sábado, 20 de julio de 2013
viernes, 19 de julio de 2013
Hacienda no somos todos
El fraude fiscal en España se cifra alrededor de los 70 millardos de euros—escribámoslo con todos sus ceros para mayor dilatación de las pupilas lectoras: 70.000.000.000 €—. Ello significa que, con lo que en este país se deja de pagar al erario, tendríamos cubierto el presupuesto total para la sanidad pública.
Sin necesidad de disponer de esta u otras cifras exactas, viene siendo habitual en las informales charlas con algún amigo o conocido que se entone una suerte de mea culpa en la opinión de que, entre todos, nos estamos cargando el sistema, ya que quien más y quien menos ha cobrado o pagado alguna facturita en negro, quien más y quien menos se ha beneficiado del material disponible en su puesto de trabajo, etc. No voy a negar la parte de razón que hay en criticar estas actitudes; pero, si los cimientos se tambalean, no es porque mi vecino no le haya exigido factura al pintor que acaba de blanquear las paredes de su comedor, ni porque haya sanitarios que, desde que lo son, no hayan comprado una sola gasa en la farmacia; si los cimientos se tambalean, es porque las grandes fortunas y las grandes empresas tienden, de manera alarmante, a incumplir con sus obligaciones fiscales. Más del 70% de esos 70 millardos de euros defraudados se deben a ellas. Mi vecino y el pintor —¡no digamos ya el sanitario!— no son el auténtico problema. Los autónomos y las pymes, que representan el 97% del tejido empresarial de nuestro país, solo son responsables de un 17% y un 8%, respectivamente, del fraude fiscal. No es que el porcentaje sea despreciable, pues supone un total de 17.000 millones de euros; pero, comparativamente, la cifra es menor.
Conociendo estos números, a uno aún le duelen más lo recortes en prestaciones y en salarios.
Y, a todo ello, vienen a sumarse los escándalos de corrupción con nombre propio, los cuales crecen exponencialmente en relación directa con la crisis económica y van camino de convertirse, si no lo han hecho ya, en una constante lamentable. De tal modo es así, que el conocido eslogan de que «Hacienda somos todos» ya no hay quien se lo crea. Evasiones de dinero, desvíos de capitales, fraudes financieros, paraísos fiscales..., y lo peor de todo: la amnistía fiscal. El campo semántico de la corrupción es profuso, tan copioso como su lista onomástica: Bárcenas, Urdangarín, Millet y Montull... La trama Gürtel, el caso Nóos, el cas Palau, el de los ERE andaluces... Los puntos suspensivos responden al temor de nutrir con facilidad estas enumeraciones; no vaya a ser que se cumpla aquello de Multorum peccatum inultum 'el delito de muchos queda impune'.
Algo que no dejará nunca de sorprenderme en este circo de corruptelas es el proceso de victimización al que suele someterse, inicialmente al menos, el corrupto. En los casos en que este pertenece a un partido político o algún otro organismo social con carga ideológica, la acusación de corrupción es siempre infundada y responde a una campaña de desprestigio por parte de los otros. Si la evidencia de los hechos empieza a ser innegable, entonces la solución adoptada es dejar de hablar del asunto e iniciar el y tú más o el y tú qué. Llega a ser desesperante la facilidad con que todos ven la paja en la corrupción ajena; pero no, la viga en la propia.
La victimización suele ser más constante en el caso de los famosos que defraudan a Hacienda. Y van ya unos cuantos: Lola Flores —y, posteriormente, su hija Lolita—, Ana Torroja, M.ª José Campanario, Isabel Pantoja, Lionel Messi, Sergi Arola... El caso del Sr. Arola resulta, en este sentido, paradigmático, pues por muy cocinero estrellado que sea, es un insulto a la honradez que llegue a sentirse agraviado porque el fisco le reclama lo que a todos. El tipo, al ver precintada su bodeguita, vino a decir irónicamente que así se le pagaba el tiempo que ha estado representando y dando prestigio a España. En su ironía, resulta cínico que quien no paga hable de que se le pague, así o de cualquier manera. No sé si a estas alturas del asunto el cocinerito habrá vendido ya su moto o no, pero a eso se resume su apuro: a quedarse sin la Harley para pagar a Hacienda. ¡Venga ya, no me jodas!
