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sábado, 8 de octubre de 2022

Correcogiendo, que es gerundio

Entre ayer y hoy, está teniendo lugar en Lloret de Mar el I Congreso Mundial de Plogging, un movimiento que vincula la práctica deportiva con la recogida de residuos en el entorno natural.

Y como ya se sabe que cuando el Pisuerga pasa por Valladolid es cuestión de aprovecharse, pongamos de manifiesto que el acontecimiento congresístico ha coincidido con la explicación, en las clases de caste de 2.º de bachillerato, de los préstamos lingüísticos, esos elementos, generalmente léxicos, que un idioma (el castellano, en nuestro caso) toma de otras lenguas: plogging, sin ir más lejos. Se trata del enésimo anglicismo sufijado con -ing que hemos incorporado como xenismo a nuestro idioma.

No es usual que un sufijo extranjero se incorpore al sistema morfológico del español; pero el morfema -ing nos resulta tan sumamente familiar que hemos empezado a utilizarlo espontáneamente en la creación de nuevas palabras híbridas con significado de acción. Así, por ejemplo, sobre la base de puente, hemos derivado puenting, voz que ha sido incluida en el DLE, a pesar de que la propia RAE prefiere el término puentismo, que, sin embargo, no figura en el diccionario académico.

No es la única palabra híbrida: en ciertos programas televisivos de telerrealidad (esos a los que aludimos mediante otro xenismo: reality shows), tarde o temprano salta el escándalo con algún edredoning. Y aquí, en Lloret de Mar, somos menos ajenos de lo que quisiéramos a la infame práctica del balconing por parte de algún que otro trastocado turista.

Antidumping, camping, casting, catering..., wind surfing: hasta veintitrés xenismos con la sufijación -ing se incluyen en el diccionario académico. Y son legión los que no se incluyen y, sin embargo, usamos: bullying, crowdfunding, rentig, running... La lucha por la adaptación de estos extranjerismos crudos corre diversa suerte. Así, mientras que cáterin y campin apenas despiertan interés frente a catering y camping, pudin (o pudín) y mitin parecen estar ganándoles la partida a los respectivos pudding y meeting. Por su parte, en el terreno de los calcos por traducción, mercadotecnia se ha ido haciendo poco a poco un huequecito al lado de marketing, de la misma forma que micromecenazgo parece estar labrándoselo junto a crowdfunding.

¿Y con plogging? ¿Qué pasará? Es posible que este anglicismo crudo perviva mientras lo haga la actividad a la que da nombre, lo cual, tal como hemos ido dejando el planeta, pinta que va para rato. No obstante, siguiendo el modelo de plogging, que une el sueco plocka upp 'recoger' con el inglés jogging (que vino a sustituir hace tiempo a footing) 'correr', en castellano se documenta ya el empleo de correcoger, acrónimo compuesto de los verbos correr y recoger. La pugna terminológica, pues, está servida. He de confesar que a mí me gusta mucho el neologismo castellano, en gran parte por la íntima adecuación fonética entre el final de un verbo y el principio del otro, la cual aparentemente difumina la frontera entre ambos. En su contra juega quizás el hecho de que pueda ser malinterpretado como un derivado del verbo recoger prefijado con el alomorfo co-. Aun así, yo, que soy mucho de añadir la muletilla «que es gerundio», no me veo perpetrando un extrañísimo «jogginguiendo, que es gerundio»; pero sí un estupendísimo y arengador «correcogiendo, que es gerundio».

jueves, 31 de diciembre de 2020

¡Calla, charnego!

Hoy cierto amigo mío, de esos amigos de verdad, que no cabe dudar que lo son porque han estado ahí durante cuarenta años, ha tirado de ironía al wasapearme: «¡Calla, charnego!». Por supuesto, el contexto daba para entender sobradamente que no existía ánimo de ofensa ninguno, ni en su emisión ni, claro está, en su recepción. No obstante, el apelativo en cuestión, sin contexto que lo atenúe, posee un claro sentido peyorativo, tanto en castellano como en catalán (“xarnego”), y las definiciones en los respectivos lexicones de referencia así lo explicitan. Con todo, tales definiciones no son coincidentes entre sí al cien por cien.

El DLE define el término como «Inmigrante en Cataluña procedente de una región española de habla no catalana», significado próximo, aunque no idéntico al de la segunda acepción del DIEC2: «Immigrant castellanoparlant resident a Catalunya». La diferencia, sutil, podría parafrasearse así: el inmigrante referido por el DLE puede ser un hablante tanto castellano como gallego o vasco, pero que, en cualquier caso, puede ser además catalanohablante; sin embargo, el DIEC2 reduce la realidad de dicho inmigrante exclusivamente a la de aquel que se expresa en castellano. Eso sí, el diccionario del Institut d'Estudis Catalans añade una segunda acepción (primera, en realidad), también de sentido despectivo, que nos da cuenta del charnego como hijo de una persona catalana y de otra no catalana, especialmente francesa. Me da, sin embargo, que este último matiz, el de la progenie gabacha (así dicho, puestos a usar términos de naturaleza despectiva), ha cedido terreno frente a la del resto de la península.

Con todo, he de confesar que, desde que leí por primera vez Últimas tardes con Teresa, y pese al sentido despectivo que el adjetivo “charnego” posee, albergo cierta simpatía hacia esta voz: cuestión de amor literario más que lingüístico. En la novela, el adjetivo aparece una sola vez como voz castellana y es el propio protagonista, Pijoaparte, quien se lo dice a sí mismo: «Baja, charnego, aquí conviene detenerse, se dijo él». En cambio, como voz catalana, aparece hasta en seis ocasiones. Pero tanto en aquella como en estas, el sentido inequívoco del término es el de la delimitación o, por mejor decir, el de la limitación social. No en vano el autor de la novela, Juan Marsé, reconocía hace unos años que su protagonista charnego, de haberse escrito la novela en el siglo XXI, hubiese sido un inmigrante magrebí. De hecho, la primera vez que aparece "xarnego" en la obra, muy al principio de la misma, se acompaña, mediante sinonimia, del gentilicio "murciano", hecho que el narrador aprovecha precisamente para destacar el uso de ambas voces como marcadores de estatus social: «Él no ignoraba que su físico delataba su origen andaluz —un xarnego, un murciano (murciano como denominación gremial, no geográfica: otra rareza de los catalanes), un hijo de la remota y misteriosa Murcia...».

Por último, quisiera destacar el curioso recorrido etimológico en forma de vaivén que ha sido necesario hasta que el adjetivo “charnego” se asentó en nuestro idioma. Como quizá se sepa o se intuya por lo expuesto anteriormente, “charnego” es un calco por adaptación de su equivalente catalán “xarnego”. Lo que acaso ya no sea tan conocido es que la voz catalana es, a su vez, un préstamo del castellano, en concreto, del adjetivo “lucharniego”, que, debido a un proceso de elipsis, se sustantiviza y pasa a denominar el “perro lucharniego”, can adiestrado para la caza nocturna. Y es esta presencia de la noche en el significado la que nos puede dar la pista sobre cuál es el término a partir del cual se ha creado el adjetivo relacional aplicado al perro: "nocharniego" ('que anda de noche').

