último miércoles, a no sé qué pepero iluminado se le ocurría argumentar algo así como que cualquier relación entre la voluntad separatista de Catalunya y el proceso de independencia de ciertos países del Este respecto de la cárcel que era el estado soviético supone una aventura intelectual difícilmente explicable.

Yo, antes que aventura, lo llamaría analogía, y no creo que resulte difícil de explicar, por cierto. Bastaría con el argumento obvio del derecho de autodeterminación de los pueblos, reconocido internacionalmente.

Pero, ya puestos a conjeturar, analogía mediante, no deja de sorprender el hecho de que, siendo tan dispar el grado de democracia entre la desaparecida URSS y la actual España, se haya originado, sin embargo, idéntica reacción significativa en una parte de sus respectivos territorios. ¿No será que las actitudes estatales venidas de Madrid tienden a pecar de exceso de autoritarismo y de despótico centralismo?

Seguramente, la crisis es un excelente caldo de cultivo para el descontento social; pero ello no explica el hecho de que ERC, por muy de izquierda ideológica que sea, pase de los 244.854 votantes que le dieron su apoyo en las últimas generales de noviembre de 2011 a los más de 800.000 que, según estimaciones estadísticas de intención de voto, le concederían la mayoría en las próximas elecciones. Para explicar este significativo y, hasta hace dos miércoles, inverosímil vuelco electoral, hemos de fijarnos más bien en el eje argumental que va desde el secular pago de peajes en las vías catalanas y el boicot al cava hasta el tijeretazo al Estatut o a la recentísima LOMCE, pasando por innúmeros agravios de falta de inversión, pisoteo cultural y demás muestras de comprensión y aprecio a la pluralidad hispana. O sea, autoritarismo despótico.

Por cierto, el PSOE tampoco está exento de responsabilidad en este nuevo y efervescente statu quo.

viernes, 18 de octubre de 2013

Losada, cesado

Que hayan cesado al jefe de la Comisaría General de Policía Judicial, José García Losada, no puede sorprender a nadie. La suya ha sido la crónica de una muerte anunciada. Ya a principios de este verano, se rumoreaba con insistencia su cese, tras haber puesto a Ana Mato contra las cuerdas y frente a Correa —como juego de palabras, deja que desear, pero no he sabido ahorrármelo—.

Al frente de la Unidad de Delitos Económicos y Fiscales (UDEF), García Losada era el responsable máximo de las investigaciones relacionadas con la presunta financiación irregular de los partidos políticos. Esto es, investigó los casos Palau, Gürtel, Bárcenas...

El ministro de Interior, cuya preclara mente le llevó a asegurar durante la última campaña electoral que, en cuanto el PP llegase al poder, los mercados se tranquilizarían y la crisis poco menos que se desvanecería, el ínclito Jorge Fernández Díaz, es quien parece empecinado en ostentar el récord de renovaciones en un ministerio. Desde su llegada a Interior, tres son ya los responsables que ha colocado al frente de la investigación anticorrupción. Pudiera parecer que el ministro está muy preocupado por el tema. Y, seguramente, es así; pero en sentido inverso al que cabría esperar, puesto que, con tanto relevo y falta de continuidad en la dirección policial, la preocupación que se muestra es la de restar eficacia y, sobre todo, la de coartar la voluntad de investigación. Diez días fue lo que tardó Fernández Díaz en fulminar a Juan Antonio González, jefe de la policía judicial a la llegada del ministro. Cinco meses fueron los que duró en este nuevo cargo su sustituto, Enrique Rodríguez Ulla, quien —¡oh, equivocación entre equivocaciones!— ordenó la investigación sobre el ático de lujo en Marbella del presidente de la Comunidad de Madrid. Por cierto, cinco meses deben de constituir también un lamentable récord, parejo y en consonancia con el de haber tenido cuatro comisarios principales para la lucha contra la corrupción en una sola legislatura aún por acabar.

En fin, que la política en este pepepaís nuestro va siempre mucho más allá (incluso de lo razonable). Con la fulminante destitución de José García Losada, el Gobierno consigue, efectivamente, ir más allá y pasar de la política anticorrupción a la política antianticorrupción. Apenas un prefijo más allá.

lunes, 14 de octubre de 2013

Quien parte y reparte se queda sin parte

Dentro de muy pocas horas, el diario austriaco "Kurier" publicará una entrevista con Rajoy. En ella, el ínclito Mariano nos dejará la siguiente confesión: "Soy consciente de que exigimos sacrificios a los ciudadanos, pero somos cuidadosos de repartir las cargas de forma justa".

Ignoro qué debe de entender el sr. Rajoy por "de forma justa". Tras oír decir recientemente a su compinche Montoro que  "Los salarios no están bajando en España, [sino que] moderan su crecimiento", lo cierto es que uno se puede esperar ya cualquier tergiversación semántica. Lo que sí sé es que mi salario ha disminuido en más de una ocasión; el de Rajoy, nunca. Lo que sí sé es que, por enésima vez, no cobraré mi paga extra; Rajoy, sí. Lo que sí sé es que las pensiones subirán un 0,25%; el IPC, más. Lo que sí sé es que el paro afecta ya a más de un cuarto de la población activa; a Rajoy no. Ciertamente son demasiadas las cosas que pueden saberse.