Todos son víctimas, todos son mártires... Si los oyes hablar, los inscribes rápidamente en un nuevo martirologio. Claro que, con ellos, estaríamos cambiando cuerpos incorruptos por mentes corruptas.
Sin necesidad de disponer de esta u otras cifras exactas, viene siendo habitual en las informales charlas con algún amigo o conocido que se entone una suerte de mea culpa en la opinión de que, entre todos, nos estamos cargando el sistema, ya que quien más y quien menos ha cobrado o pagado alguna facturita en negro, quien más y quien menos se ha beneficiado del material disponible en su puesto de trabajo, etc. No voy a negar la parte de razón que hay en criticar estas actitudes; pero, si los cimientos se tambalean, no es porque mi vecino no le haya exigido factura al pintor que acaba de blanquear las paredes de su comedor, ni porque haya sanitarios que, desde que lo son, no hayan comprado una sola gasa en la farmacia; si los cimientos se tambalean, es porque las grandes fortunas y las grandes empresas tienden, de manera alarmante, a incumplir con sus obligaciones fiscales. Más del 70% de esos 70 millardos de euros defraudados se deben a ellas. Mi vecino y el pintor —¡no digamos ya el sanitario!— no son el auténtico problema. Los autónomos y las pymes, que representan el 97% del tejido empresarial de nuestro país, solo son responsables de un 17% y un 8%, respectivamente, del fraude fiscal. No es que el porcentaje sea despreciable, pues supone un total de 17.000 millones de euros; pero, comparativamente, la cifra es menor.
Conociendo estos números, a uno aún le duelen más lo recortes en prestaciones y en salarios.
Y, a todo ello, vienen a sumarse los escándalos de corrupción con nombre propio, los cuales crecen exponencialmente en relación directa con la crisis económica y van camino de convertirse, si no lo han hecho ya, en una constante lamentable. De tal modo es así, que el conocido eslogan de que «Hacienda somos todos» ya no hay quien se lo crea. Evasiones de dinero, desvíos de capitales, fraudes financieros, paraísos fiscales..., y lo peor de todo: la amnistía fiscal. El campo semántico de la corrupción es profuso, tan copioso como su lista onomástica: Bárcenas, Urdangarín, Millet y Montull... La trama Gürtel, el caso Nóos, el cas Palau, el de los ERE andaluces... Los puntos suspensivos responden al temor de nutrir con facilidad estas enumeraciones; no vaya a ser que se cumpla aquello de Multorum peccatum inultum 'el delito de muchos queda impune'.
Algo que no dejará nunca de sorprenderme en este circo de corruptelas es el proceso de victimización al que suele someterse, inicialmente al menos, el corrupto. En los casos en que este pertenece a un partido político o algún otro organismo social con carga ideológica, la acusación de corrupción es siempre infundada y responde a una campaña de desprestigio por parte de los otros. Si la evidencia de los hechos empieza a ser innegable, entonces la solución adoptada es dejar de hablar del asunto e iniciar el y tú más o el y tú qué. Llega a ser desesperante la facilidad con que todos ven la paja en la corrupción ajena; pero no, la viga en la propia.
La victimización suele ser más constante en el caso de los famosos que defraudan a Hacienda. Y van ya unos cuantos: Lola Flores —y, posteriormente, su hija Lolita—, Ana Torroja, M.ª José Campanario, Isabel Pantoja, Lionel Messi, Sergi Arola... El caso del Sr. Arola resulta, en este sentido, paradigmático, pues por muy cocinero estrellado que sea, es un insulto a la honradez que llegue a sentirse agraviado porque el fisco le reclama lo que a todos. El tipo, al ver precintada su bodeguita, vino a decir irónicamente que así se le pagaba el tiempo que ha estado representando y dando prestigio a España. En su ironía, resulta cínico que quien no paga hable de que se le pague, así o de cualquier manera. No sé si a estas alturas del asunto el cocinerito habrá vendido ya su moto o no, pero a eso se resume su apuro: a quedarse sin la Harley para pagar a Hacienda. ¡Venga ya, no me jodas!