No puedo por menos que concluir recordando cómo, en los primeros renglones de Últimas tardes con Teresa, Pijoaparte surge de las sombras de su barrio la noche del 23 de junio de 1956, y cómo trata de dar caza a Teresa para intentar escapar de su condición de charnego. Ese inicio de novela ambientado en la verbena de San Juan hace del personaje un nocharniego y, en sentido figurado, un lucharniego.

domingo, 23 de octubre de 2016

Cuestión de aspectos


El infinitivo es, sin remedio, una forma verbal de aspecto imperfectivo, mientras que la perífrasis estar + part. es perfectiva. Mas aún: resultativa.

De ahí que enamorarse pueda ser engañoso. Es preferible estar enamorado.

jueves, 20 de marzo de 2014

Primavera

Floración del cerezo en el Jerte (IV) ©, por Jnj

(17.57 h)

"La primavera ha venido,
nadie sabe cómo ha sido".
   Antonio Machado    

Para nuestros papis culturales, los romanos, solo había dos tiempos en los que dividir el año, esto es, dos estaciones: una, muy prolongada; y la otra, breve. La primera debía su mayor extensión a que estaba compuesta por la suma de lo que hoy llamamos primavera, verano y otoño, mientras que la más breve correspondía al invierno, entonces llamado hibernum tempus, propiamente, 'tiempo hibernal'. Ver / veris, a su vez, era la palabra con que se aludía a esa otra estación mucho más prolongada, y su significado, propiamente, era el de 'primavera'; aunque como veremos enseguida, andado el tiempo, dio lugar a nuestra voz verano. No obstante, en determinado momento, antes de que el latín se vistiese definitivamente de castellano  —y de catalán y de francés...—, el comienzo de esta larga estación se llamó primo vere ‘primer verano’, y, más tarde, prima vera, de donde, finalmente, brotó nuestra primavera. Fue por entonces también que la época más calurosa, por oposición al hibernum tempus, tomó el nombre de veranum tempus, literalmente, ‘tiempo primaveral’, aunque de ahí, mediante elipsis del término contiguo, nace nuestro verano, como de la otra, por idéntica causa lingüística, surge invierno.

Con todo, a pesar de este desmembramiento, la estación cálida todavía era más prolongada, hasta que, en cierto momento, su período final, correspondiente al tiempo de las cosechas, fue llamado autumnus, voz derivada de auctus ‘aumento’, ‘crecimiento’, ‘incremento’, que procedía, a su vez, de augere ‘acrecentar, robustecer’. El vocablo latino autumnus es el que se aclimató en nuestra lengua como otoño.

De toda esta intrincada nomenclatura estacional —que lo fue más hasta el siglo XVI, pues vino a colarse, en el intervalo entre primavera y verano, el estío—, quedan vestigios en nuestra lengua: verbigracia, el adjetivo vernal, el cual se aplica con igual rigor al solsticio, para señalar 'verano', que al equinoccio, para señalar 'primavera'.

Por cierto, ya que en estas de la etimología andamos: qué descriptiva voz esa con que adviene la primavera: equinoccio, donde equi- 'igual' y noccio 'noche', pues, por hallarse el Sol sobre el ecuador, la noche dura igual que el día.

Feliz primavera a todos.

viernes, 17 de enero de 2014

Cuestión de orden

   He añadido al dibujo, hallado en la red, los puntos y las letras voladas con que han de
   representarse correctamente las abreviaturas de ordinales. Sin embargo, no he
   querido alterar la ubicación de losnúmeros en el podio, a pesar de que creo estar
   convencido de que 2.º y 3.º equivocan su lado.
Hoy, en clase de ESO, tocaban los numerales ordinales.

—¿Hasta cuál, profe?
—Hasta el infinito y más allá.

Algunos han captado el guiño cinematográfico. Los más no estaban para muchas hostias ante lo que consideraban que amenazaba con ser un martirio.

—¿Quién verbaliza esta cifra: 7.777.º?
—¡Se nota cuál es tu número prefe, profe!
—Fulanito, es usted un portento de retórica: ¡Qué ocurrente y apocopada paranomasia!

En fin, ha habido quien, efectivamente, ha acertado con el sietemilésimo septingentésimo septuagésimo séptimo. Pero, gimnasia cerebral aparte, poco importa que lo hayan sabido, pues ninguno de ellos volverá a usarlo jamás. Sí, en cambio, es de prever que, antes o después, precisarán de otros numerales que ordenan menores cuantías: el 11.º y el 12.º, por ejemplo. Anotados en la pizarra, así como aquí figuran, en cifras, he pedido a la clase que los leyese, que los descifrase. Casi todos ellos han contestado de igual manera: «decimoprimero» y «decimosegundo». He procurado estar atento a la respuesta múltiple y creo que nadie ha respondido ni «décimo primero» ni «décimo segundo», pronunciando separados los formantes —lo cual también habría sido correcto—. Sí, en cambio, ha habido quien ha contestado «undécimo» y «duodécimo», ambas, formas etimológicas y preferidas por el uso culto.

Ha sido entonces cuando, de forma fingida y afectada, me he puesto melodramático y les he implorado a todos que optasen, en adelante, por estas y no por otras formas, a fin de salvarlas de una muerte segura, la cual habrá de acontecer en apenas cincuenta o sesenta años. Temo, sin embargo, no haber despertado suficientemente su heroísmo lingüístico.

Con todo, me daré por satisfecho si, a cambio, logran entre todos fortalecer al esmirriado de los ordinales: el nono, hermano paupérrimo del noveno. Al principio, cuando les advertía acerca de la singularidad de la forma noveno, les costaba creerme. Hasta que les he explicado que, análogamente a las formas ordinales del catalán —cinquè, dotzè...—, en castellano, existieron las formas cinqueno, doceno..., frecuentes en el habla medieval y, de las cuales, hoy solo nos resta este noveno, causante del estertor moribundo de nono, que, a su vez, ha habido de conformarse con una suerte de supervivencia lexemática: nonagésimo, noningentésimo, nonagenario.

En fin, en rigor y como curiosidad etimológica, cabe señalar que, en el español actual, existe otro testimonio de la pervivencia de los antiguos ordinales. El correspondiente al cardinal doce no solo fue la forma doceno, sino también duodeno, de donde toma su nombre la primera porción de nuestro intestino delgado, por medir unos doce dedos de largo.

martes, 7 de enero de 2014

NOOSomos iguales

Ayer, consuetudinariamente, recibí vía c. e. la palabra del día de Ricardo Soca. El don de la oportunidad acertó a que esta fuese el sustantivo rey.