En fin, los políticos gobernantes —en especial, los del PP— saben, como nadie, identificar eufemismo y falacia. Y este presidentucho nuestro de tercera fila, que accedió al poder con la promesa de meter la tijera a todo, salvo a las pensiones públicas, la sanidad y la educación, hace ya demasiado tiempo —el que media desde su advenimiento— que perdió cualquier atisbo de credibilidad.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Verdades de mentira y la mayoría silenciosa

La mayoría silenciosa, de A. Berni. Polimatérico sobre madera, 1972
Suele decirse a menudo que existen verdades, mentiras y estadísticas; aunque yo prefiero, en rigor, parafrasear a Mark Twain y decir que lo que en realidad existe no son más que mentiras, grandes mentiras y estadísticas. Al menos, en la vida pública. Y con vida pública no me refiero, perifrástica y asépticamente, al mundillo de las vulpéculas bípedas que habitan las esquinas nocturnas de los bajos fondos; me refiero, en realidad, a la política, pues, después de todo, hay más puterío en ella que en la propia hampa.

Al político, lo único que le mueve es su reelección. El político —al menos, el político español— no busca el interés ciudadano, sino el propio. Busca perpetuarse, como hace cualquier especie viva en la naturaleza; no obstante, el político no es un ser natural, sino social, y, si algo distingue claramente sociedad y naturaleza, ello es el principio ético —del cual el político carece, claro—.

En cualquier caso, lo que, en política, tienen en común mentiras, grandes mentiras y estadísticas es la intención de manipular al ciudadano, al posible votante. De ahí que, cuando la verdad entra en la escena política, la tendencia mayoritaria se divide entre la opción de enmascararla, tergiversarla, trabucarla..., y la opción de silenciarla. Al servicio de lo uno y de lo otro, nada mejor que una buena estadística con la que destacar los aspectos favorables y callar los desfavorables. Esta es la razón primordial por la que nadie se sorprende cuando, tras un recuento electoral, todos los partidos llevan a cabo lecturas positivas de los datos recabados.

No hace mucho, TV3 pregonaba la opinión de «una mayoría de catalanes» acerca de que el Govern «lo está haciendo regular». Como estadística, resulta cochambrosa: ¿la mayoría es aplastante o escasa? ¿Del 60%, el 70%..., el 99%? ¿Quienes conforman la minoría opinaban que el Govern lo hace bien o mal? Por los mismos días, la prensa publicó que el 80% de los votantes del PP opinaban que el Gobierno no actuaba bien en el caso de aquel-presunto-delincuente-que-sufre-prisión-preventiva, o sea, en el caso Bárcenas. El ochenta es, sin duda, un porcentaje de mayoría contundente y, sin embargo, evita que nos sorprendamos por el hecho de que todavía veinte de cada cien personas no opinen que el Gobierno no sabe gestionar este caso.

Y no solo con los datos porcentuales de las estadísticas se intenta jugar; también se hace lo (im)propio con los números absolutos. La asistencia a eventos de reivindicación social marca siempre tales diferencias entre las cifras gubernamentales y las manejadas por los convocantes que, inevitablemente, entendemos que unos, otros o ambos mienten. La crisis económica nos ha llenado los tiempos presentes de numerosas concentraciones, manifestaciones, huelgas..., con que aseverar lo dicho. Y más recientemente aún, las 400.000 personas que, según unos, se dieron las manos en la Via Catalana son apenas una paupérrima, ridícula cuarta parte del millón seiscientas mil personas que, según los otros, vistieron de amarillo el trazado catalán de la antigua Vía Augusta. Seguramente una cifra esté, más que la otra, próxima a la real; no obstante, puestos a contemplar la verdad, esta carece de números: la verdad innúmera es que la Via Catalana ha sido un éxito que no puede ningunearse. Con todo, lo que más sorprende en la disoluta interpretación de la realidad —ya no me atrevo ni a seguir llamándola verdad— es esa apropiación indebida que los peperos hacen de lo que se conoce como mayoría silenciosa, una mayoría silenciosa que la Camacho se ha apresurado a cuantificar en 6.000.000 de personas. Como diríamos por aquí, "Són faves comptades", que, dicho sea de paso, dan como resultado la tácita admisión de que en la Via Catalana se dieron la mano 1,6 millones de personas, pues, como es sabido, la población de Catalunya sobrepasa los 7,5 millones de habitantes.

Esta mañana, Quim, un buen colega del departamento de filosofía, me recordaba la paternidad de Nixon respecto del término mayoría silenciosa. No me he documentado acerca de si la prístina acuñación se la debemos a este expresidente estadounidense; pero, puestos a recordar su famoso discurso de 1969, se me ocurre algún que otro pero. En primer lugar, la Via Catalana no ha opuesto a la «mayoría silenciosa» lo que Nixon denominó una «ruidosa minoría», sino más bien lo que J. R. J. hubiese llamado una «inmensa minoría». Por otro lado, la minoría que Nixon trataba de despreciar adjudicándose la coincidencia de opinión con la mayoría silenciosa no era otra que, ni más ni menos, la de la protesta contra la guerra de Vietnam. Que Nixon se equivocaba parece obvio a estas alturas de la historia; como se equivocará Rajoy si se erige en portavoz de los silenciosos. A los silenciosos, en Catalunya, lo que nos tienen que dar es una papeleta y una urna. Y, si los números son los que pretenden, que no se preocupen. Y si no lo son, que nos dejen. En sentido absoluto.