Todos son víctimas, todos son mártires... Si los oyes hablar, los inscribes rápidamente en un nuevo martirologio. Claro que, con ellos, estaríamos cambiando cuerpos incorruptos por mentes corruptas.
Lo de Messi es de peor entendimiento aún. Resulta frustrante intentar adivinar cuál puede ser la razón que tiene para defraudar dinero quien, además de nadar en la abundancia, resulta ser el espejo en que se miran y al que admiran tantos niños. Por otro lado, la táctica de victimización utilizada por el futbolista ha sido distinta: seguramente ignorante del aforismo jurídico Ignorantia juris non excusat 'la ignorancia no exime de culpa', el Sr. Messi ha tirado del viejo truco del Yo no lo sabía. Sus palabras exactas —para que no tenga que ponerlas yo— han sido «De eso no sé nada, hay asesores y abogados que manejan estas cosas y confiamos en ellos». Desde luego, quien aplaude sus diabluras en el terreno de juego —yo, el primero— no espera que el genio del balón lo sea, además, de la contabilidad fiscal. Hasta aquí, bien; no obstante, si el fraude que se le imputa se cifra en 4,1 millones de euros, pero resulta que el futbolista ha pagado ya 10 millones en dos declaraciones complementarias y, además, negocia con Hacienda el pago de 15 millones más como acuerdo para evitar el juicio por fraude, a mí me huele más a podrido que en las dinamarcas shakespearianas. Si tenemos en cuenta la impericia gestora de Messi, hemos de pensar que el ahorro fraudulento de los 4,1 millones de euros en impuestos lo idean los asesores financieros. Ahora bien, si ello es así, ¿cómo ha de entenderse que el futbolista siga confiando en ellos aún? Yo los hubiera despedido ipso facto. Por otro lado, cabe preguntarse, asimismo, sobre si Messi realmente estaba en la inopia o era parte confabulada en la orquestación del fraude, porque no entiendo qué beneficio pueden obtener unos asesores que ahorran a su cliente un dinero que el cliente ignora que haya sido ahorrado; y ello, sin considerar el altísimo riesgo que se corre al cometer un delito.
¿O es el padre?
¿O es el padre?
martes, 16 de julio de 2013
domingo, 14 de julio de 2013
Regeneración política
Últimamente se oye hablar mucho acerca de la regeneración política. Por desgracia, se oye hablar mucho de ello a los propios políticos, por lo que el concepto, cuya necesidad de adopción e inexcusable puesta en práctica parece fuera de toda duda, tiende a ser desleído por el consuetudinario uso lingüístico que estos descastados de la casta política llevan a cabo, esto es, a causa de la tergiversación y el eufemismo enmascarador.
Aquello que no debiera pasarnos inadvertido de la regeneración política es justamente lo que su principal acepción nos dicta: con una regeneración, que es el 'acto y efecto de regenerar', lo que se pretende es hacer que cualquiera abandone una conducta reprobable para, así, llevar una vida ordenada, ya sea física o moralmente. Es decir, en la convicción de que es necesaria una regeneración, se halla necesariamente implícita la creencia de que, previamente, ha habido una degeneración. Ergo, si los políticos nos están viniendo con el cuento de que hay que regenerar la política, de ello hemos de inferir, necesariamente, que los políticos están más podridos que la Dinamarca hamletiana. Esta es la parte silenciada, la que ningún político menciona, pero todo ciudadano sabe. Dicho en plata: los políticos son corruptos. Queda demostrado semánticamente —que debe de ser el modo último de demostración que restaba—.