La entrega, también como de costumbre, informaba sobre todo de la etimología de esta palabra, cuya raíz indoeuropea reg- hace referencia «a la idea de moverse en línea recta y, metafóricamente, tener comportamiento correcto, cumplir las reglas». No en vano, dicha raíz está en el origen de las voces latinas rectus, correctus y regula.

En su último párrafo, el texto nos recordaba que «Los indoeuropeos eran pueblos primitivos, prehistóricos, que se congregaban en grupos dirigidos por un guía o jefe, que les indicaba el camino recto, que más tarde los romanos llamarían rex y que llegaría al castellano como rey».

Veinticuatro horas después todos los rincones informativos de periódicos, radios y webs se llenaban con la noticia de que, por fin y de nuevo, la infanta Cristina ha sido imputada. Y, claro, uno no tarda en recordar que el bueno —es un decir— de Juancar no solo no sigue «camino recto» ninguno, sino que ni siquiera sabe indicarlo pues, por mucha ambientación navideñotelevisiva que envuelva a su retórica oficial mientras perora, ni su propia hija le hace caso. Acaso, sencillamente, porque no haya caso; yo, como muchos otros, pienso que el gran Borbón no es ajeno a nada. Ni en esto, ni en el asunto de la herencia...

Que, demasiado a menudo, los poderosos no solo interpretan las leyes a su conveniencia sino que, además, las acomodan a ella para enseguida quebrantarlas es algo que está fuera de toda duda, cuando menos en esta España de corrupción endémica. «Allá van leyes, do quieren reyes» —nunca mejor dicho—.

martes, 17 de diciembre de 2013

Extrema, dura


La señora Trujillo anda preguntándose estos días, con escaso espíritu humanista y menor alcance intelectual, para qué sirve el catalán. Tentado estoy yo de resolverle tan angustiosa duda de manera llana y escueta, diciéndole que, como cualquier otra lengua, la catalana sirve para comunicarse verbalmente, es decir, evolucionadamente, proceso este, al que alude el lexema adverbial, del cual intuyo entre ajena y lejana a la señora Trujillo. Contrariamente, de errar con mi intuición, habré de concluir que la exministra extremeña no tiene un pelo de tonta y que su pregunta es de esas a las que la retórica da su propio nombre. La Trujillo no pregunta; la Trujillo responde. Y su respuesta, no requerida por nadie, viene a decirnos que el catalán no es necesario; y, si no es necesario, es prescindible; y, si es prescindible..., pues eso: prescindamos. De este modo, lo que inicialmente pudiera antojársenos angustiosa duda no es sino un hipócrita intento de justificación.

Llegados aquí, se me ocurre que el único distingo para que no sean uno y lo mismo los supuestos trujillistas y los franquistas es que Paquito, el Generalísimo, no necesitó nunca justificarse, mucho menos hipócritamente y con pseudorreflexiones disfrazadas de preguntas retóricas.

¡Quién sabe...! Al cabo, si cundiese el ánimo simplista que la señora Trujillo parece tener en materia lingüística, no solo el catalán sino incluso el castellano podrían estar en la exterminadora mirilla del desdén anglosajón: What use is...? Seguro que entonces la Trujillo se situaría al otro lado de la barrera.

lunes, 29 de julio de 2013

Política y diarrea


«Síntoma o fenómeno morboso que consiste en evacuaciones de vientre líquidas y frecuentes». Esta es la definición que, de la voz "diarrea", proporciona el DRAE. Pero, ¿saben qué otra palabra significa exactamente lo mismo? La respuesta correcta es "corrupción". Vale que sea un uso anticuado de la palabra, pero ¡no me digan que no resulta harto elocuente, en estos tiempos políticos que corren!


Siempre había sospechado que la mayor parte de los políticos y altos cargos de este país eran una mierda. Ahora lo sé, aunque sea merced a un poco de tergiversación lingüística.

miércoles, 10 de julio de 2013

Lideresa

Hace nada, mi mujer me preguntaba sobre si era o no correcto el término lideresa con que, perifrásticamente, acababan de referirse en cierto programa de la televisión a Alicia Sánchez-Camacho. Mi respuesta, tras un prudente "no sé, pero supongo [...]" que suele caracterizarme, fue la de "[...] que no". Pero erraba el pronóstico.

En castellano, los sustantivos finalizados en vocal + r que señalan actividades humanas, profesiones, cargos o títulos suelen ser comunes en cuanto al género, salvo los acabados en -or, los cuales suelen añadir  a esta terminación el flexivo -a. Así, decimos la militar, la sumiller, la faquir o la augur de igual manera a como decimos el militar, el sumiller, el faquir o el augur. De esta tendencia idiomática, que mi mente había convertido en norma de manera precipitada, junto al hecho de que, como hablante o lector, nunca me había topado con el sustantivo en cuestión, había nacido la errónea respuesta negativa que brindé a mi mujer.

Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), la voz líder, proveniente del inglés leader 'guía', se incorporó a nuestro lexicón académico en la edición de 1970. Dos eran las acepciones de este calco adaptado: la que señalaba a 'quien va en cabeza en una competición deportiva' y la que nombraba al 'conductor de un partido político o de otra colectividad'. En esta segunda acepción —primera, en realidad, en aquel DRAE de 1970— era donde hubiera tenido cabida semántica la susodicha Sánchez-Camacho. Sucedía, no obstante, que la información gramatical de la entrada marcaba el sustantivo como masculino, y, salvo chiste fácil, la Camacho deja así de encajar como referente aludido.

Y así, en esencia, se mantuvo la entrada líder hasta la edición de 1992, inclusive. Pero lo cierto es, sin embargo, que, en la actual edición del DRAE —la que hay en vigor y cabe suponer que también en la vigesima tercia, que está horneándose—, el sustantivo lideresa posee entrada propia. Bien es cierto que el mismo diccionario advierte de que esta voz es de mayor uso en América.

En fin, también existe, después de todo, aunque sea de escaso uso, el femenino choferesa, el cual, en mi modesta opinión, ha perdido el poco afrancesamiento que pudiera quedarle al chófer y aun al chofer.

En condiciones normales, la última oración que he escrito hubiese sido la que sirve de remate a esta entrada; pero no puedo evitar armarme de calambur y sentenciar con que me importa un pito y tres bledos despectivos que sea  líder o lideresa la líder esa.

jueves, 20 de junio de 2013

De hostias a ostias

En alguna ocasión, ante mis alumnos de instituto, no he sabido refrenar un enfado a tiempo, de modo que he llegado a verbalizarlo aludiendo a las obleas  redondas de pan ázimo que el párroco consagra y el fiel traga.
—¡Hostias! —exclamo entonces. Y, enseguida, añado lo que, en mí, ya va camino de convertirse en una muletilla—: ¡Con hache, por supuesto!
La primera vez, les sorprende. A muchos, también les sorprende, la segunda vez, y aun la tercera, la cuarta... Son pocos, por no decir nadie, quienes piensan en un principio que este sustantivo se escribe con hache inicial. Siempre he imaginado, un tanto intuitivamente, que ello se debe a la coincidente redondez de la oblea y de la  vocal o. Pero no sé si es una hipótesi que se sostenga demasiado, si consideramos que el hablante medio usa esta palabra mayoritariamente para dar cuenta de sus otros significados y, así, nos damos hostias por ir a toda hostia; pegamos o nos pegan hostias, acaso con muy mala hostia, sobre todo si no tenemos ni media hostia... Y, después de todo, aunque a unos les guste ser esto y a otros, lo otro, a todos nos gusta ser la hostia.  En fin, sea como sea, lo cierto es que la hache es consustancial a las hostias, pues es etimológica y ya nos vine (im)puesta desde el latín.