Ahora bien, no me extraña que el PP se deje llevar por su inexorable inercia a la hora de apropiarse de las distintas mayorías silenciosas —lo ha hecho ya con la que no se manifiesta contra los recortes, con la que no acampa con los indignados...—. No me extraña que se sientan cómodos con semejante apropiación porque, no en vano, la mayoría silenciosa fue aquello que sostuvo al franquismo tras la cruenta represión de la inmediata posguerra.

sábado, 27 de julio de 2013

Legisla, ejecuta y juzga

En algunas tertulias parecen estar hilando demasiado delgado, además de equivocadamente. Y entre lo uno y lo otro, el telespectador pierde por entero la perspectiva. La última puntada fina y errónea en la sutileza del discurrir tertuliano es la que, no hace muchas mañanas en Al rojo vivo, trataba de poner los puntos sobres las íes diferenciales entre "filiación" y "afiliación" políticas, porque, pretendidamente, ello ha de tener carácter decisorio a la hora de dilucidar la falta o no de ética con que ha obrado el pepero presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, al no haber declarado su militancia. Pues bien, sépase que, tanto "filiación" como "afiliación" poseen los mismos tres puntos sobre las mismas tres íes, pues ambas pueden significar inscripción de alguien en una organización o en un grupo, como un partido político, por ejemplo.

Más preocupante resulta el hecho de que los tertulianos de esta mañana, así como tantos otros tertulianos, periodistas y políticos, no se pongan de acuerdo a la hora de decidir si la Constitución señala o no la incompatibilidad de la magistratura en el TC con la militancia política en cualquier partido. Y como quiera que todas las informaciones nos llegan más o menos sesgadas, yo prescindiré de cualquier argumento de opinión y me limitaré a transcribir los artículos que pueden ser pertinentes en la opinión que ustedes adopten:
  • Artículo 159.4: «La condición de miembro del Tribunal Constitucional es incompatible: con todo mandato representativo; con los cargos políticos o administrativos; con el desempeño de funciones directivas en un partido político o en un sindicato y con el empleo al servicio de los mismos; con el ejercicio de las carreras judicial y fiscal, y con cualquier actividad profesional o mercantil.
    En lo demás los miembros del Tribunal Constitucional tendrán las incompatibilidades propias de los miembros del poder judicial».
  • Artículo 159.5: «Los miembros del Tribunal Constitucional serán independientes e inamovibles en el ejercicio de su mandato».
  • Artículo 127.1: «Los Jueces y Magistrados así como los Fiscales, mientras se hallen en activo, no podrán desempeñar otros cargos públicos, ni pertenecer a partidos políticos o sindicatos. La ley establecerá el sistema y modalidades de asociación profesional de los Jueces, Magistrados y Fiscales».
El artículo 159 está extraído del Título IX (Del Tribunal Constitucional). En esencia, quienes defienden la compatibilidad de magistratura y militancia, es decir, los peperos —porque, en última instancia, lo que defienden no es otra cosa que la honorabilidad de Pérez de los Cobos— pregonan a los cuatro vientos el primer punto y aparte del apartado 4 de este artículo y se molestan mucho en precisar que «el desempeño de funciones directivas en partidos políticos» o «el empleo al servicio de los mismos» son cosa distinta de la mera militancia. Sin embargo, ponen el mismo empeño en silenciar el segundo punto y aparte de ese mismo artículo, pues inevitablemente nos remite al Título VI (Del Poder Judicial) donde la Constitución prohíbe sin lugar a interpretaciones ulteriores que los magistrados pertenezcan a partidos políticos o sindicatos.

Quisiera finalizar esta entrada con un par de reflexiones simples que infiero de lo hasta aquí referido.

Primera reflexión: a mí me da que, con tanto arrimar cada cual el ascua constitucional a su sardina partidista, la ley de leyes de este país, esa Constitución con la que tanto nos ahostian a los catalanes para dejar en agua de borrajas nuestro Estatut o para impedir que nos autodeterminemos, es, como mínimo, muy pero que muy interpretable, en especial si uno tiene dotes tergiversadoras. Procuraré recordarlo la próxima vez que alguien, obviando que el texto constitucional no solo prevé su reforma en el Título X, sino que ya ha sido reformado dos veces —1992 y 2011—, intente venderme la falacia de que la Constitución no se toca.

Segunda reflexión: a estas alturas del circo democrático en nuestro país, aunque todos creamos en la separación de poderes, nadie se la cree ya. El PP legisla, el PP ejecuta y, por si aún no lo sabíamos —que va a ser que sí—, el PP juzga.

lunes, 22 de julio de 2013

Plasma plasta

Viendo la tele y pensando en Rajoy, resulta increíble lo mucho que aparece, con lo poco que comparece.

sábado, 20 de julio de 2013

La importancia de "de"


A los pobres honrados, el capitalismo les tiene destinados contratos basura.