Cierto lector, en su carta a El Periódico, confesaba haberse sentido profusamente desencantado al asistir a las respuestas que los dos diputados más jóvenes del Congreso habían ofrecido a cuestiones sociales de suma importancia. Los pipiolos, al parecer, «Se limitaron a reproducir el típico discurso estándar de sus partidos y a utilizar el arte de la autodefensa y la evasiva que tradicionalmente emplean sus compañeros más veteranos ante preguntas comprometidas». De aquellos polvos vienen estos lodos, claro.
Cierto lector, en su carta a El Periódico, confesaba haberse sentido profusamente desencantado al asistir a las respuestas que los dos diputados más jóvenes del Congreso habían ofrecido a cuestiones sociales de suma importancia. Los pipiolos, al parecer, «Se limitaron a reproducir el típico discurso estándar de sus partidos y a utilizar el arte de la autodefensa y la evasiva que tradicionalmente emplean sus compañeros más veteranos ante preguntas comprometidas». De aquellos polvos vienen estos lodos, claro.
Y lo que es peor, los polvos y los lodos no hacen sino demostrar que no hay remedio, salvo que nos pongamos serios de una puñetera vez y empecemos a cortar cabezas, eso sí, más figuradas que literales. Quien degenera es —al menos, diccionario en mano— quien 'no corresponde a su primera calidad o a su primitivo valor o estado'. El problema está en que la primera calidad no es la honradez. El político honesto no existe; no, al menos, más allá de los ayuntamientos —y no todos—. El primitivo valor del político es, cuando menos, dudoso. Quien trata de servir de verdad, desinteresadamente, a los demás, quien renuncia por completo al fin lucrativo, se compromete con una oenegé, no se afilia a un partido. Y menos aún a partir de estos tiempos de desencanto y descreimiento.
Conviene, antes que una dudosa regeneración política, una indudable higienización política.
miércoles, 10 de julio de 2013
Lideresa
Hace nada, mi mujer me preguntaba sobre si era o no correcto el término lideresa con que, perifrásticamente, acababan de referirse en cierto programa de la televisión a Alicia Sánchez-Camacho. Mi respuesta, tras un prudente "no sé, pero supongo [...]" que suele caracterizarme, fue la de "[...] que no". Pero erraba el pronóstico.
En castellano, los sustantivos finalizados en vocal + r que señalan actividades humanas, profesiones, cargos o títulos suelen ser comunes en cuanto al género, salvo los acabados en -or, los cuales suelen añadir a esta terminación el flexivo -a. Así, decimos la militar, la sumiller, la faquir o la augur de igual manera a como decimos el militar, el sumiller, el faquir o el augur. De esta tendencia idiomática, que mi mente había convertido en norma de manera precipitada, junto al hecho de que, como hablante o lector, nunca me había topado con el sustantivo en cuestión, había nacido la errónea respuesta negativa que brindé a mi mujer.
Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), la voz líder, proveniente del inglés leader 'guía', se incorporó a nuestro lexicón académico en la edición de 1970. Dos eran las acepciones de este calco adaptado: la que señalaba a 'quien va en cabeza en una competición deportiva' y la que nombraba al 'conductor de un partido político o de otra colectividad'. En esta segunda acepción —primera, en realidad, en aquel DRAE de 1970— era donde hubiera tenido cabida semántica la susodicha Sánchez-Camacho. Sucedía, no obstante, que la información gramatical de la entrada marcaba el sustantivo como masculino, y, salvo chiste fácil, la Camacho deja así de encajar como referente aludido.
Y así, en esencia, se mantuvo la entrada líder hasta la edición de 1992, inclusive. Pero lo cierto es, sin embargo, que, en la actual edición del DRAE —la que hay en vigor y cabe suponer que también en la vigesima tercia, que está horneándose—, el sustantivo lideresa posee entrada propia. Bien es cierto que el mismo diccionario advierte de que esta voz es de mayor uso en América.
En fin, también existe, después de todo, aunque sea de escaso uso, el femenino choferesa, el cual, en mi modesta opinión, ha perdido el poco afrancesamiento que pudiera quedarle al chófer y aun al chofer.