Hace unos días, mi buena amiga y colega Marta me remitió el enlace a una de las Puntadas sin hilo de Arturo González, intitulada "El coño de su puta madre". En ella, el autor muestra su pasmo ante el escándalo que ha causado el hecho de que, en la última asamblea de IU en Sevilla, Sánchez-Gordillo expresase su deseo de que la «Europa de los Mercaderes se vaya al coño de su puta madre». A mí me parece que así, a lo Sánchez-Gordillo está muy bien dicho y coincido con Arturo González en que «Los tacos y las expresiones burdas causan menos daño que las afirmaciones autoritarias de los elegantes y los mandatarios». En efecto, ofende, mucho más que la palabra, la idea.

Con todo, esta Puntada viene a colación no por su enjundia, sino porque, hacia el final de su penúltimo párrafo, puede leerse: «Tras cientos de años se ha conseguido que la blasfemia desaparezca del Código Penal, cuando todos estamos hartos de exclamar ¡ostias! si nos quemamos o acordarnos del Sumo Hacedor por tanta injusticia como reparte». Yo había iniciado esta entrada al blog pregonando la presencia inexcusable de las haches en las hostias, y me doy de bruces contra la desnudez de estas que aquí se exclaman con hartazgo. Si Arturo González no estuviese reclamando en su artículo la validez comunicacional de las expresiones groseras, pensaría que sus ostias son un eufemismo y no un error o una errata. De todos es sabido que las expresiones malsonantes tienden a desarrollar, a menudo por paronimia, variantes eufemísticas, de modo que podemos llegar a cagarnos en Dios o en diez, pedir que dejen de tocarnos los cojones o los cojines o maldecir a través de mil demonios o de mil diantres. En castellano, la voz ostia existe como variante de ostra, lo cual permite inferir que, así como exclamamos ¡ostras! en vez de ¡hostias!, bien podríamos también exclamar ¡ostias! en vez de ¡hostias!

No creo que esta razón se halle instalada en la mente de ningún hablante, por lo que la inferencia resulta, a pesar de su lógica, falaz. Hasta ahora, claro. En mi mente, ya se ha instalado, y pienso, en adelante, proferir tantas hostias como ostias —ya no ostras—, dependiendo de mi grado de indignación o del público habido ante mí. Y, así, en adelante, ante mis alumnos, la muletilla variará necesariamente: —¡Sin hache, por supuesto!—. Y a los pobrecillos les sobrevendrá el coñazo explicativo que aquí finalizo.

lunes, 10 de junio de 2013

Amores gallináceos

Dibujo extraído de la galería de Judson
«Más vale pan con amor que gallina con dolor». Este es el único refrán que yo conozco en que el concepto abstracto del amor y el muy concreto de la gallina van de la mano. Sin embargo, recientemente, un alumno  me ha puesto sobre aviso de una paremia —de reciente acuñación, se me antoja— que empieza a tener cierta difusión por la red y que halla exponencial cobijo en sitios recopilatorios de citas, frases, refranes... Se trata de la expresión «La mujer, en el amor, es como la gallina, que cuando muere el gallo a cualquier pollo se arrima». Sin duda, la tal expresión apenas aporta nueva significación en el microcosmos paremiológico, pues su moraleja viene a ser la misma que subyace tras el celebérrimo comparativo de superioridad: «Más puta que las gallinas». Nunca he acabado de comprender a qué viene la proverbial promiscuidad de la gallinácea hembra; pero, por lo visto, la hubo que incluso «aprendió a nadar para foll..., a los patos». Claro está que menos aún he entendido nunca el porqué de su también proverbial cobardía, siendo un animal que le pone tantos huevos al día a día.

En fin, pienso estar alerta —es un decir; ¡con lo desmemoriado que soy!— ante la evidente posibilidad de que el ingenio desvergonzado de la inventiva popular obre de manera impúdica y logre asentar en el idioma una variante picaruela de la susodicha paremia de reciente acuñación. Para ello, solo resultaría necesario un cambio en el morfema flexivo de género del sustantivo que tiene como referente semiótico al gallináceo más joven. Sin duda, el resultado sería obsceno; pero la inventiva popular lo es a menudo. Obsceno del carajo; en sus dos sentidos, coloquial y recto.

Y, ya puestos, la expresión resultante valdría como ejemplo inequívoco de que la recentísima costumbre de anular las terminaciones del masculino genérico sustituyendo el flexivo correspondiente por el símbolo —que no letra— de la arroba, por mucho que la diseñen las ínfulas de modernidad, no es sino un uso espurio. Veámoslo: «La mujer, en el amor, es como la gallina, que cuando muere el gallo a cualquier poll@ se arrima».

Antes de que se me escandalicen por la ordinariez, conviene recordar que en castellano, "polla" es, en primera acepción, la 'gallina nueva, medianamente crecida, que no pone huevos o que hace poco tiempo que ha empezado a ponerlos' y que "pollo" es el 'gallo o gallina joven' —según nos adelanta la vigésima tercia edición del DRAE—.

Por cierto, de lo susodicho, se infiere que solo cabe hablar de polla si esta está crecida.

En fin, va siendo hora de que deje de escribir..., antes de que el artículo se me vaya de las teclas.

lunes, 22 de abril de 2013

De Pepes o La putada del imputado

Jesús, trabajando como un pepe.
Pese a lo que el ministro Gallardón pueda pensar, la putada del imputado no es otra que serlo y, por serlo, ser noticia. La palabra con que la actualidad lo nombre no tiene culpa ninguna.

Cierto, la fonética de la voz imputado puede inducirnos a error respecto de su prístino origen y de cuál es la familia léxica a la que pertenece. Dejemos claro, pues, desde ya, que imputado nada tiene que ver con puta, palabra que procede del latín putta 'muchacha'. En cambio, el étimo latino en que se origina el verbo imputar, del cual imputado es forma no personal de participio, resulta ser putare, cuyo significado primordial es 'pensar', aunque posee otras acepciones como 'contar' o 'podar'. Y en cuanto a la familia léxica se refiere, no hay disputa alguna respecto a que sea familia de buena reputación.