A los políticos corruptos, contratos de basura. De recogida de basura, claro

miércoles, 10 de julio de 2013

Lideresa

Hace nada, mi mujer me preguntaba sobre si era o no correcto el término lideresa con que, perifrásticamente, acababan de referirse en cierto programa de la televisión a Alicia Sánchez-Camacho. Mi respuesta, tras un prudente "no sé, pero supongo [...]" que suele caracterizarme, fue la de "[...] que no". Pero erraba el pronóstico.

En castellano, los sustantivos finalizados en vocal + r que señalan actividades humanas, profesiones, cargos o títulos suelen ser comunes en cuanto al género, salvo los acabados en -or, los cuales suelen añadir  a esta terminación el flexivo -a. Así, decimos la militar, la sumiller, la faquir o la augur de igual manera a como decimos el militar, el sumiller, el faquir o el augur. De esta tendencia idiomática, que mi mente había convertido en norma de manera precipitada, junto al hecho de que, como hablante o lector, nunca me había topado con el sustantivo en cuestión, había nacido la errónea respuesta negativa que brindé a mi mujer.

Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), la voz líder, proveniente del inglés leader 'guía', se incorporó a nuestro lexicón académico en la edición de 1970. Dos eran las acepciones de este calco adaptado: la que señalaba a 'quien va en cabeza en una competición deportiva' y la que nombraba al 'conductor de un partido político o de otra colectividad'. En esta segunda acepción —primera, en realidad, en aquel DRAE de 1970— era donde hubiera tenido cabida semántica la susodicha Sánchez-Camacho. Sucedía, no obstante, que la información gramatical de la entrada marcaba el sustantivo como masculino, y, salvo chiste fácil, la Camacho deja así de encajar como referente aludido.

Y así, en esencia, se mantuvo la entrada líder hasta la edición de 1992, inclusive. Pero lo cierto es, sin embargo, que, en la actual edición del DRAE —la que hay en vigor y cabe suponer que también en la vigesima tercia, que está horneándose—, el sustantivo lideresa posee entrada propia. Bien es cierto que el mismo diccionario advierte de que esta voz es de mayor uso en América.

En fin, también existe, después de todo, aunque sea de escaso uso, el femenino choferesa, el cual, en mi modesta opinión, ha perdido el poco afrancesamiento que pudiera quedarle al chófer y aun al chofer.

En condiciones normales, la última oración que he escrito hubiese sido la que sirve de remate a esta entrada; pero no puedo evitar armarme de calambur y sentenciar con que me importa un pito y tres bledos despectivos que sea  líder o lideresa la líder esa.

lunes, 22 de abril de 2013

De Pepes o La putada del imputado

Jesús, trabajando como un pepe.
Pese a lo que el ministro Gallardón pueda pensar, la putada del imputado no es otra que serlo y, por serlo, ser noticia. La palabra con que la actualidad lo nombre no tiene culpa ninguna.

Cierto, la fonética de la voz imputado puede inducirnos a error respecto de su prístino origen y de cuál es la familia léxica a la que pertenece. Dejemos claro, pues, desde ya, que imputado nada tiene que ver con puta, palabra que procede del latín putta 'muchacha'. En cambio, el étimo latino en que se origina el verbo imputar, del cual imputado es forma no personal de participio, resulta ser putare, cuyo significado primordial es 'pensar', aunque posee otras acepciones como 'contar' o 'podar'. Y en cuanto a la familia léxica se refiere, no hay disputa alguna respecto a que sea familia de buena reputación.

Por otro lado, el hecho de que el término imputado no pueda calificarse de cacofónico u horrísono sin que, necesariamente, se lo relacione con el mundo del sexo mediante pago, nos obligará a ser blasfemos en cuanto, dentro de la familia léxica, demos con el adjetivo putativo. Recuérdese que putativo, por excelencia, es san José, puesto que, no siendo padre de Jesucristo, es reconocido como tal. La Iglesia se ha encargado bien de ello durante siglos y, en los devocionarios y misales de la liturgia latina, los feligreses de todas las parroquias no podían leer una sola referencia a «Sanctus Iosephus» sin que figurase al lado, a modo de ineludible epíteto, la expresión «Pater Putativus Christi». Por cierto —ya que aquí hemos llegado—, dada la frecuencia con que aparecía la expresión, lo corriente era encontrarla abreviada en «P. P. Christi» y, de este hecho, surge la explicación de que los Josés se llamen Pepes. No obstante, se trata de un argumento espurio, pues el origen del hipocorístico Pepe es mucho más prosaico: se trata, sencillamente, de una forma reducida de Jusepe —versión antigua de José—, tal como sucede con el catalán Pep respecto de Josep o con el italiano Beppe respecto de Giuseppe.

En fin, yo extraigo de todo esto un par de conclusiones. La primera es que menos mal que las siglas  y las abreviaturas difieren, aunque solo sea en un punto —literalmente, colocado junto a cada letra formante—; si no, aún tendríamos que oír que san José era pepero. La segunda conclusión es que, si imputado, según el DRAE, se aplica en derecho a la persona «contra quien se dirige un proceso penal», y encausado, a la «persona sometida a un procedimiento penal», el matiz distintivo no existe, por lo que vuelvo al principio: la putada del imputado no es otra que serlo. 

sábado, 20 de abril de 2013

La letrina eufemística


El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, defiende la idea de que la palabra imputado conlleva un «prejuicio de condena mediática» y ha anunciado que este próximo lunes se darán a conocer las propuestas en las que, para evitar esta situación, ha estado trabajando una comisión de expertos encargada por el Gobierno. «Hay muchos modelos, desde la figura de encausado hasta la de testigo asistido», ha avanzado el ministro.

