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domingo, 23 de octubre de 2016
Cuestión de aspectos
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viernes, 17 de enero de 2014
Cuestión de orden
Hoy, en clase de ESO, tocaban los numerales ordinales.
—¿Hasta cuál, profe?
—Hasta el infinito y más allá.
Algunos han captado el guiño cinematográfico. Los más no estaban para muchas hostias ante lo que consideraban que amenazaba con ser un martirio.
—¿Quién verbaliza esta cifra: 7.777.º?
—¡Se nota cuál es tu número prefe, profe!
—Fulanito, es usted un portento de retórica: ¡Qué ocurrente y apocopada paranomasia!
En fin, ha habido quien, efectivamente, ha acertado con el sietemilésimo septingentésimo septuagésimo séptimo. Pero, gimnasia cerebral aparte, poco importa que lo hayan sabido, pues ninguno de ellos volverá a usarlo jamás. Sí, en cambio, es de prever que, antes o después, precisarán de otros numerales que ordenan menores cuantías: el 11.º y el 12.º, por ejemplo. Anotados en la pizarra, así como aquí figuran, en cifras, he pedido a la clase que los leyese, que los descifrase. Casi todos ellos han contestado de igual manera: «decimoprimero» y «decimosegundo». He procurado estar atento a la respuesta múltiple y creo que nadie ha respondido ni «décimo primero» ni «décimo segundo», pronunciando separados los formantes —lo cual también habría sido correcto—. Sí, en cambio, ha habido quien ha contestado «undécimo» y «duodécimo», ambas, formas etimológicas y preferidas por el uso culto.
Ha sido entonces cuando, de forma fingida y afectada, me he puesto melodramático y les he implorado a todos que optasen, en adelante, por estas y no por otras formas, a fin de salvarlas de una muerte segura, la cual habrá de acontecer en apenas cincuenta o sesenta años. Temo, sin embargo, no haber despertado suficientemente su heroísmo lingüístico.
Con todo, me daré por satisfecho si, a cambio, logran entre todos fortalecer al esmirriado de los ordinales: el nono, hermano paupérrimo del noveno. Al principio, cuando les advertía acerca de la singularidad de la forma noveno, les costaba creerme. Hasta que les he explicado que, análogamente a las formas ordinales del catalán —cinquè, dotzè...—, en castellano, existieron las formas cinqueno, doceno..., frecuentes en el habla medieval y, de las cuales, hoy solo nos resta este noveno, causante del estertor moribundo de nono, que, a su vez, ha habido de conformarse con una suerte de supervivencia lexemática: nonagésimo, noningentésimo, nonagenario.
En fin, en rigor y como curiosidad etimológica, cabe señalar que, en el español actual, existe otro testimonio de la pervivencia de los antiguos ordinales. El correspondiente al cardinal doce no solo fue la forma doceno, sino también duodeno, de donde toma su nombre la primera porción de nuestro intestino delgado, por medir unos doce dedos de largo.
Ha sido entonces cuando, de forma fingida y afectada, me he puesto melodramático y les he implorado a todos que optasen, en adelante, por estas y no por otras formas, a fin de salvarlas de una muerte segura, la cual habrá de acontecer en apenas cincuenta o sesenta años. Temo, sin embargo, no haber despertado suficientemente su heroísmo lingüístico.
Con todo, me daré por satisfecho si, a cambio, logran entre todos fortalecer al esmirriado de los ordinales: el nono, hermano paupérrimo del noveno. Al principio, cuando les advertía acerca de la singularidad de la forma noveno, les costaba creerme. Hasta que les he explicado que, análogamente a las formas ordinales del catalán —cinquè, dotzè...—, en castellano, existieron las formas cinqueno, doceno..., frecuentes en el habla medieval y, de las cuales, hoy solo nos resta este noveno, causante del estertor moribundo de nono, que, a su vez, ha habido de conformarse con una suerte de supervivencia lexemática: nonagésimo, noningentésimo, nonagenario.
En fin, en rigor y como curiosidad etimológica, cabe señalar que, en el español actual, existe otro testimonio de la pervivencia de los antiguos ordinales. El correspondiente al cardinal doce no solo fue la forma doceno, sino también duodeno, de donde toma su nombre la primera porción de nuestro intestino delgado, por medir unos doce dedos de largo.