Por otro lado, el hecho de que el término imputado no pueda calificarse de cacofónico u horrísono sin que, necesariamente, se lo relacione con el mundo del sexo mediante pago, nos obligará a ser blasfemos en cuanto, dentro de la familia léxica, demos con el adjetivo putativo. Recuérdese que putativo, por excelencia, es san José, puesto que, no siendo padre de Jesucristo, es reconocido como tal. La Iglesia se ha encargado bien de ello durante siglos y, en los devocionarios y misales de la liturgia latina, los feligreses de todas las parroquias no podían leer una sola referencia a «Sanctus Iosephus» sin que figurase al lado, a modo de ineludible epíteto, la expresión «Pater Putativus Christi». Por cierto —ya que aquí hemos llegado—, dada la frecuencia con que aparecía la expresión, lo corriente era encontrarla abreviada en «P. P. Christi» y, de este hecho, surge la explicación de que los Josés se llamen Pepes. No obstante, se trata de un argumento espurio, pues el origen del hipocorístico Pepe es mucho más prosaico: se trata, sencillamente, de una forma reducida de Jusepe —versión antigua de José—, tal como sucede con el catalán Pep respecto de Josep o con el italiano Beppe respecto de Giuseppe.

En fin, yo extraigo de todo esto un par de conclusiones. La primera es que menos mal que las siglas  y las abreviaturas difieren, aunque solo sea en un punto —literalmente, colocado junto a cada letra formante—; si no, aún tendríamos que oír que san José era pepero. La segunda conclusión es que, si imputado, según el DRAE, se aplica en derecho a la persona «contra quien se dirige un proceso penal», y encausado, a la «persona sometida a un procedimiento penal», el matiz distintivo no existe, por lo que vuelvo al principio: la putada del imputado no es otra que serlo. 

sábado, 20 de abril de 2013

La letrina eufemística


El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, defiende la idea de que la palabra imputado conlleva un «prejuicio de condena mediática» y ha anunciado que este próximo lunes se darán a conocer las propuestas en las que, para evitar esta situación, ha estado trabajando una comisión de expertos encargada por el Gobierno. «Hay muchos modelos, desde la figura de encausado hasta la de testigo asistido», ha avanzado el ministro.

No sé en qué consistirá el grueso de la pretendida reforma judicial, pero me da que, en lo que a la semántica atañe, Gallardón trata únicamente de maquillar la realidad política a golpe dictatorial de eufemismo, por una razón evidente: la honradez política —menudo oxímoron— se halla bajo mínimos; y ello, justo ahora que el PP está en el poder. ¡Vaya, por Dios! Gallardón no trata de proteger lingüísticamente a los imputados, sino a sus imputados, los peperos —y, de paso, quizás también a los de la Casa Real—. Es, pues, un nada gallardo galardón de Gallardón para posibles mangantes azules, ya sea por razón de sangre o de color ideológico. Por suerte, la gente no es imbécil —aunque, en su fuero interno, él piense seguramente que sí—; y adivina que, enseguida, la connotación peyorativa pasará del imputado al encausado o al testigo asistido, como quiera que finalmente pase a denominársele. Es un proceso semántico no sólo lógico sino inexorable, si se piensa que la carga negativa pertenece a la realidad, desde donde, eso sí, se contamina la voz con que nos referimos a ella.

Pensemos, por ejemplo, en las pretéritas gentes latinas que, apretadas de la perentoria necesidad de evacuar el vientre, dirigían sus diligentes pasos a descansar sus romanas nalgas en los orificios de una latrīna, en muchos casos, pública y comunal. Desconozco si las gentes del imperio tenían otra forma de llamar a estos lugares propicios a la evacuación intestinal, como acaso los llame Gallardón. Es posible, incluso, que la voz latrīna no llegase a sentirse como vergonzoso tabú, dado que el sistema de canalización e higiene usado por los romanos era tal que cabía la posibilidad de sentir todo el orgullo de la civilización al sentarse a cagar.

En el siglo xv, sin embargo, el agua corriente ya no corría y las letrinas eran, simplemente, insanos y hediondos pozos ciegos. Imagino al castellano de entonces habiéndose de disculpar frecuentemente durante cualquier conversación diciendo: «Perdón. He de ir un momento a la letrina. Vuelvo enseguida». Al sentarse uno sobre semejantes fuentes de infección, el orgullo de la civilización daría paso inevitablemente a la vergüenza de la inmundicia y, al cabo, ya casi nadie se excusaría ante nadie aduciendo la necesidad de ausentarse un momento para ir a las letrinas; no, al menos, haciendo uso de esa palabra. Efectivamente, letrina, pese a ser la misma que aquella otra latrīna y pese a haber nacido, por tanto, del latín lavātrīna —que alude literalmente al acto de lavarse—, debido a la maloliente fealdad de la realidad referida, no tardó en dejar de ser eufemismo. Se trata, como indicaba más arriba, de un proceso lingüístico nada extraño. Es la obligada alternancia entre  eludir y aludir: para referirnos a una realidad, eludimos un tabú aludiéndola con un eufemismo, un eufemismo que, por íntimo contacto semiótico con el referente, acabará desgastándose y sintiéndose como un tabú, el cual se hará necesario eludir aludiendo con un nuevo eufemismo, etc.

Fue así como el idioma inició su peregrinaje terminológico a través de las distintas voces con las que se ha ido aludiendo a lo que hoy, de vuelta a los orígenes de la lavātrīna, llamamos consuetudinariamente  lavabo. En el camino, usuales aún, pero claramente desgastadas han ido quedando palabras que advinieron como eufemismos pero que ya no lo son.

Retrete, por ejemplo, es voz prestada por el catalán al castellano que originariamente significaba 'retirado' o 'retraído'. Ciertamente, el habitáculo donde llevar a cabo nuestras mingitorias o fecales necesidades es lugar  en que retraerse, en que aislarse de los demás, una vez olvidado, como decía antes, aquel orgullo romano por su ingeniosa ingeniería comunal. En contra, recuperadas las aguas con el moderno sistema W. C. —de donde extrajimos nuestra voz váter, ya gastada del todo también como eufemismo—, el sentido de 'retirado' no deja de ser pertinente, pues el habitáculo ya no se halla alejado, fuera de las cuatro paredes de nuestras casas, sino que lo hemos incorporado a ellas como una estancia más —o dos o tres..., dependiendo de los posibles y del ánimo de ostentación de cada cual—.

Otro ejemplo, semejante al de retrete, lo tenemos en la palabra escusado —que no excusado, pues no proviene de excusa, sino de escusa 'escondida'—. Es de suponer que el sentido eufemístico con que se incorporó al idioma lo toma precisamente del hecho de que nos retraemos de los demás, de que nos escondemos de ellos. Pero, por mucho que nos escondamos, la escatológica esencia de los hechos y del lugar de los hechos acaba siempre por imponerse y deslucir cualquier intento de asepsia eufemística. Dicho, en plata: estamos hablando, literalmente, de un tema y un lugar de mierda.