En condiciones normales, la última oración que he escrito hubiese sido la que sirve de remate a esta entrada; pero no puedo evitar armarme de calambur y sentenciar con que me importa un pito y tres bledos despectivos que sea líder o lideresa la líder esa.
En castellano, los sustantivos finalizados en vocal + r que señalan actividades humanas, profesiones, cargos o títulos suelen ser comunes en cuanto al género, salvo los acabados en -or, los cuales suelen añadir a esta terminación el flexivo -a. Así, decimos la militar, la sumiller, la faquir o la augur de igual manera a como decimos el militar, el sumiller, el faquir o el augur. De esta tendencia idiomática, que mi mente había convertido en norma de manera precipitada, junto al hecho de que, como hablante o lector, nunca me había topado con el sustantivo en cuestión, había nacido la errónea respuesta negativa que brindé a mi mujer.
Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), la voz líder, proveniente del inglés leader 'guía', se incorporó a nuestro lexicón académico en la edición de 1970. Dos eran las acepciones de este calco adaptado: la que señalaba a 'quien va en cabeza en una competición deportiva' y la que nombraba al 'conductor de un partido político o de otra colectividad'. En esta segunda acepción —primera, en realidad, en aquel DRAE de 1970— era donde hubiera tenido cabida semántica la susodicha Sánchez-Camacho. Sucedía, no obstante, que la información gramatical de la entrada marcaba el sustantivo como masculino, y, salvo chiste fácil, la Camacho deja así de encajar como referente aludido.
Y así, en esencia, se mantuvo la entrada líder hasta la edición de 1992, inclusive. Pero lo cierto es, sin embargo, que, en la actual edición del DRAE —la que hay en vigor y cabe suponer que también en la vigesima tercia, que está horneándose—, el sustantivo lideresa posee entrada propia. Bien es cierto que el mismo diccionario advierte de que esta voz es de mayor uso en América.
En fin, también existe, después de todo, aunque sea de escaso uso, el femenino choferesa, el cual, en mi modesta opinión, ha perdido el poco afrancesamiento que pudiera quedarle al chófer y aun al chofer.
En condiciones normales, la última oración que he escrito hubiese sido la que sirve de remate a esta entrada; pero no puedo evitar armarme de calambur y sentenciar con que me importa un pito y tres bledos despectivos que sea líder o lideresa la líder esa.
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domingo, 7 de julio de 2013
Sorpresas
«La vida te da sorpresas. Sorpresas te da la vida. ¡Ay, Dios!». Este es el quiasmo que entona durante cada canción el puertorriqueño y neoyorquino borracho que se aleja de los presuntos cadáveres de Pedro Navaja y de su víctima, tras despojarlos de su par de monedas, de su cuchillo y de su revólver.
Forrest Gump, el celebérrimo personaje literario y cinematográfico, definía la vida como una caja de bombones, pues nunca se sabe lo que a uno le va a tocar cuando mete la mano en ella. El símil se me antoja, para bien o para mal, ciertamente certero. Hay quien opina que, en la ignorancia del devenir del porvenir, la vida resulta más divertida. Otros, pesimistas o castigados por la desgracia, son de opinión contraria. Y, a medio camino, se puede atisbar un indicio de pesadumbre vital, como en este poema cuasi desesperanzado de Ángel González:
Forrest Gump, el celebérrimo personaje literario y cinematográfico, definía la vida como una caja de bombones, pues nunca se sabe lo que a uno le va a tocar cuando mete la mano en ella. El símil se me antoja, para bien o para mal, ciertamente certero. Hay quien opina que, en la ignorancia del devenir del porvenir, la vida resulta más divertida. Otros, pesimistas o castigados por la desgracia, son de opinión contraria. Y, a medio camino, se puede atisbar un indicio de pesadumbre vital, como en este poema cuasi desesperanzado de Ángel González:
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
¡Mañana! Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.
