Mostrando entradas con la etiqueta Música. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Música. Mostrar todas las entradas

domingo, 13 de noviembre de 2016

Adiós a Cohen



Supe del fallecimiento de Leonard Cohen al tiempo que del de Francisco Nieva: por la mañana temprano, antes de acudir al instituto a impartir la primera clase del día. Poco después, ya en el aula, entre mis alumnos, no pude evitar compartir con ellos la luctuosa noticia. Era consciente de que Nieva no sería para ellos más que el perfecto desconocido cuyo apellido, coincidente casi enteramente con el de una alumna, tal vez retengan sus compañeros durante largo tiempo o para siempre. A Leonard Cohen, sin embargo, alguno habría que lo conocería. Y efectivamente, alguno hubo —gracias al gusto musical de sus padres, por supuesto—. Intenté que todos comprendieran la magnitud de su arte y aproveché para hablarles de nuestro famoso Lorca, más afamado, si cabe, gracias al cantautor.

Al final de la digresión, extraje el móvil de mi bolsillo y busqué una canción en YouTube, como la he buscado hoy para iniciar esta entrada. No elegí, sin embargo, el eco lorquiano de "Take this waltz". Elegí "Hallelujah", consciente de que la mayoría de alumnos conocerían la canción gracias a la versión de Rufus Wainwright incluida en la banda sonora de la película Shrek. Subí el volumen multimedia del teléfono, alcé al cielo la mano y les pedí a todos que guardasen conmigo un respetuoso minuto de música.

lunes, 17 de octubre de 2016

La respuesta está en el viento

De mi vida, guardo recuerdos cuya banda sonora la pone Bob Dylan. En algún momento, incluso, mi entusiasmo por su música corrió parejo a mi fervor stoniano. Sin embargo, he de reconocer que no me parece una buena elección la que la Academia Sueca ha tomado.

Como profesor de literatura que soy, no necesito ser convencido de que las letras de canciones poseen carácter literario —no todas, claro—. Hace ya algunos milenios que la poesía nació bajo el embrujo de la música, hecho que ha ido perpetuándose a través de los tiempos y renaciendo con cada eclosión de una nueva lengua. Nadie duda, por ejemplo, de que las primeras manifestaciones artísticas, esto es, literarias, de las lenguas romances —castellano, catalán, gallego, francés...— fueron en forma de canciones que, efectivamente, se cantaban ante cualquier oportunidad que la vida brindase: fiestas, ceremonias, trabajo... Es más, todavía hoy, perdida ya la melodía, la única diferencia sustantiva entre la prosa y el verso radica en el marcado ritmo de este frente a aquella.

Por otro lado, he de admitir que, entre mis poemas favoritos, se encuentran letras de canciones de Serrat, de Llach, de Sabina, de Cohen..., de Dylan. Más aún, no mentiría mucho si dijese que difícilmente puede encontrarse mayor tristeza artística en el amor que la expresada en la letra de cualquier bolero, o mayor desgarro pasional que el contenido en la letra de cualquier tango. Escuchando un tango, uno puede llegar a querer abrir lentamente sus venas para verter toda la sangre a pies de la mujer amada. Y morir después.

Con todo, suelo tener la sensación de que, desprovistas de música, desnudas blanco sobre negro, las letras de las canciones se resienten, flaquean; y ello es algo que, contrariamente, no me ha sucedido nunca con poemas musicados. Pienso por ejemplo en el Machado o en el Miguel Hernández de Serrat, nunca devaluados y cuyos poemas aprendí cantándolos en silencio mientras sonaban por la megafonía de aquel lejano colegio de primaria al formar filas en el patio para acceder ordenadamente a las aulas. Recientemente, gracias a Lourdes Domènech, he leído un artículo de Daniel Gascón en el que se hace referencia a cierto episodio de la película Annie Hall; en él, el personaje de Woody Allen —quien, en este ejemplo, viene a ser trasunto mío— escucha cómo una entusiasta recitadora —quien viene a ser trasunto de la Academia Sueca— declama unos versos de “Just Like a Woman” que, a él, le resultan banales sin la música. Y, como bien apunta el periodista: «Esto no es un demérito sino un indicio obvio» de que lo que Dylan hace son canciones.