¡Vaya!, he empezado hablando del ministro de Justicia y de la corrupción política y he acabado hablando mucho de..., en fin, de materia excrementicia. ¿Alguien más ve en ello dos temas consecutivos no solo temporal sino también lógicamente?

viernes, 15 de marzo de 2013

Una imagen y menos de mil palabras

Uno de los aspectos básicos de la creación publicitaria, al menos según la explicamos los profes de lengua en las aulas, es el diálogo que se establece  entre texto e imagen: el texto puede aclarar el sentido de la imagen, si esta complementa o ejemplifica el de aquel...

Así, la imagen se nos cuela en el ámbito académico de las palabras. De igual manera sucede en la prensa escrita. Sucintamente, podríamos definir los periódicos como publicaciones diarias de noticias; y las noticias, como textos que relatan la actualidad. Y sin embargo, cada vez más, la imagen va comiendo espacio a la letra de los diarios. Ello resulta especialmente evidente en el diseño de sus portadas. Las razones para que sea así resultan obvias y acaban por dar validez a esa sentencia famosa de cuyo uso abusamos y con la que no siempre cabe estar de acuerdo: "Una imagen vale más que mil palabras".

En cualquier caso, no es de estas razones obvias de lo que quiero escribir, sino de la costumbre adquirida de un tiempo a esta parte de montar las portadas de los diarios sobre la base de dos noticias, a partir de las cuales pueden obtenerse, respectivamente, el titular del día y la imagen del día. Ello hace que, sin remedio, se cree un diálogo entre texto e imagen, que no es pretendido y estudiado, como sí sucede en el ámbito publicitario, sino inconsciente y azaroso.

Si damos un repaso a algunos de los apartados que nos ofrece la prensa de hoy, tendremos ejemplos más que suficientes de lo expuesto —de hecho, estos renglones nacen de haber hecho yo ese repaso previo a primera hora de la mañana—. Los titulares de hoy coinciden en dar cuenta del freno a los desahucios; las imágenes, en cambio, en ilustrar la nueva actualidad vaticana. Es decir, la falsa impresión resultante de aunar información textual e información visual es la de que los desahucios se han acabado gracias a Dios, lo cual no es locución interjectiva con la que manifestar alivio, sino sintagma preposicional de significado literal: gracias a Dios, papa mediante. Veamos, si no, La Vanguardia: «Europa abre la puerta a que los jueces suspendan los desahucios», reza el titular de paso enorme junto a una imagen de gran formato en la que se ve a Francisco I, crucifijo en ristre. O el diario Ara, en el que un enorme «STOP desnonaments» figura encima de una fotografía en la que puede verse al nuevo papa junto a parte de la curia pontificia, preocupados todos, en el descenso de la escalinata vaticana, por el hecho de que, si la Iglesia no proclama a Jesucristo, se convierte en una ONG piadosa. Algo distinta resulta la portada de El Punt Avui, el cual, por su carácter de prensa regional, en vez de irse hasta Roma, se queda en Colera (Girona) y muestra una imagen en la que el viento ha hecho caer una gran grúa sobre una casa, imagen con la que, inevitablemente, se establece un juego metafórico con los desahucios de marras y las "Hipotecas abusivas", sintagma que figura hoy como título de portada de este diario. Con todo, la relación casual que acaba siendo más íntima entre titular e imagen es la que se da en la portada de El Periódico de Catalunya: "Ahora, sí. Stop desahucios" puede leerse sobre una imagen del nuevo papa con un gran pie de foto lateral en que el pontífice dice: «Ojalá Dios os perdone por lo que habéis hecho». Lástima que Francisco I dirigiese sus palabras a los cardenales por haberlo elegido y no a los responsables de esta mierda de sistema en crisis, por dejar a la gente sin techo bajo el que cobijarse.

Lástima también que apenas el lapso de un día impidiese hacer coincidir en las portadas recientes de la prensa mundial el titular HABEMUS PAPAM con la fotografía de un Messi que corría loco de alegría siguiendo la cal del fondo sur del Camp Nou, coincidencia que, sin duda, hubiese hecho necesario un pie de foto esclarecedor más o menos de esta guisa: Messi, loco de alegría. No por la elección de un papa argentino, sino por su segundo gol al Milan, con el cual quedaba igualada la eliminatoria.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Concursos


En ocasiones, de manera un tanto socarrona, prevengo a mis alumnos acerca de la perentoria necesidad de que se cultiven, de que vayan reluciente y aceitunadamente barnizando la piel de su conocimiento con una dura pátina de cultura general. Les auguro, con afectación histriónica, el advenimiento de un futuro incierto —aunque tan cierto como que las noches suceden a los días— en el que, para poder ganarse la vida, necesariamente habrán de acudir a los platós televisivos de las distintas cadenas para intentar llevarse al bolsillo algún que otro euro.

El azar ha querido que, en una de las últimas emisiones del celebérrimo Atrapa un millón, de entre la infinitud de posibles cuestiones que pueden plantearse en un concurso de preguntas y respuestas, Carlos Sobera plantease la siguiente a sus dos concursantes: "¿Qué frase se atribuye erróneamente a una famosa novela?" Y digo que así lo ha querido el azar, porque esa misma mañana, durante una de mis clases, acerté a anticiparles la información con la que, de estar viendo el concurso, cualquiera de los alumnos hubiese sabido acertar eligiendo, de entre las eventuales respuestas —"Todos para uno, uno para todos", "Elemental, querido Watson" y "En un lugar de la Mancha"—, la del medio.

Pese a todo, me preocupa el hecho de que, mientras no acuden a ganarse ese euro futuro, en el presente, se sientan ante el televisor en el sofá de su casa y reciben como modelo de corrección lingüística lo que tal vez no lo sea tanto. Poco después de hacernos saber que el Sherlock fílmico gasta muletillas que el libresco desconoce, el ordenador del concurso mostraba una nueva pregunta seguida de cuatro opciones de respuesta: "¿Quiénes se saludan juntando las manos a la altura del pecho? Húngaros. Mongoles. Hindús. Italianos." Puedo llegar a entender que la palabra con que se daba la respuesta correcta no fuese "Indios"; no entiendo, sin embargo, que se prefiriese "Hindús" a "Hindúes". La norma culta y todos los manuales de estilo aconsejan que los plurales de los gentilicios acabados en / sea mediante la adición del flexivo -es: magrebíes, iraquíes, zulúes... Ciertamente, el plural "hindús", escrito asín, no es incorrecto; pero tampoco lo es el adverbio modal que acabo de escribir yo y, sin embargo, hubiese sido preferible que hubiese optado por escribir "así" y no "asín". Los medios de difusión tienen una responsabilidad lingüística que han de observar con rigor.

