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jueves, 5 de enero de 2017

La cabalgata vigitana


Ayer fui al cine a satisfacer mi desmesurada cinefilia galáctica viendo Rogue One, el paraepisodio de la saga Star Wars. Como cabía esperar, disfruté de la película. Y, hasta aquí, la crítica cinematográfica de esta entrada. Lo que me interesa destacar de la sesión de ayer es uno de esos tantísimos anuncios que, en la actualidad, preceden a la proyección de los grandes estrenos de la temporada; se trata del anuncio íntegro de Campofrío en su campaña navideña Hijos del entendimiento, en el cual se nos presenta a una serie de parejas sentimentales cuyos miembros antagónicos imponen en sus vidas la comprensión por encima de la intolerancia. Un podemita y una pepera; un antitaurino y una taurina; una creyente y un ateo...; un independentista catalán y una españolista convencida son los matrimonios que el espectador reconoce como reales y no ficticios. 

Es probable que, sin deteriorar su longeva relación, el indepe y la españolísima anden hoy polemizando controladamente sobre la cabalgata de Reyes que TV3 retransmitirá dentro de pocas horas desde Vich. De ser así —hay quienes dudarán de ello; al menos, aquellos que critican el anuncio de Campofrío arguyendo el oxímoron del "exceso de tolerancia"—, algo podríamos aprender de ellos, sin duda.

Si prestamos atención a la prensa o, sobre todo, a las redes sociales —a este respecto, resulta ilustrativo seguir en Twitter la etiqueta #ReyesSinEstelada— comprenderemos hasta qué punto la sinrazón invade el terreno propio de la razón, esto es, el diálogo; el debate; la polémica, incluso. No existe ya apenas el interés por convencer al otro; mucho menos por tratar de comprenderlo. El único interés radica en dar rienda suelta a la iracundia, a menudo sin ni siquiera anteponer los límites de la falta de respeto y la ofensa.

En esencia, quienes se sienten alarmados —cuán eufemística me ha quedado la adjetivación— por los farolillos de la próxima cabalgata en Vich suelen esgrimir como argumento lo infame que resulta la manipulación de la infancia con fines ideológicos. Y así pueden leerse aberraciones como la que escribe @Zooropina: «Mucho "Dret a decidir" pero les arrancan de cuajo a los niños el derecho a la infancia. Miserables sin escrúpulos». O lo que escribe @AngelBaena5: «Lo que está haciendo el separatismo catalán con los niños es exactamente lo mismo que hizo Hitler en la Alemania Nazi».

Claro que, a esta línea de ataque, se opone otra de defensa en consonancia con lo que viene siendo la tónica del debate político en nuestro país, es decir, el "y tú qué" o "y tú más". Es entonces cuando, tirando desacertadamente de ironía, vemos aulas llenas de niños con banderas españolas o vemos a la Leti rodeada asimismo de numerosos niños con banderas españolas. ¿Qué esperamos que lleven?, ¿las del Reino de Lesoto, tal vez?, ¿las del de Bután, acaso? Lo cierto es que este tipo de contraargumento podría resultar acertado si la intención de quien lo arguye es la de equiparar dos normalidades; sin embargo, mucho me temo que lo que subyace sea algo así como "pues para adoctrinamiento, el vuestro", lo cual, si mucho no me equivoco, es tanto como conceder al otro parte de razón en su crítica. Un hecho que sustenta mi temor es que, en ciertas fotografías, la bandera que muestran los pequeños es la preconstitucional —¿por qué seguiremos denominando así, de manera tan laxa, a la que claramente es fascista, dictatorial, antidemocrática...?—. Otras analogías con algo más de acierto, pero igualmente concesivas a mi entender, pasan por ofrecer imágenes que asocian a los niños con las armas en ciertos encuentros con el ejército. He visto incluso la referencia a una cabalgata de Reyes a cargo de la Legión.

No obstante, la más contundente de las comparaciones es la que me ha hecho llegar en un wasap uno de mis amigos de toda la vida a quienes tanto quiero. Se trata de una imagen en la que un niño acaba de recoger de una cabalgata de Reyes unos caramelos en cuyo envoltorio cerúleo se leen las enormes siglas del Partido Popular. Y me parece de mayor acierto que el resto, en primer lugar, porque la carga ideológica no es de identificación patriótica con una u otra bandera, sino de color político; y en segundo lugar, porque la "doctrina" viene de la organización, no de los asistentes.

Seamos sinceros, si uno es españolista o independentista, monárquico o republicano, merengue o culé..., la camiseta con que vista a su hijo, la gorra con que cubra su cabeza o la banderita que le ponga en la mano llevarán los colores correspondientes a la propia filiación. Y salvo que mediante presión se le niegue al hijo en algún momento de su vida el derecho a elegir, lo que estaremos haciendo no será manipularlo, sino educarlo.