Mientras esto escribo, desde la tv., me asalta el diálogo de un anuncio publicitario: «Mañana tocan los Rolling», advierte uno. «Que lo cambien al viernes, que ya habré cobrado», protesta el otro. Es un ejemplo de escasa sustancia, pero ilustrativo: la casuística vital, aquello a lo que unos llaman destino y otros llamamos azar, posee innúmeros brazos con que variar nuestros planes, deseos o esperanzas. Acaso la opción inteligente sea la de Francisco Cortés, el amigo del crimen perfecto, quien confesaba a su amigo Modesto Ortega creer «en el destino, pero dentro de un orden, o sea, de un caos».
En cualquier caso, la disyuntiva entre destino o azar va más allá del simple hecho de bautizar el futuro o el porvenir; su alcance es mucho mayor, pues implica lucha o resignación vitales.
Pero no es de esto de lo que quería hablar; mi intención era simplemente constatar la inagotable capacidad que tenemos los humanos para sorprendernos. Efectivamente, aunque a veces digamos que ya nada nos sorprende, lo cierto es que todo nos sorprende. Y, siendo así, diríase que nuestra propia capacidad de sorpresa resulta sorprendente.
Por ejemplo: el tiempo. Miramos el reloj y nos sorprendemos de que sea la hora que es. De que sea ya esa hora o de que aún sea esa hora, según hayamos estado más o menos entretenidos, más o menos aburridos. Es un lugar común moderno mencionar el hecho de que el tiempo es relativo. Desde Einstein, mucho es lo que se ha escrito acerca de ello —aunque quizá no lo suficiente: si uno goglea "relatividad tiempo", tras un presumible primer enlace a Wikipedia, los dos siguientes que arroja el buscador ofrecen estas contradictorias leyendas: «Demostración de que la teoría de la relatividad de Einstein es falsa sin utilizar ni una sola fórmula matemática» y «Actualmente la relatividad del tiempo es un hecho científico comprobado»—.
Y no solo nos sorprendemos porque el tiempo nos haya pasado volando o, contrariamente, porque no parezca avanzar. Lo más singular acaece cuando, abstraídos del eje temporal, nos dejamos sorprender por la hora, sea cual sea esta. Tras esos estados de adormecimiento o somnolencia en que el letargo, el sopor o la modorra nos desposeen de nosotros mismos, uno pretende recuperar el gobierno de su timón vital mediante la concreción del eje temporal. «¿Qué hora es?», preguntamos entonces. E igual nos sorprendería que fuesen las 18 h que las 19.20 h. En ocasiones, no hace falta tanto para esta sorpresa absoluta. A mí me pasó esta mañana, tras apenas un ratito de decúbito supino y otro de prono sobre la arena de la playa.
En fin, acabo ya esta errabunda disertación —perdón por el oxímoron—, que se me ha echado el tiempo encima.
lunes, 24 de junio de 2013
Leer es un placer
Que «Fumar es un placer genial, sensual» es una verdad o una mentira que la sensual voz de cupletista de Sara Montiel modulaba sugerentemente al poner letra a lo que la sola visión de la manchega universal ya mostraba manifiestamente al telespectador absorto.
Hace ya casi un año que yo dejé de fumar. No obstante, por fortuna, en la vida existen otros muchos placeres con los que exorcizar la inercia existencial y entorpecer el tedio vital. Algunos lo son menores; otros, mayores; y los hay que trascienden y llegan a compartir categoría con las mismísimas razones del vivir. Este es, sin duda, el caso de la lectura.
Saritísima podría haber preferido esperar al hombre que ella quería, leyendo en vez de fumando, dado que «Leer es un placer genial, sensual». Y tal vez lo hubiese hecho de haber tenido conocimiento de un experimento que Claytton Cubitt llevó a cabo hace ahora ya casi un año, justo por la época en que yo dejaba de fumar. La intención de este fotógrafo estadounidense era la de explorar los límites del dominio de la mente —eterna, anímica, esencial— sobre el cuerpo —nuestro caduco y transitorio vehículo—. En esencia, el experimento consistía en proporcionar algunos títulos de literatura erótica o sensual para que algunas mujeres los leyesen ante una cámara que las filmaba mientras cierto artificio, a escondidas, les iba estimulando ininterrumpidamente la zona genital hasta alcanzar el clímax orgásmico.