Estoy rematando esta entrada y oigo, proveniente de La Sexta Noticias, que según la NRA (Asociación Norteamericana del Rifle), "A un hombre malo con un arma solo lo detiene un hombre bueno con otro arma". Paroxismo. La estulticia humana en estado supino. Casi me da igual que la flexión de género del indefinido no concuerde con la del sustantivo.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Perlas en campaña: *atiar


A quien se le concede un micrófono, le es encomendada, por añadidura y de forma inherente, una responsabilidad sociolingüística. Sin embargo, oyendo lo que ya empieza a oírse en esta temprana campaña electoral, cualquiera diría que quien ase un micrófono lo hace como quien agarra una bacía u orinal, pues al pronto y de pronto comienza a escupir en él indiscriminadamente toda suerte de expresiones incorrectas, giros agramaticales o estrambóticos palabros.

Cualquiera tiene los dos dedos suficientes de frente como para manejar con cuidado unas tijeras, unas tenazas, una sierra... No obstante, cuando lo que se maneja es un micrófono, el grado de irresponsabilidad en su uso puede llegar a ser mayúsculo. Hay, inevitablemente, un modelo de habla en todo orador, y este ha de estar a la altura, es decir, su lengua ha de ser modélica. Sin excusas tanto en las coberturas periodísticas de la campaña electoral como en los preparadísimos discursos electorales de los políticos, pues la espontaneidad característica de la oralidad lingüística —ya puede uno usar sin reservas el sustantivo abstracto "oralidad", incluido en el avance de la vigésima tercera edición del DRAE— apenas si es una máscara de sí misma en este tipo de textos.

Por ejemplo, va cundiendo entre la descastada casta política —también entre los periodistas— la irracional creencia en que las palabras son tanto más hermosas cuanto tanto o más polisílabas son —ellos dirían *polisilábicas. Así, se prefiere decir tensionar a tensar o racionalizar a razonar. La diferencia —que no diferenciación— entre el primer par de voces es puramente estética; más grave resulta la diferencia entre el segundo par, pues racionalizar no es exactamente lo mismo que razonar. Y por ese camino, llegamos al error absoluto de, por ejemplo *posturar, palabro inexistente con el que algún periodista ha pretendido recientemente significar 'adoptar una postura' o incluso 'posicionar'. O al de *atiar, catalanismo con que anteayer un periodista de la cadena SER enterraba la voz castellana atizar. No sé, acaso por este error todavía estemos a tiempo de recuperar el verbo, ya anticuado, atear.

miércoles, 6 de junio de 2012

PRESENTE

La gramática morfológica siempre nos recuerda que el presente es un tiempo imperfecto.

La gramática parda ha de enseñarnos que según qué verdades académicas no conviene que traspasen los límites de la lingüística.

Sí, sí, ya sé... Corren malos tiempos. Pero, precisamente por eso.

Imagen: "HOY", 2005. Obra original de Carlos Schwartz. (Letras de neón y soporte metálico. 20 x 15 x 15 cms.)

martes, 20 de septiembre de 2011

Fulgor en la mar



 Lee este poema de Glòria Macià i Muñoz, en castellano:

Observa la barca tímida,
que navega recelosa,
una estrella que brilla
sobre la mar furiosa.

El pescador fuma la pipa.
En el temor reflexiona
sobre la miserable vida,
que lamenta cada hora.

Una sirena posa seductora
en la roca de la cala.
Al pensador entona,
comprensiva, una balada.

En el caos penetra lenta
la música melodiosa.
Canta, afectada, la sirena
una tonada dolorosa.

De la partitura de la vida
cada nota transporta
al mar la fresca brisa
de la velada costa.

La profunda balada crea
un fulgor en la cara
del perdedor, que tal idea
sobre la mar brava proclama:

«Compondré una obra suprema
de regular estructura.
Seré artista del genial poema
de bilingüe lectura».

Amor en sensibles versos recita,
el poeta a la mar exaltada.
Renuncia a la sacrificada vida:
amarra, alegre, en la cala.

Aquella estrella brilla
sobre la mar calmada.
La contempla, afligida,
una sirena enamorada.

Vuélvelo a leer. Esta vez, en catalán.

Son las mismas letras, a lo sumo, para distintos fonemas. Idénticas las palabras, pues. Ciertamente, voy a ser algo tendencioso con la analogía; pero, este bilingüe poema da perfecta cuenta de un bilingüe mar en el que nunca una inmersión ha acabado con resultado de ahogo.

lunes, 5 de julio de 2010

EL SOL SE LLAMA LORENZO

Estos que a siniestra mano veis son Catalina y Lorenzo, es decir, la luna y el sol.

En un reciente viaje a los madriles del bochorno estival, mi amiga Alicia —Silvia, su madre, mediante— me preguntó por qué al sol lo llamamos Lorenzo. A poco, mi estimada Montse me ha formulado idéntica cuestión. Y, como quiera que ni a una ni a otra pude dar respuesta, y como quiera que, pese a mi inclinación vinatera, nunca me ha gustado que a la vuelta lo vendan tinto, me he puesto a redactar esta entrada, que —ya lo anticipo— poco o nada ha de concluir.

Al parecer, en ciertas partes de hispanoamérica, según he oído contar a una colombiana, al sol  lo llaman el mono. A esto sí que puede darse explicación, pues bien pudiese ser debido a que las culturas azteca y maya utilizaban este animal como símbolo solar, tal y como se muestra en la pictografía que ha llegado hasta nuestros días. Que, en Puerto Rico, por su parte, el astro rey sea llamado el rubio posee tan evidente explicación, que huelga referirla.

Con todo, la incógnita es nuestro peninsular Lorenzo y mucho me da que, para ese poco o nada que habré de concluir, andareme, como el maestro Cervantes, tirando de conjeturas verisímiles. Ustedes sepan perdonármelo y venga ya la primera de ellas.