No sé en qué consistirá el grueso de la pretendida reforma judicial, pero me da que, en lo que a la semántica atañe, Gallardón trata únicamente de maquillar la realidad política a golpe dictatorial de eufemismo, por una razón evidente: la honradez política —menudo oxímoron— se halla bajo mínimos; y ello, justo ahora que el PP está en el poder. ¡Vaya, por Dios! Gallardón no trata de proteger lingüísticamente a los imputados, sino a sus imputados, los peperos —y, de paso, quizás también a los de la Casa Real—. Es, pues, un nada gallardo galardón de Gallardón para posibles mangantes azules, ya sea por razón de sangre o de color ideológico. Por suerte, la gente no es imbécil —aunque, en su fuero interno, él piense seguramente que sí—; y adivina que, enseguida, la connotación peyorativa pasará del imputado al encausado o al testigo asistido, como quiera que finalmente pase a denominársele. Es un proceso semántico no sólo lógico sino inexorable, si se piensa que la carga negativa pertenece a la realidad, desde donde, eso sí, se contamina la voz con que nos referimos a ella.

Pensemos, por ejemplo, en las pretéritas gentes latinas que, apretadas de la perentoria necesidad de evacuar el vientre, dirigían sus diligentes pasos a descansar sus romanas nalgas en los orificios de una latrīna, en muchos casos, pública y comunal. Desconozco si las gentes del imperio tenían otra forma de llamar a estos lugares propicios a la evacuación intestinal, como acaso los llame Gallardón. Es posible, incluso, que la voz latrīna no llegase a sentirse como vergonzoso tabú, dado que el sistema de canalización e higiene usado por los romanos era tal que cabía la posibilidad de sentir todo el orgullo de la civilización al sentarse a cagar.

En el siglo xv, sin embargo, el agua corriente ya no corría y las letrinas eran, simplemente, insanos y hediondos pozos ciegos. Imagino al castellano de entonces habiéndose de disculpar frecuentemente durante cualquier conversación diciendo: «Perdón. He de ir un momento a la letrina. Vuelvo enseguida». Al sentarse uno sobre semejantes fuentes de infección, el orgullo de la civilización daría paso inevitablemente a la vergüenza de la inmundicia y, al cabo, ya casi nadie se excusaría ante nadie aduciendo la necesidad de ausentarse un momento para ir a las letrinas; no, al menos, haciendo uso de esa palabra. Efectivamente, letrina, pese a ser la misma que aquella otra latrīna y pese a haber nacido, por tanto, del latín lavātrīna —que alude literalmente al acto de lavarse—, debido a la maloliente fealdad de la realidad referida, no tardó en dejar de ser eufemismo. Se trata, como indicaba más arriba, de un proceso lingüístico nada extraño. Es la obligada alternancia entre  eludir y aludir: para referirnos a una realidad, eludimos un tabú aludiéndola con un eufemismo, un eufemismo que, por íntimo contacto semiótico con el referente, acabará desgastándose y sintiéndose como un tabú, el cual se hará necesario eludir aludiendo con un nuevo eufemismo, etc.

Fue así como el idioma inició su peregrinaje terminológico a través de las distintas voces con las que se ha ido aludiendo a lo que hoy, de vuelta a los orígenes de la lavātrīna, llamamos consuetudinariamente  lavabo. En el camino, usuales aún, pero claramente desgastadas han ido quedando palabras que advinieron como eufemismos pero que ya no lo son.

Retrete, por ejemplo, es voz prestada por el catalán al castellano que originariamente significaba 'retirado' o 'retraído'. Ciertamente, el habitáculo donde llevar a cabo nuestras mingitorias o fecales necesidades es lugar  en que retraerse, en que aislarse de los demás, una vez olvidado, como decía antes, aquel orgullo romano por su ingeniosa ingeniería comunal. En contra, recuperadas las aguas con el moderno sistema W. C. —de donde extrajimos nuestra voz váter, ya gastada del todo también como eufemismo—, el sentido de 'retirado' no deja de ser pertinente, pues el habitáculo ya no se halla alejado, fuera de las cuatro paredes de nuestras casas, sino que lo hemos incorporado a ellas como una estancia más —o dos o tres..., dependiendo de los posibles y del ánimo de ostentación de cada cual—.

Otro ejemplo, semejante al de retrete, lo tenemos en la palabra escusado —que no excusado, pues no proviene de excusa, sino de escusa 'escondida'—. Es de suponer que el sentido eufemístico con que se incorporó al idioma lo toma precisamente del hecho de que nos retraemos de los demás, de que nos escondemos de ellos. Pero, por mucho que nos escondamos, la escatológica esencia de los hechos y del lugar de los hechos acaba siempre por imponerse y deslucir cualquier intento de asepsia eufemística. Dicho, en plata: estamos hablando, literalmente, de un tema y un lugar de mierda.