Serenemos un poco el ánimo y pensemos cuál puede ser el motivo de la discordia, porque —sigamos siendo sinceros— lo de la cabalgata es la enésima y no última excusa que nos buscaremos para escupirnos a la cara los respectivos sentimientos nacionalistas. Yo creo que todo se resume en el hecho de que TV3 va a retransmitir la cabalgata. Hace ya casi un lustro que los vigitanos —quienes quieren; quienes no, no— guían a SS. MM. hasta sus casas con farolillos estelados. Pero, claro, la trascendencia de tal costumbre reciente es limitada; sin embargo, si la televisión pública catalana lo difunde al conjunto de la sociedad, el eco se multiplica enormemente. Acaso la discusión debería ser esta, la de si la decisión de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals es acertada; esto es, si es o no neutra, objetiva, considerando que el año de la emisión es este 2017 en que se ha fechado un posible inicio de desconexión estatal. Quizá por aquí, encontraremos la tibieza con la que un orador de lengua y pensamiento afilados como Rufián habla del asunto, llegando a conceder que ello le «chirría» y que él «no lo haría».

En fin, ideologías al margen, en última instancia, a mí, lo que no deja de sorprenderme es que, en todo este asunto de los Reyes Magos, el problema sea la estrella.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Cae mierda sobre el Rey



En serio..., ¿todavía hay a quien no le convence la república?

lunes, 22 de julio de 2013

El color de la prensa

Seguramente, para la mayoría de nosotros, William Randolph Hearst tiene el rostro de Orson Wells, quien interpretó, en Ciudadano Kane, un trasunto de la vida de este magnate de la prensa. Casi con toda seguridad también, para la mayoría de nosotros, Joseph Pulitzer es el famoso editor periodístico a quien hoy día debemos los premios que llevan su nombre.

Quizá no tan conocido, sin embargo, sea el hecho de que el enfrentamiento que ambos mantuvieron en las postrimerías del siglo XIX desde sus diarios —el New York Journal y el New York World, respectivamente dio lugar al término prensa amarilla, que hace referencia a aquel periodismo que se caracteriza por el cultivo del sensacionalismo.

Efectivamente, ambas publicaciones recibieron continuas acusaciones 
por estar magnificando las noticias y por pagar a los implicados en ellas para conseguir las exclusivas. Fue un tercer periódico de la ciudad, el New York Press, el que acuñó la expresión prensa amarilla para referirse a la falta de ética en la manera de obrar de Hearst y Pulitzer. Esta expresión encontró inmediata difusión y temprana permanencia, en gran parte —creo yo—, favorecida por la dilogía del adjetivo yellow, que, en inglés, significa tanto 'amarillo' como 'cobarde'. La explicación de por qué se tildaba de cobarde a esa naciente prensa de dudosa calidad ética es manifiesta y puede obviarse. En cuanto al color amarillo, cabe aducir dos posibles razones.

En primer lugar, hay quienes aventuran la hipótesis de que dicho color se debiese a Mickey Dugan, el Chico Amarillo, un personaje de tira cómica que, durante cierto tiempo, protagonizó historias de forma simultánea tanto en el New York Journal como en el New York World. The yellow kid, sin duda, es un referente histórico-cultural ciertamente interesante por varios motivos; uno de ellos, acaso el más destacado, el de ser la primera tira cómica en que aparece un diálogo insertado en lo que llamamos globo o bocadillo —aunque lo característico del personaje era que sus parlamentos se hallaban circunscritos a su hábito amarillo—. Dada la popularidad del Chico Amarillo, es probable que contribuyese a la permanencia de la expresión prensa amarilla en el imaginario de los neoyorquinos; no obstante, no me parece demasiado razonable que actuase de referente en el momento de su acuñación.

La razón que, a mi modo de ver, obró la creación del término —además del ya referido significado de 'cobarde'— fue el hecho de que el color amarillo es sumamente llamativo. Para comprobarlo, basta recordar con qué facilidad es perceptible un taxi de Nueva York entre el tráfico desorbitado de esa ciudad. De hecho, parece ser que la historia del taxi amarillo empieza con un tal Harry N. Allen, quien introduce en la metrópoli 65 taxis importados desde Francia. Otros dicen que el origen se halla en los yellow cabs, de John Hertz —ya saben, el del logo amarillo, que hoy día nos alquila los coches en los aeropuertos. En cualquier caso, en lo que coinciden las fuentes es en asegurar que el motivo fue el de ser fácilmente visible desde la distancia, a lo cual dio la razón enseguida el aumento de ocupación de los taxis de esa compañía. Al cabo de poco, el resto de compañías decidió también pintar de amarillo sus vehículos.