Hay siempre un poco o un mucho de hipérbole en alabanzas como la que el poeta Henderson dedicó a la canción "Like a rolling stone" al decir que, más que canción, era toda una epopeya. O como la que otro poeta, Nicanor Parra, apuntó al asegurar que apenas tres versos de "Tombstone Blues" son suficientes para merecer el Nobel. Evidentemente, no estoy de acuerdo en que ello defina la calidad del cantante o de su obra, pues se trata más de entusiasmo que de crítica objetiva. Pero acaso ni el mismísimo Dylan estará de acuerdo, si hemos de dar crédito a su legendaria renuncia a ser denominado poeta.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Machado, in memóriam

Lo que tras el vídeo sigue fue escrito para mis alumnos en otro sitio. Lo traigo aquí ahora para, con ello, reparar el frío vacío que hace cuatro días provoqué justo en este rincón hiperespacial al no acudir a recordar a quien fuese mi primer poeta predilecto.

Entre los recuerdos vividos en mi escolarización primaria, uno de los que guardo más vívidos es el de formar fila en el patio antes de entrar al aulario, mientras por los altavoces oíamos a Machado cantado por Serrat.

Sin duda, llego cuatro días tarde aquí; pero mi conmemoración de Machado viaja siempre conmigo.



«Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar:
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..." ».

He aquí tres versos de Serrat, tan íntimamente ligados, en Cantares, a otros dos versos proverbiales de Antonio Machado, que diríanse todos propiamente machadianos.

He aquí cuatro versos de Serrat, tan íntimamente ligados, en Cantares, a otros versos proverbiales de Antonio Machado, que diríanse machadianos.

Este reciente 22 de febrero se conmemoraba el septuagésimo quinto aniversario del fallecimiento de este gran, enorme, poeta español. Son setenta y cinco años que han pasado y se nos han quedado, pese a que él nunca persiguió la gloria ni dejar en la memoria de los hombres su canción. Son setenta y cinco años que han pasado y se nos han quedado, acaso porque sí. Y acaso, llanamente, porque resulta ser cierto que todo pasa y todo queda, en especial donde los bosques se visten de espino.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Escuchando a Rachmaninoff

La música hace al ser humano ser humano.
(Tautología o dilogía, pero cierto).

lunes, 28 de octubre de 2013

jueves, 24 de octubre de 2013

Adiós, Manolo

A los ocho años, mis padres me llevaron a la plaza de toros de Iniesta (Cuenca) a ver un espectáculo nocturno de variedades en que se turnaban escenario Carmen Sevilla y Manolo Escobar. Me quedé dormido en el regazo de mi madre antes de que acabasen su actuación los teloneros, a los cuales ya tengo olvidados, si es que llegué a saber quiénes eran. Pero, de Carmen, ya me había enamorado inmediata y eternamente, y Manolo, desde entonces y por siempre, ha estado cantando en mi interior. Más allá de que a uno le guste o no le guste la copla, ha de reconocerse que los carros y los porompomperos forman parte esencial de la banda sonora de más de una generación.

Hoy, Manolo Escobar ha muerto, pero no. Sigue cantando en mi interior. «¡Viva el vino y las mujeres!».

martes, 14 de agosto de 2012

Simple Minds


Noche apacible de verano en Cap Roig. Copa de blanco antes del concierto, pipí, y a las gradas, que es la hora. Acordes estridentes de entrada. Aplausos, gritos, silbidos: los Simple Minds, al escenario. ¿Has visto? ¡Salen caminando!, me hace notar mi amigo Javi, justo un par de horas antes de que expire su tercer cuadragésimo quinto aniversario —en un par de semanas advendrá también mi tercer cuadragésimo quinto aniversario; hemos decidido quedarnos en los 45, ¿qué pasa? Vale, lo inteligente hubiese sido quedarse en los 30, pero ya no hay remedio—. ¿Oyes? ¿Oyes cómo jalea la gente su entusiasmo porque salen caminando, sin las sillas de ruedas? Ataque de risa descontrolada y a disfrutar, que ya suenan las guitarras.