¡Vaya!, he empezado hablando del ministro de Justicia y de la corrupción política y he acabado hablando mucho de..., en fin, de materia excrementicia. ¿Alguien más ve en ello dos temas consecutivos no solo temporal sino también lógicamente?

viernes, 15 de marzo de 2013

Una imagen y menos de mil palabras

Uno de los aspectos básicos de la creación publicitaria, al menos según la explicamos los profes de lengua en las aulas, es el diálogo que se establece  entre texto e imagen: el texto puede aclarar el sentido de la imagen, si esta complementa o ejemplifica el de aquel...

Así, la imagen se nos cuela en el ámbito académico de las palabras. De igual manera sucede en la prensa escrita. Sucintamente, podríamos definir los periódicos como publicaciones diarias de noticias; y las noticias, como textos que relatan la actualidad. Y sin embargo, cada vez más, la imagen va comiendo espacio a la letra de los diarios. Ello resulta especialmente evidente en el diseño de sus portadas. Las razones para que sea así resultan obvias y acaban por dar validez a esa sentencia famosa de cuyo uso abusamos y con la que no siempre cabe estar de acuerdo: "Una imagen vale más que mil palabras".

En cualquier caso, no es de estas razones obvias de lo que quiero escribir, sino de la costumbre adquirida de un tiempo a esta parte de montar las portadas de los diarios sobre la base de dos noticias, a partir de las cuales pueden obtenerse, respectivamente, el titular del día y la imagen del día. Ello hace que, sin remedio, se cree un diálogo entre texto e imagen, que no es pretendido y estudiado, como sí sucede en el ámbito publicitario, sino inconsciente y azaroso.

Si damos un repaso a algunos de los apartados que nos ofrece la prensa de hoy, tendremos ejemplos más que suficientes de lo expuesto —de hecho, estos renglones nacen de haber hecho yo ese repaso previo a primera hora de la mañana—. Los titulares de hoy coinciden en dar cuenta del freno a los desahucios; las imágenes, en cambio, en ilustrar la nueva actualidad vaticana. Es decir, la falsa impresión resultante de aunar información textual e información visual es la de que los desahucios se han acabado gracias a Dios, lo cual no es locución interjectiva con la que manifestar alivio, sino sintagma preposicional de significado literal: gracias a Dios, papa mediante. Veamos, si no, La Vanguardia: «Europa abre la puerta a que los jueces suspendan los desahucios», reza el titular de paso enorme junto a una imagen de gran formato en la que se ve a Francisco I, crucifijo en ristre. O el diario Ara, en el que un enorme «STOP desnonaments» figura encima de una fotografía en la que puede verse al nuevo papa junto a parte de la curia pontificia, preocupados todos, en el descenso de la escalinata vaticana, por el hecho de que, si la Iglesia no proclama a Jesucristo, se convierte en una ONG piadosa. Algo distinta resulta la portada de El Punt Avui, el cual, por su carácter de prensa regional, en vez de irse hasta Roma, se queda en Colera (Girona) y muestra una imagen en la que el viento ha hecho caer una gran grúa sobre una casa, imagen con la que, inevitablemente, se establece un juego metafórico con los desahucios de marras y las "Hipotecas abusivas", sintagma que figura hoy como título de portada de este diario. Con todo, la relación casual que acaba siendo más íntima entre titular e imagen es la que se da en la portada de El Periódico de Catalunya: "Ahora, sí. Stop desahucios" puede leerse sobre una imagen del nuevo papa con un gran pie de foto lateral en que el pontífice dice: «Ojalá Dios os perdone por lo que habéis hecho». Lástima que Francisco I dirigiese sus palabras a los cardenales por haberlo elegido y no a los responsables de esta mierda de sistema en crisis, por dejar a la gente sin techo bajo el que cobijarse.

Lástima también que apenas el lapso de un día impidiese hacer coincidir en las portadas recientes de la prensa mundial el titular HABEMUS PAPAM con la fotografía de un Messi que corría loco de alegría siguiendo la cal del fondo sur del Camp Nou, coincidencia que, sin duda, hubiese hecho necesario un pie de foto esclarecedor más o menos de esta guisa: Messi, loco de alegría. No por la elección de un papa argentino, sino por su segundo gol al Milan, con el cual quedaba igualada la eliminatoria.

jueves, 14 de marzo de 2013

Escupitajos políticos

La Mossa representa el  lado amable de nuestra policía,
el Mosso, el lado duro. O, en otro orden de cosas, el
Mosso representa la visión que del Cuerpo tiene el PP,
y la Mossa, la que tienen los desafectos a la gaviota.

No es que tenga ganas de defender a la policía; menos aún, sin embargo, las tengo de atacarla. La policía debería estar ahí, sin más, sin que nos ocupemos de ella y sin preocuparnos por ella, ocupándose ella de nosotros y preocupándose por nosotros. Y, no obstante, me propongo a continuación escribir estos pocos renglones en que ya ando para, hablando de policías, hablar de otras cosas. Por ejemplo, de que este país en el que vivo y al que amo, Catalunya, dista mucho de ser perfecto. No es el país de las maravillas, lo cual resulta coherente con el hecho de que nuestra Alicia —que la tenemos— es cualquier cosa menos un entrañable personaje de cuento infantil, dada su inequívoca tendencia facciosa a la hora de pergeñar sus perpetraciones políticas.