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miércoles, 10 de julio de 2013
Lideresa
Hace nada, mi mujer me preguntaba sobre si era o no correcto el término lideresa con que, perifrásticamente, acababan de referirse en cierto programa de la televisión a Alicia Sánchez-Camacho. Mi respuesta, tras un prudente "no sé, pero supongo [...]" que suele caracterizarme, fue la de "[...] que no". Pero erraba el pronóstico.
En castellano, los sustantivos finalizados en vocal + r que señalan actividades humanas, profesiones, cargos o títulos suelen ser comunes en cuanto al género, salvo los acabados en -or, los cuales suelen añadir a esta terminación el flexivo -a. Así, decimos la militar, la sumiller, la faquir o la augur de igual manera a como decimos el militar, el sumiller, el faquir o el augur. De esta tendencia idiomática, que mi mente había convertido en norma de manera precipitada, junto al hecho de que, como hablante o lector, nunca me había topado con el sustantivo en cuestión, había nacido la errónea respuesta negativa que brindé a mi mujer.
Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), la voz líder, proveniente del inglés leader 'guía', se incorporó a nuestro lexicón académico en la edición de 1970. Dos eran las acepciones de este calco adaptado: la que señalaba a 'quien va en cabeza en una competición deportiva' y la que nombraba al 'conductor de un partido político o de otra colectividad'. En esta segunda acepción —primera, en realidad, en aquel DRAE de 1970— era donde hubiera tenido cabida semántica la susodicha Sánchez-Camacho. Sucedía, no obstante, que la información gramatical de la entrada marcaba el sustantivo como masculino, y, salvo chiste fácil, la Camacho deja así de encajar como referente aludido.
Y así, en esencia, se mantuvo la entrada líder hasta la edición de 1992, inclusive. Pero lo cierto es, sin embargo, que, en la actual edición del DRAE —la que hay en vigor y cabe suponer que también en la vigesima tercia, que está horneándose—, el sustantivo lideresa posee entrada propia. Bien es cierto que el mismo diccionario advierte de que esta voz es de mayor uso en América.
En fin, también existe, después de todo, aunque sea de escaso uso, el femenino choferesa, el cual, en mi modesta opinión, ha perdido el poco afrancesamiento que pudiera quedarle al chófer y aun al chofer.
En condiciones normales, la última oración que he escrito hubiese sido la que sirve de remate a esta entrada; pero no puedo evitar armarme de calambur y sentenciar con que me importa un pito y tres bledos despectivos que sea líder o lideresa la líder esa.
En castellano, los sustantivos finalizados en vocal + r que señalan actividades humanas, profesiones, cargos o títulos suelen ser comunes en cuanto al género, salvo los acabados en -or, los cuales suelen añadir a esta terminación el flexivo -a. Así, decimos la militar, la sumiller, la faquir o la augur de igual manera a como decimos el militar, el sumiller, el faquir o el augur. De esta tendencia idiomática, que mi mente había convertido en norma de manera precipitada, junto al hecho de que, como hablante o lector, nunca me había topado con el sustantivo en cuestión, había nacido la errónea respuesta negativa que brindé a mi mujer.
Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), la voz líder, proveniente del inglés leader 'guía', se incorporó a nuestro lexicón académico en la edición de 1970. Dos eran las acepciones de este calco adaptado: la que señalaba a 'quien va en cabeza en una competición deportiva' y la que nombraba al 'conductor de un partido político o de otra colectividad'. En esta segunda acepción —primera, en realidad, en aquel DRAE de 1970— era donde hubiera tenido cabida semántica la susodicha Sánchez-Camacho. Sucedía, no obstante, que la información gramatical de la entrada marcaba el sustantivo como masculino, y, salvo chiste fácil, la Camacho deja así de encajar como referente aludido.
Y así, en esencia, se mantuvo la entrada líder hasta la edición de 1992, inclusive. Pero lo cierto es, sin embargo, que, en la actual edición del DRAE —la que hay en vigor y cabe suponer que también en la vigesima tercia, que está horneándose—, el sustantivo lideresa posee entrada propia. Bien es cierto que el mismo diccionario advierte de que esta voz es de mayor uso en América.
En fin, también existe, después de todo, aunque sea de escaso uso, el femenino choferesa, el cual, en mi modesta opinión, ha perdido el poco afrancesamiento que pudiera quedarle al chófer y aun al chofer.
En condiciones normales, la última oración que he escrito hubiese sido la que sirve de remate a esta entrada; pero no puedo evitar armarme de calambur y sentenciar con que me importa un pito y tres bledos despectivos que sea líder o lideresa la líder esa.
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