No sé si Jim Kerr y los suyos han decidido quedarse o no en una edad determinada. Lo cierto es que no les hace falta; su música les hace atemporales. Las gradas se vistieron de diversas generaciones; la mía, seguramente, la más nostálgica, puesto que, a pesar de esa atemporalidad, los acordes de Don't you (forget about me), Alive and kicking... nos devolvieron a la memoria pubs y locales cuyos nombres acaso hemos olvidado, pero cuyos suelos y paredes quedaron para siempre en nuestro interior encerrando la música de los Simple Minds.

sábado, 10 de marzo de 2012

La Bohème


La crisis nos va quitando a todos esos pequeños caprichos que, como dulces paréntesis, nos separan momentáneamente de nuestra vida proletaria. Imagino que, de seguir así, un día habré de dejar también de acudir al Liceu. De momento, me resisto; pues, aunque pueda parecer un pequeño capricho burgués, es, en realidad una necesidad del alma. Además, un poco para compensar quién sabe qué, mi mujer lucía en la chaqueta una ostentosa chapa roja con una leyenda reivindicativa contra los recortes presupuestarios en sanidad y educación (la misma que habría lucido yo, de no haberla regalado previamente a Rubén, mi camarero favorito). Con todo, al margen del ahorro en la economía doméstica, los tentáculos ERE de la crisis a punto estuvieron de dejarnos sin función, cinco meses después de compradas las entradas.

El reparto de anoche no es el del día del estreno. Me quedé con las ganas de oír a la Musetta de Ainoha Arteta, brillante, según mi buena amiga Mary; pero la tocaya Garmendia estuvo a la altura del papel, añadiendo a su interpretación vocal una sobresaliente actuación teatral. Por otro lado, parece ser que Ramón Vargas, el tenor del estreno, quedaba tapado por la orquesta más de lo que resultaría aconsejable; en cambio Roberto Aronica sobresalió con suficiencia casi siempre: su repertorio hace tiempo que incluye a un Rodolfo capaz de convencer. En cuanto al papel protagonista femenino, de entre las cuatro posibles Mimís, lo cierto es que creía haber tenido la suerte de poder asistir a la interpretación de Inva Mula, soprano retenida desde hace tiempo en el rincón mitómano de mi cerebro por la interpretación de la Diva PlavaLaguna en El Quinto Elemento, de Luc Besson. Aún no sé por qué me tocó asistir a la de la uruguaya María José Siri; pero no puedo quejarme, puesto que fue, merecidamente, la más aplaudida de la velada. La mitomanía me la curo enseguida enlazando aquí el vídeo de aquel filme.



Por lo demás, la producción de esta temporada (la misma que pudo verse hace una década), dirigida por Giarcarlo del Mónaco, es sumamente vistosa, sin que en ningún momento traicione el tono del drama que viven los personajes. La buhardilla del primer y el último acto se resuelve en una escenografía ciertamente clásica, pero perfecta, a cuya idoneidad contribuye el tratamiento de la iluminación (por cierto, la escena en que vuelan infinitos papeles es de gran plasticidad).

La magnífica tramoya de que está dotado el Liceu permitió que la transición entre el primer y el segundo acto se sucediese imperceptiblemente a telón alzado, mientras en un primer plano, fuera de penumbra, Rodolfo y Mimí cantaban su dúo de amor. Aunque, como apunta Agustí Fancelli en su crítica de El País (29/02/2012), «Cabe preguntarse si la solución no podía repetirse en el paso del tercer al cuarto acto, pues ahí el descanso resulta francamente antipoético, amén de innecesario a apenas media hora del final.» Con todo, ha de hacerse notar que la escenografía de fuego y nieve del tercer acto es, sencillamente, admirable.

