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domingo, 10 de noviembre de 2013

Sexo canceroso; Dios cancerígeno

Detalle del templo Khajuraho, en Benarés.
Hace unos pocos meses —justo en el momento de escribir el borrador de esta entrada, que ahora rescato— me acordaba yo de esos tonsurados de misa que solían amedrentar el incipiente apetito sexual de la juventud en cierne categorizando, como piedra angular de la axiomática espiritual católica, la lógica causal entre onanismo y ceguera. Vamos, aquello tan sabido de "chaval, si te la cascas tanto, te vas a quedar ciego".

Y me acordaba de ello y de ellos porque hace unos pocos meses, cuando saltó la noticia de que las felaciones y los cunnilingus eran causa —a lo menos, estadísticamente preocupante— del funesto cáncer de garganta, imaginábame yo a la casta eclesiástica retrógrada de este católico país nuestro saltando jubilosa y alborozada, por fin, ante el advenimiento del divino castigo al desordenado y carnal lujuriar del ser humano. El canto de tamaños júbilo y alborozo expondría la idea de que no se asistía, desde la destrucción de Sodoma y Gomorra, a semejante demostración de la ira divina. Y es que, seguramente, la susodicha casta no ha acabado de acostumbrarse, en dos mil años de tradición cristiana, a ese Dios blandengue del Nuevo Testamento.

Por cierto, quien fuese altavoz de la noticia, Michael Douglas, parece ser que ya está curado de su cáncer, el cual, finalmente, no era de garganta sino de lengua. No sé..., dicen por ahí que en Hollywood vive el demonio. Serán las malas lenguas.

lunes, 24 de junio de 2013

Leer es un placer



Que «Fumar es un placer genial, sensual» es una verdad o una mentira que la sensual voz de cupletista de Sara Montiel modulaba sugerentemente al poner letra a lo que la sola visión de la manchega universal ya mostraba manifiestamente al telespectador absorto.


Hace ya casi un año que yo dejé de fumar. No obstante, por fortuna, en la vida existen otros muchos placeres con los que exorcizar la inercia existencial y entorpecer el tedio vital. Algunos lo son menores; otros, mayores; y los hay que trascienden y llegan a compartir categoría con las mismísimas razones del vivir. Este es, sin duda, el caso de la lectura.

Saritísima podría haber preferido esperar al hombre que ella quería, leyendo en vez de fumando, dado que «Leer es un placer genial, sensual». Y tal vez lo hubiese hecho de haber tenido conocimiento de un experimento que Claytton Cubitt llevó a cabo hace ahora ya casi un año, justo por la época en que yo dejaba de fumar. La intención de este fotógrafo estadounidense era la de explorar los límites del dominio de la mente eterna, anímica, esencial sobre el cuerpo nuestro caduco y transitorio vehículo—. En esencia, el experimento consistía en proporcionar algunos títulos de literatura erótica o sensual para que algunas mujeres los leyesen ante una cámara que las filmaba mientras cierto artificio, a escondidas, les iba estimulando ininterrumpidamente la zona genital hasta alcanzar el clímax orgásmico.

Es innegable que, cuando una persona se sabe observado, y, en especial, se sabe tema de una imagen, ya sea esta pictórica, fotográfica o fílmica, somete su cuerpo, al dominio de la mente. Incluso cuando no hay variación sustancial en postura o gestos, el sometimiento ha sido llevado a cabo de forma efectiva, pues la mente ha dado a ello su conformidad.

Así pues, ¿hasta qué punto una mujer leyendo ante una cámara es capaz de intentar disimular un placer intenso? ¿O hasta qué punto es capaz de convertirlo en una pose?

Para muestra, un botón —dice el saber paremiológico—. El que aquí a continuación se basta es el experimento protagonizado por Stoya, una reputada actriz porno, quien lee las Variaciones necrófilas. Y, por si gustan ustedes comparar el resultado obtenido con Stoya con el obtenido con mujeres que no son profesionales del sexo, en la red pueden encontrarse como mínimo un total de tres vídeos más.