En fin, no cabe duda de que el color que mejor refleja el concepto de estridencia visual es el amarillo. Y si hay un tipo de prensa que se aleja con violencia de la discreción y del rigor informativo, esa es la sensacionalista, la amarilla. La amarilla persigue, como ha quedado ya dicho,  el sensacionalismo, y lo hace o bien encumbrando noticias cuyo interés es secundario o bien destacando el aspecto morboso que pueda aflorar en una noticia de indiscutible interés. En otras palabras, este tipo de periodismo suele preferir los titulares de catástrofes, crímenes, adulterios, enredos políticos..., sean o no el ojo de la noticia. Tradicionalmente, solía considerarse que no existían amarillismos en la prensa española, en gran medida, por la deficitaria tradición de periodismo libre acumulada tras cuarenta años de dictadura, y en parte también porque, durante el franquismo, el espacio de la prensa amarilla fue ocupado por la prensa de sucesos, verbigracia, El caso, publicación que subsistió desde 1952 hasta 1987. En cualquier caso, si hoy día uno se molesta en googlear "noticias de sucesos", los resultados pueden ser como estos: «Una joven noruega es condenada a 16 meses de prisión tras denunciar una violación», «El hombre que disparó a otro en Cuenca se ha suicidado», «Cibercriminales secuestran los ordenadores on line y piden rescates a los propietarios»...

Una vez reconocibles los rasgos definitorios de la prensa amarilla, no tendríamos que confundirla con la llamada prensa rosa; aunque lo cierto es que cada vez cuesta más no hacerlo. La prensa rosa, también llamada prensa del corazón, tiene su origen en los antiguos ecos de sociedad con los que la prensa generalista daba cuenta de bodas, separaciones, embarazos, natalicios, necrológicas y demás acontecimientos protagonizados por famosos de todo orden. Su color apunta abiertamente a despertar el interés femenino —recordemos, en ese sentido, la denominada novela rosa—; pero también es una declaración de intenciones, pues el rosa se asocia al optimismo con que uno afronta la experiencia vital o a la felicidad con que la vive:
«Je vois la vie en rose[...] Il est entré dans mon coeur une part de bonheur».
Lecturas, ¡Hola!, Pronto, Semana..., son ejemplos conocidísimos del corazón rosa arraigado en los quioscos. Estas publicaciones, como sucede con el programa de TVE, Corazón, saben mantener todavía el grado de amenidad y ligereza que ha caracterizado siempre a este tipo de periodismo (sic) que busca más el chisme que el morbo. No obstante, la blancura de la prensa rosa empezó a amarillear de manera alarmante hace ya más de una década. Antes, a las gentes de a pie como nosotros, este tipo de prensa nos ponía delante a famosos en quienes poder fijarnos. Sus miserias nos equiparaban, nos hacían ilusamente iguales. Ahora, en cambio, sucede como con el  dilema del huevo y la gallina: uno no sabe qué fue primero, si el famoso o la miseria; fijémonos en Belén Esteban, Antonio David Flores, Olvido Hormigos... 

En uno de los Estudios sobre el Mensaje Periodístico publicados por la Universidad Complutense de Madrid, Laura Soto Vidal escribía: 
«El giro espectacular de la crónica rosa actual hacia el puro amarillismo y la tan denostada telebasura empieza incluso a preocupar a los propios profesionales del género. El intrusismo periodístico y la nueva ola de personajes reinantes, así como la falta de ética personal o la omisión de las normas deontológicas, propician sin lugar a dudas ese periodismo soez y sensacionalista que lidera los índices de audiencia con total impunidad».
De manera mucho más socarrona, pero igualmente acertada, Drywater aborda este mismo tema en una divertida y descreída entrada de su blog Connotación. En ella, compone una sucinta taxonomía de lo que denomina «chupabotes» de la tele, a saber: famosos por sí mismos, familiares directos de los famosos, conocidos circunstanciales de los famosos, frikis y periodistas carroñeros. Y adopta una decisión:
«Modificar el cromatismo lingüístico de la expresión “prensa rosa” hasta un mucho más apropiado “prensa marrón”, sin perjuicio de las acciones legales que ello pudiera acarrear. Los criterios de cambio de tan ilustre término obedecen a parámetros descriptivos: es una auténtica mierda».
Bien me parece. Además, ya hay sentada base, pues, en portugués, la expresión usada es precisamente imprensa marrom, y una de las varias explicaciones que se barajan para dar cuenta del cambio de coloración en la prensa amarilla es precisamente de sentido escatológico. 

miércoles, 19 de junio de 2013

Tele(e)videncia


Tamaña sarta de dislates escupidos por una misma boca sobrepasaban con creces los límites de mi  anonadada capacidad de comprensión, de modo que no tuve más remedio que sentenciar el absoluto, zafio  y vulgar abandono intelectual desde el que manaban aquellos —por llamarlos de algún modo— pensamientos, augurando que, gracias a la existencia de obtusas mentes como aquella, no destinadas a cualquier cosa que no sea despensar, la longeva pervivencia de la telebasura era, más que una bien barruntada premonición, una inexorable realidad.