En fin, aunque (o precisamente porque) las crisis son «Malos tiempos para la lírica», que dirían Golpes Bajos (y, si no, que se lo pregunten al filósofo, al pintor, al músico o al poeta de Puccini), ¡un auténtico lujazo lo de anoche!

domingo, 2 de mayo de 2010

HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA

Serrat, en el Auditori de Girona (no pude reprimirme el llevarme este recuerdo)
En 1972, yo tenía apenas siete años, vestía bata escolar y formaba en línea recta en el patio escolar a la espera de subir con marcial orden al aula.

Ese mismo año de 1972, el corpus poético de Miguel Hernández, bajo yugo franquista, apenas si alcanzaba las 200 páginas, merced a alguna que otra antología suelta y  a la edición de El rayo que no cesa, en la colección austral de Espasa. Aun así, bajo mano y en las trastiendas de ciertas librerías, no resultaba imposible conseguir las ediciones argentinas de Losada, las cuales elevaban el número completo de páginas a aproximadamente el millar.

Veinte años después, en 1992, yo había cumplido ya veintisiete años, estaba doctorando y la publicación de las Obras completas del poeta puso a mi disposición y a la de cualquiera no menos de 2.500 páginas.

Con todo, Miguel Hernández no había venido a mí, como sí hiciesen luego otros poetas; a Miguel Hernández me lo trajo tempranamente Joan Manuel Serrat aquel lejano año de 1972. Mis recuerdos de educación primaria, de aquella pretérita y malograda EGB, están indisolublemente ligados a los temas que, del autor de Orihuela (también del que fuese a morir a Collioure), versionó el cantautor catalán. Seguramente mi desmemoria procura a los hechos una falaz continuidad, pero tengo la sensación de haber ido creciendo, de haberme deshecho de la bata escolar y haber cambiado la piel infantil por la adolescente al tiempo que aquellos musicados versos calaban hondo en mí, sin ser yo enteramente consciente. En el patio del colegio nacional, a fuerza de recreos y altavoces, aprendí mis primeros versos de memoria sin saber siquiera que lo eran. Luego, durante el resto de mis días, se han aletargado y despertado en un juego parecido al de los ojos del Guadiana. Y en numerosas ocasiones han sido mi sonora madalena proustiana.

Treinta y ocho años después de editar aquel elepé, en este hernandiano 2010, Serrat ha publicado su Hijo de la luz y de la sombra. Demasiados años median para tildarlo de simple continuación —aunque, en cierta medida sí lo sea—; antes bien, se trata de una culminación, como lo fuesen en el 92, las Obras completas.

El pasado miércoles, mientras el país entero anhelaba ante las pantallas de los televisores la victoria o la derrota de mi amado Barça, yo fui al Auditori de Girona en busca del tiempo perdido.

Y lo encontré.


jueves, 8 de abril de 2010

NO ME ABANDONES

 


El 8 de abril de 1929, hace hoy ochenta y un años, nació Jacques Romain Georges Brel.
Hay quien piensa que nada sucede gratuitamente. A pocas que ese quién lleve razón, Jacques Brel nació para cantarnos esta canción.

viernes, 26 de marzo de 2010

L' AMIC D' ELS AMICS DE LES ARTS

Foto de móvil; perdón por la mala calidad.
(Yo no tengo arreglo y Joan Enric es más guapo aún de lo que aparece aquí).

Joan Enric, colega de insti en estas cada vez más difíciles lides de la docencia, es, además, estrella del rock —concretamente, a lo que parece por lo poco que yo sé de taxonomía musical, del pop folk con algo de electrónica—. Junto a Eduard, Ferran y Dani, conforma Els Amics de les Arts.