En la ciberpágina de la Asociación Canaria para la Enseñanza de las Ciencias, ACEC "Viera y Clavijo", se lee:
En el solsticio estival, en torno a la fiesta de San Juan, la duración del día es máxima y deberá coincidir esta fecha con el momento de más calor. Sin embargo ocurre que, al recibir la radiación solar, el suelo se calienta en tal medida que no consigue desprender la suficiente energía calorífera en las cortas noches estivales. De esta manera, el calor proveniente del Sol se suma con el que desprende por convección la corteza terrestre, incrementando el bochorno de verano, hasta que la duración del día disminuya lo suficiente y neutraliza así la conjunción de ambos fenómenos. Esto ocurre en nuestras latitudes en torno al 10 de Agosto [perdón por la intromisión, pero está de recibo que los nombres de los meses no se escriben con mayúscula], cuando el santoral celebra la fiesta de San Lorenzo; y de ahí el dicho tan conocido de que “El día de San Lorenzo es el de más calor del año.
La tintura científica de que se cubre esta explicación le confiere una indudable verosimilitud, que no necesariamente veracidad. Cierto es que, en paremiología, los santos son quienes cortan gran parte del bacalao, las más de las veces meteorológico. Ahí está san Isidro, sin ir más lejos, quien, labrador, quita el agua y pone el sol; o san Antón, quien nos da media hora más de sol. Todo lo condicionan y someten a su isobárico arbitrio: Si hace viento por san Matías, hace viento cuarenta días; si hiela en santa Lucía, en primavera habrá buenos días, pero si lo hace por santa Quiteria, mal año espera... Asimismo, en el resto de la fraseología es también frecuente su presencia, verbigracia, san Telmo y su fuego —tratándose de fuego, mejor no volver a mentar de nuevo a san Antón—, o el propio san Lorenzo, quien, más allá de bautizar o no al sol, a lo que sí da nombre es a las Perseidas, la famosa lluvia de meteoros que, según la tradición no son sino las lágrimas del santo, pues acontecen en torno al 10 de agosto. Este último dato es, a mi propósito, relevante. De la casualidad de que las Perseidas y la canícula coincidan en torno a una misma fecha, podríamos colegir erróneamente una necesaria causalidad: si a un meteoro se lo bautiza con el nombre correspondiente del santoral, ¿por qué no también al otro? Sin embargo, no acaba de convencerme el hecho de que, en el proceso bautismal, al santo le caiga el ídem. Ni siquiera al bueno de Telmo le sucede; su fuego sólo admite dos únicas variantes: de San Telmo o de Santelmo.

Ya puestos a aventurar hipótesis, quizá se añada —o se superponga— a lo arriba referido el hecho de que, siendo cierto que el período canicular suele sobrevenir por esa fecha y atendiendo a que el martirologio nos refiere que san Lorenzo fue abrasado en una parrilla, la asociación fácil está servida. De hecho, los contextos en que más se alude al sol como lorenzo suelen tener una marcada intención ponderativa: ¡cómo pica —o pega o quema o torra...— hoy el lorenzo!, solemos decir.

Sea como fuere, lo cierto es que existe una canción popular española —asturiana, por más señas— que o bien está en el origen del apelativo o bien se nutre de él. La canción, de la cual existe una armonización estupenda para piano y voz, de Toldrà, dice así:
El sol se llama Lorenzo
y la luna Catalina.
Catalina anda de noche
y Lorenzo anda de día.
Al son que la repetía,
al son que la repitió,
"al tibirín, tibirón".

Enamorose Lorenzo
de la blanca Catalina
y le pidió una mañana
si con él se casaría.
Al son que la repetía [...]

Fue muy sonada la boda
de Lorenzo y Catalina:
¡qué hermosa estaba la novia
con su manto de estrellitas!
Al son que la repetía [...]
Pienso ahora, y acaso venga que ni al pelo, que, en la asturiana Gijón, uno de los parajes más hermosos es el que componen el cerro de Santa Catalina y la playa de San Lorenzo. No obstante, de forma contraria a lo que cabría suponer según la letra de la canción, si hemos de dar formas a esta geografía, el cerro es más sol y la playa, totalmente luna.

Y hasta aquí llego. Después de todo, se me ocurre que el bautizo del lorenzo acaso no sea más que eso, un simple bautizo. Eso sí, con nombre rústico, como corresponde a la llaneza popular. Mi apego quijotil me trae en este momento a la memoria al manchego Lorenzo Corchuelo, padre de Aldonza Lorenzo (Dulcinea del Toboso).

Si alguno de ustedes está en disposición de arrojar nuevas luces, de aportar nuevas y verisímiles conjeturas, Alicia, Montse y un servidor se lo agradecen.

jueves, 18 de febrero de 2010

CHINCHETAS ORALES

Quien más y quien menos puede tener un tic; ahora bien, sucede que eso que pudiese no ser un problema mayúsculo, hoy día se nos ha convertido a todos en uno en mayúsculas: todos tenemos TIC, esto es, [nuevas] tecnologías de la información y la comunicación.

Vivimos, dicen —y yo me lo creo—, en la era de las nuevas tecnologías y, de ello, se deriva una consecuencia inmediata: la cultura de la imagen en la que veníamos instalándonos desde hace ya un tiempo, se ha, definitivamente, consolidado. Pocos debemos de ser ya quienes no congreguemos a pie juntillo con la axiomática ponderación de que "una imagen vale más que mil palabras".

Cierto es que la imagen, por su incontrovertible capacidad plástica, capta antes nuestra atención. No hay más que atendender al saber paremiológico para recordar que, si prentendemos conocer las cosas como son, para sacarles provecho o para evitar las que pueden causarnos perjuicio, no hay otra que abrir bien los ojos; si queremos desengañar a alguien en cosas que le puedan importar o descubrirle algo de que estaba ajeno, lo que toca es abrirle los ojos; nuestro interés por personas o cosas presenta una gradación ascendente de tal manera que, tras echar un ojo (o un vistazo), enseguida le echamos el ojo, le clavamos los ojos y, finalmente, nos lo comemos con los ojos. Todo nos entra por los ojos y, por eso, cuando nuestro concepto o estimación de alguien varía, es que lo hemos mirado con otros ojos. Y por eso también, cuando algo no entendemos, por muy abstracta que sea la realidad, es que vamos a ciegas.

Reconozco que, al principio, no he hecho sino exagerar al establecer como una problemática las TIC. Sin duda, lo que se esconde tras estas siglas tiene sus bondades, pues, pese a que potencian extremamente la cultura de la imagen, en absoluto se reducen de forma exclusiva a ella. Por ejemplo, la Wikilengua del español está dispuesta a rizar el rizo con su atractivo y ambicioso proyecto de crear lo que han dado en denominar Atlas oral, con el cual pretenden que los hispanohablantes construyamos con nuestras aportaciones un registro de las diferentes hablas del castellano, con atención especial al habla popular. ¡Hay que ver, si don Ramón Menéndez Pidal levantase la cabeza, cómo habría de censurarme la perorata introductoria de esta entrada! El primer mapa lingüístico de España se halla en la enciclopedia Espasa (1923, vol. 21, págs. 416-417). Sin duda, el texto sobre las lenguas que lo acompaña fue redactado por el ilustre filólogo, aunque parece desatino pensar que el diseño del desafortunado mapa, como señala Jesús Burgueño, pueda serle atribuido.

Les animo, pues, a todos ustedes —al tiempo que me animo yo mismo— a contribuir a la génesis de este atlas aún en cierne. Google Earth o Flickr, por ejemplo, llenan sus mapamundis de variadísimas imágenes, las cuales penden de chinchetas virtuales. Ahora a esas chinchetas, de visual, sólo les quedará su diseño: serán, en esencia, sonoras; concretamente, orales. No importa si ustedes sesean o cecean; si vosean, tutean o ustean; si son yeístas... o si, cuando hablan de 'polla', se refieren a una carrera de caballos, a una gallina nueva, a una mujer joven, a una chuleta para el examen, a la lotería nacional, a cierto combinado lácteo, a un esputo o a su miembro viril. Mejor dicho, sí importa. Es lo que, en definitiva, importa más.