Como es sabido, estos últimos días la irresponsable responsable del PP catalán, Alícia Sánchez Camacho, ha decidido renunciar a la escolta de los Mossos d'Esquadra que le había sido asignada por su condición de responsable política —por cierto, lo de política me queda claro; lo de responsable, no tanto—. En su lugar, ha decidido solicitar el servicio de protección al Cuerpo Nacional de Policía. La razón que para ello ha aducido la susodicha es que no se fía de una policía autonómica por la cual teme ser espiada.

Desde luego, hay mayor hondura de reflexión política en un escupitajo expelido contra el suelo por un defecto de tialismo que en esta decisión, la cual se me antoja, como mínimo muy mínimo, nada prudente. Y digo nada prudente por varias razones. En primer lugar, porque las acusaciones son, más allá de dudosas, infundadas. En segundo lugar, porque quién puede aseguarle a Alicia que los agentes encargados de su protección no son exguardiaciviles o, incluso, expolicías nacionales, que, como las meigas, habelos hainos. O votantes del PP. A todo ello, habría que añadir el hecho de que, si los Mossos quisiesen realmente espiar a Alicia, no habrían de cesar en su empeño por haberles sido retirado el cometido de escoltarla. Pero la mayor torpeza de cálculo político reside en lo que, en buena lógica, se infiere de todo este despropósito: el pervertido maniqueísmo de polis buenos y polis malos, identificados respectivamente con estatales y autonómicos. Ellos y nosotros.  Ellos frente a nosotros. Toda dicotomía implica inherentemente una oposición. Toda oposición es punto de partida válido para una partición, para una separación. Y, lo que es lo mismo: en el principio de innumerables rupturas, se halla la desconfianza. ¿No es la ruptura, la separación, lo que precisamente pretende evitar Alicia?

Por otro lado, si realmente fuese la desconfianza en el buen hacer y el recto proceder de los Mossos d'Esquadra lo que lleva a la ínclita Camacho a su renuncia, ¿no habría también de recelar, seguramente con mayor razón aún, de una Policía Nacional capaz de acusar anónimamente de fraude fiscal a los mandamases catalanes? Pero no. Sucede que el interés de esta señora y, por ende, el interés pepero, es análogo al del pescador en las aguas revueltas del río.

Que el interés de la Camacho corre parejo al de su partido es una obviedad en la que viene a incidir la reciente afirmación del ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, acerca de que los Mossos d'Esquadra no tienen una mayor participación en las investigaciones contra la violencia doméstica porque no les da la gana —no se arriesga a decir si es a ellos mismos a quienes no les da la gana o es a quienes los dirigen políticamente—. Así pues, parece que este miembro del gabinete no solo comprende la actitud de su correligionaria catalana, tal como ha manifestado públicamente, sino que además se suma a esa manera de proceder que ha dado pie al portavoz del Govern de la Generalitat, Francesc Homs, a declarar que «Aviat el coneixarem com el ministre de l'Interior i de la guerra bruta».

Con todo esto, no cuesta trabajo entender que Fernández Díaz concediese crédito y defendiese en su momento la autenticidad del famoso documento fantasma, falsamente atribuido a la UDEF (Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal). Y no solo eso, sino que ahora, olvidado ya el ridículo cometido con el apócrifo, el ministro amenaza con nuevos papeles acusadores aparecidos precisamente tras tirar del hilo del docufantasma. Y es que el estilo del Gobierno del Estado, que no es otro que el del PP —pues no hay quien distinga lo uno de lo otro, por desgracia—, consiste en la vieja táctica del ¡a que me chivo! Véase, si no, la semejanza entre esta amenaza de «tirar del hilo» y aquella otra reciente de Montoro a los actores. 

Ya está bien, por mor de Dios, señores ministros. Señor Montoro, señor Fernández Díaz, si los de la farándula o los gobernantes autonómicos evaden dinero y eluden impuestos al fisco, denúncienlos y acúsenlos nominalmente o déjense de hostias. De lo contrario, pierden toda su credibilidad, la cual, tal y como se halla la opinión ciudadana a causa de tanta corrupción política, ya anda bajo mínimos.

Y, por cierto, hagan lo mismo con Bárcenas y los suyos —de ustedes, me refiero—.

Imagen paródica del documento fantasma.

martes, 22 de enero de 2013

Horado

Últimos cuatro puntos del argumentario pepero en forma de decálogo
Hace tres días, la Oficina de Información del Partido Popular difundía entre las filas del partido un argumentario con que hacer piña en torno al pensamiento único. Tema: el escándalo Bárcenas. La cuestión es que dicho argumentario exponía exactamente diez razones, de ahí que tanto  la prensa como los propios correligionarios peperos, a quienes, en principio, iba dirigido el documento, se hayan apresurado a llamarlo decálogo.

El DRAE nos da a conocer que la voz decálogo posee dos acepciones. Según una de ellas, se aplica al conjunto de normas o consejos básicos para el desarrollo de cualquier actividad; en el caso que nos ocupa —o, por mejor decir, que ocupa al PP—, tal actividad consiste en un numantino cierre de filas, justo esas  filas por las que se difunde el argumentario que impulsa el no, no, no / no me consta. Considerando todavía esta misma acepción de la voz decálogo, el diccionario nos advierte que, al margen del significado etimológico que este sustantivo ostenta —δεκά 'diez' y λογος 'palabra'—, el decálogo no necesariamente ha de estar constituido por normas o consejos en número de diez; en realidad, cualquier cantidad es posible . Y, no obstante, los dirigentes del PP, más PaPistas que el PaPa, no habrían de poder sentirse cómodos dictando nueve u once argumentos.