Adenda: "zafio" y "vulgar" son dos adjetivos con los que rendir homenaje a la acertada enmienda de la entrada telebasura en la próxima edición del DRAE.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Concursos


En ocasiones, de manera un tanto socarrona, prevengo a mis alumnos acerca de la perentoria necesidad de que se cultiven, de que vayan reluciente y aceitunadamente barnizando la piel de su conocimiento con una dura pátina de cultura general. Les auguro, con afectación histriónica, el advenimiento de un futuro incierto —aunque tan cierto como que las noches suceden a los días— en el que, para poder ganarse la vida, necesariamente habrán de acudir a los platós televisivos de las distintas cadenas para intentar llevarse al bolsillo algún que otro euro.

El azar ha querido que, en una de las últimas emisiones del celebérrimo Atrapa un millón, de entre la infinitud de posibles cuestiones que pueden plantearse en un concurso de preguntas y respuestas, Carlos Sobera plantease la siguiente a sus dos concursantes: "¿Qué frase se atribuye erróneamente a una famosa novela?" Y digo que así lo ha querido el azar, porque esa misma mañana, durante una de mis clases, acerté a anticiparles la información con la que, de estar viendo el concurso, cualquiera de los alumnos hubiese sabido acertar eligiendo, de entre las eventuales respuestas —"Todos para uno, uno para todos", "Elemental, querido Watson" y "En un lugar de la Mancha"—, la del medio.

Pese a todo, me preocupa el hecho de que, mientras no acuden a ganarse ese euro futuro, en el presente, se sientan ante el televisor en el sofá de su casa y reciben como modelo de corrección lingüística lo que tal vez no lo sea tanto. Poco después de hacernos saber que el Sherlock fílmico gasta muletillas que el libresco desconoce, el ordenador del concurso mostraba una nueva pregunta seguida de cuatro opciones de respuesta: "¿Quiénes se saludan juntando las manos a la altura del pecho? Húngaros. Mongoles. Hindús. Italianos." Puedo llegar a entender que la palabra con que se daba la respuesta correcta no fuese "Indios"; no entiendo, sin embargo, que se prefiriese "Hindús" a "Hindúes". La norma culta y todos los manuales de estilo aconsejan que los plurales de los gentilicios acabados en / sea mediante la adición del flexivo -es: magrebíes, iraquíes, zulúes... Ciertamente, el plural "hindús", escrito asín, no es incorrecto; pero tampoco lo es el adverbio modal que acabo de escribir yo y, sin embargo, hubiese sido preferible que hubiese optado por escribir "así" y no "asín". Los medios de difusión tienen una responsabilidad lingüística que han de observar con rigor.

Estoy rematando esta entrada y oigo, proveniente de La Sexta Noticias, que según la NRA (Asociación Norteamericana del Rifle), "A un hombre malo con un arma solo lo detiene un hombre bueno con otro arma". Paroxismo. La estulticia humana en estado supino. Casi me da igual que la flexión de género del indefinido no concuerde con la del sustantivo.

martes, 17 de noviembre de 2009

LA INFAME FAMA.

Hay gentes a las que no quiero mirar —menos aún escuchar—, pero que, a menos que se lleve una vida eremita, resulta poco menos que imposible no ver u oír. Campan a todas horas impunemente en las ondas hercianas de los media radiotelevisivos, de modo que me parece más actual que nunca aquella máxima de François de la Rochefoucauld que advertía acerca de que El mundo recompensa más a menudo las apariencias de mérito que el mérito mismo.

Andy Warhol dijo hace años: En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria. No sé si todos tenemos derecho a la fama; me parece una pretensión aberrante, aunque Warhol entendía por fama la que se consigue estando en el sitio correcto o en el incorrecto, en el momento exacto o en la peor situación posible. Entendida así, puedo comulgar. De todas formas, lo malo de estas gentes que se encumbran porque se las encumbra, aunque sea sobre humo, es que, pese a que por definición habrían de ser de quita y pon, acaban siendo más de pon que de quita y sus quince minutos se alargan muchísimo más allá del cuarto de hora. Peor aún: del cuarto de año, de lustro, de década, incluso.