El domingo tuve el placentero acierto de asistir a un concierto del grupo en el Teatro Casino de Vidreras. Sus melodías son sencillas y pegadizas —y si no, que le pregunten a mi mente, donde se instalaron durante toda la mañanita del lunes siguiente «Jean Luc», el bueno de Godard, la táctica culé del 4-3-3 y el hombre que trabaja haciendo de perro—. Sus letras hablan de una cotidianeidad que es a veces alegre, a veces triste; pero siempre tratando de resaltar, a través del prisma de lo absurdo, el lado humorístico, irónico, amablemente irreverente con que,  también y tan bien, pueden entenderse todas nuestras experiencias y relaciones humanas consuetudinarias. Además, el concierto es más que un concierto: cada una de las canciones es introducida por una suerte de monólogo, cuyo elaborado guion provoca la hilaridad del público asistente. En ocasiones, incluso, la improvisación de Joan Enric y los suyos atenta contra la integridad del guion y son ellos mismos los que no pueden por menos que reír tanto o más como los que hemos pasado por taquilla. Sin duda, toda una envidiable demostración de vis cómica, tan inteligente y elaborada como espontánea.

Joan, a poco, verás que el alumno aquel llevaba más razón que un santo al decirte: «Profe, ¿qué carajo haces tú aquí? Eres famoso y la gente paga para oírte; aquí, en cambio, nadie te escucha.»

Has de volar, sin duda —y el sentido de obligación de la perífrasis no lo pongo yo, sino el sentido común y la calidad de vuestro arte—. Es una predicción fácil.



NOTA: El vídeo —elegido por Joan— pertenece al último álbum de Els Amics de les Arts. Se trata del cuarto en su discografía, pero es el primero en un formato físico. Los tres anteriores —uno y dos maquetas, en realidad— podéis descargarlos gratuitamente en su página de WordPress, a la cual os dejo un enlace aquí. ¡Ah!, y no olvidéis votar por ellos en el premio al Disc Català de l´Any.

domingo, 31 de enero de 2010

EL SENTIDO DE LA VIDA

...¿?..
Resulta ocioso buscarle un sentido a la vida; es la vida la que ha de dar sentido a todo.


jueves, 31 de diciembre de 2009

¡FELIZ 2010!


Nada tienen que ver los doce granos de uva con la suerte que seguro que todos tendremos en el año entrante, pero aun así cumplimos gozosos con la tradición —la cual, esta noche, por cierto, se nos hace centenaria—.

Sin duda que nada tienen que ver tampoco con la suerte venidera las pasas lusas, las sobras germanas o las lentejas itálicas. Y ni que decir tiene que, en el giro de nuestras particulares ruedas de la fortuna, nada influyen, asimismo, las piezas de lencería y los gayumbos rojos con que guardar del frío y proteger de la bragueta a nuestras partes pudendas o naturales.

Esta noche, sobre nuestras cabezas, en el último cielo del año, lucirá una hermosa y albugínea luna azul. Carente de significado astrológico especial, a buen seguro que nada tendrá que ver tampoco con una suerte futura; sin embargo, dispondré de unos momentos para ella. No sé si antes o después de las uvas, pero seguro que con los gayumbos colorados puestos.

Os deseo un feliz y enriquecedor año 2010.

De corazón.


miércoles, 9 de septiembre de 2009

OH, DIO!

Cuando hace ya varias temporadas daba inicio en las noches de C33 el programa Nit d'Arts, su cabecera musical era siempre, invariablemente, el Intermezzo de Cavalleria Rusticana.
Hasta entonces, esta hermosa pieza de Pietro Mascagni siempre me había evocado el final de la tercera entrega de la saga cinematográfica de El Padrino. Sofia Coppola, ante las cámaras pierde toda la calidad que tras ellas atesora; pero su muerte, en manos de Al Pacino, vale para que el espectador asista sin habla al trágico desenlace. Como si el silencioso grito del actor nos contagiase su callado estruendo.
Ahora, la nostalgia de un buen programa de TV me puede, y junto a la operística escalera mafiosa, el Intermezzo trae a mí también a Gorgori y Alier —con quien tuve el placer de coincidir en el Liceu durante una representación de La petita flauta màgica—.


Sin duda, un grandísimo final de película. Espero que lo hayáis disfrutado.