Bien me parece que ello sea así, ya que, después de todo, cada uno de los argumentos redactados por la susodicha Oficina de Información es más norma que consejo, por lo que cabe cumplirlos a todo trance. Y, por ahí, diez es el número justo y necesario. No olvidemos que diez fueron los mandamientos que Dios grabó a fuego para imponer su ley y, por antonomasia, según la acepción que del DRAE nos falta, al conjunto de los diez mandamientos que conforman la ley de Dios se le llama decálogo. Este es el sentido prístino de esta voz, a pesar de que ni la cantidad ni el orden de los mandamientos de la tradición mosaica sean tan indiscutibles como la moderna Iglesia católica nos obliga a creer. Cuestión de fe, después de todo; como cuestión de fe ha de ser para las gentes de a pie de este país seguir creyendo —si es que alguna vez lo hemos hecho— en lo que la cúpula del PP nos quiera bajar del Sinaí de Génova, que, por supuesto, no ha de ser el séptimo mandamiento. Porque, vamos, eso de "No robarás"...

En verdad, os digo —nos dicen— que «No se ha producido el pago de sobresueldos a cargos del partido ni en la etapa actual ni en las anteriores». Así, ¿de qué sobresueldos de hasta unos nada despreciables 10.000 € nos habla Jorge Trías Sagnier?

En verdad, os digo —añaden— que «Todos los sueldos y gastos de representación que se pagan en el Partido Popular se declaran a Hacienda y se cobran de acuerdo a la legalidad». ¡Vaya, pues no sabía yo que hubiese delegación de la Agencia Tributaria en Suiza! ¡Menos aún que un politicastro cualquiera pudiera llegar a atesorar 22.000.000 € «de acuerdo a la legalidad»!

En verdad, os digo —y van tres, como en el gallináceo episodio de san Pedro— que «La contabilidad del Partido Popular es una contabilidad clara, diáfana, normal y está auditada favorablemente por el Tribunal de Cuentas». El cual, digo yo, ha de ser sumamente incompetente, porque Rajoy ha anunciado una investigación interna de las cuentas del PP, las cuales serán sometidas a auditoría externa. Por cierto..., ¿la investigación interna previa a la auditoría externa no será para eliminar lo que no deba encontrarse, no? Ya sabemos, gracias a las imágenes televisivas, cuán grandes son las furgonetas que las empresas de destrucción de documentos confidenciales envían a las sedes del PP justo el día en que sus extesoreros y exsenadores dejan de figurar en la web del partido en el que todavía tienen un despachito donde guardar (¿y destruir?) documentos confidenciales.

En verdad, nos dicen también que «El PP supo la existencia de [las cuentas en Suiza] al mismo tiempo que los medios de comunicación». Lo cual viene a decirnos que quienes han de cuidar del país están en la inopia. Casi sería preferible que mintiesen, como creo que, efectivamente, hacen de manera consuetudinaria. No descartemos la posibilidad de que cierto ministro de Hacienda ampare su desvergüenza tras un micrófono público para acabar confesándonos que el Bárcenas de marras se acogió no ha mucho a la recentísima amnistía fiscal —¡ups!, perdón; quise decir a las recentísimas medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas—.

En verdad, pretenden que creamos que «El PP siempre ha actuado en consecuencia y todas las personas que ostentan una representación política y tienen una actuación irregular deben ser apartadas, tal y como se ha hecho». Pues, quizá sea así; pero me da a mí que por exponer solo un dato no muy lejano— el hecho de que, en abril pasado, hubiese hasta 60 políticos del PP con sendas imputaciones judiciales cobrando sueldo todos los meses desmiente de todas todas la pretendida veracidad argumental. ¿Y qué decir de Trillo? ¿Considerará el PP regular o irregular el hecho de alquilar aviones de juguete como transporte para que mueran 62 soldados españoles? Regular, claro; pues, por definición, el soldado anda siempre jugándose la vida, por lo que una ayudita en favor del peligro es lo menos que un responsable puede ofrecer. Y, ¿regular o irregular el hecho de falsificar luego la identidad de la mitad de los cadáveres de estos soldados? Regular también, sin duda; pues si no, difícilmente se comprenderá que al señor Trillo, sin pertenecer a cuerpo diplomático ninguno, le llueva del cielo toda una embajada en el extranjero, y que, sin conocer en absoluto el idioma inglés, la embajada le haya llovido nada menos que en Londres. ¡Y aún le llamarán a esto apartar a alguien!

Por último, en verdad, rematan diciéndonos que «Hay muchos políticos honrados y la inmensa mayoría son horados (sic), pero el PP comprende que los ciudadanos estén indignados». No voy a arremeter contra la pésima redacción de este último punto del argumentario; me conformo con evidenciar la elocuencia contenida en el lapsus clavis que supone haber escrito, en vez de «honrados», «horados»; no en vano esta palabra, procedente del latín forātus 'perforado', significa en nuestro idioma 'agujero que atraviesa algo de parte a parte'. Como el dejado por Bárcenas en las finanzas ilegales del PP.