Es innegable que, cuando una persona se sabe observado, y, en especial, se sabe tema de una imagen, ya sea esta pictórica, fotográfica o fílmica, somete su cuerpo, al dominio de la mente. Incluso cuando no hay variación sustancial en postura o gestos, el sometimiento ha sido llevado a cabo de forma efectiva, pues la mente ha dado a ello su conformidad.
Así pues, ¿hasta qué punto una mujer leyendo ante una cámara es capaz de intentar disimular un placer intenso? ¿O hasta qué punto es capaz de convertirlo en una pose?
Para muestra, un botón —dice el saber paremiológico—. El que aquí a continuación se basta es el experimento protagonizado por Stoya, una reputada actriz porno, quien lee las Variaciones necrófilas. Y, por si gustan ustedes comparar el resultado obtenido con Stoya con el obtenido con mujeres que no son profesionales del sexo, en la red pueden encontrarse como mínimo un total de tres vídeos más.
Saritísima podría haber preferido esperar al hombre que ella quería, leyendo en vez de fumando, dado que «Leer es un placer genial, sensual». Y tal vez lo hubiese hecho de haber tenido conocimiento de un experimento que Claytton Cubitt llevó a cabo hace ahora ya casi un año, justo por la época en que yo dejaba de fumar. La intención de este fotógrafo estadounidense era la de explorar los límites del dominio de la mente —eterna, anímica, esencial— sobre el cuerpo —nuestro caduco y transitorio vehículo—. En esencia, el experimento consistía en proporcionar algunos títulos de literatura erótica o sensual para que algunas mujeres los leyesen ante una cámara que las filmaba mientras cierto artificio, a escondidas, les iba estimulando ininterrumpidamente la zona genital hasta alcanzar el clímax orgásmico.
Es innegable que, cuando una persona se sabe observado, y, en especial, se sabe tema de una imagen, ya sea esta pictórica, fotográfica o fílmica, somete su cuerpo, al dominio de la mente. Incluso cuando no hay variación sustancial en postura o gestos, el sometimiento ha sido llevado a cabo de forma efectiva, pues la mente ha dado a ello su conformidad.
Así pues, ¿hasta qué punto una mujer leyendo ante una cámara es capaz de intentar disimular un placer intenso? ¿O hasta qué punto es capaz de convertirlo en una pose?
Para muestra, un botón —dice el saber paremiológico—. El que aquí a continuación se basta es el experimento protagonizado por Stoya, una reputada actriz porno, quien lee las Variaciones necrófilas. Y, por si gustan ustedes comparar el resultado obtenido con Stoya con el obtenido con mujeres que no son profesionales del sexo, en la red pueden encontrarse como mínimo un total de tres vídeos más.
jueves, 20 de junio de 2013
De hostias a ostias
En alguna ocasión, ante mis alumnos de instituto, no he sabido refrenar un enfado a tiempo, de modo que he llegado a verbalizarlo aludiendo a las obleas redondas de pan ázimo que el párroco consagra y el fiel traga.
—¡Hostias! —exclamo entonces. Y, enseguida, añado lo que, en mí, ya va camino de convertirse en una muletilla—: ¡Con hache, por supuesto!
La primera vez, les sorprende. A muchos, también les sorprende, la segunda vez, y aun la tercera, la cuarta... Son pocos, por no decir nadie, quienes piensan en un principio que este sustantivo se escribe con hache inicial. Siempre he imaginado, un tanto intuitivamente, que ello se debe a la coincidente redondez de la oblea y de la vocal o. Pero no sé si es una hipótesi que se sostenga demasiado, si consideramos que el hablante medio usa esta palabra mayoritariamente para dar cuenta de sus otros significados y, así, nos damos hostias por ir a toda hostia; pegamos o nos pegan hostias, acaso con muy mala hostia, sobre todo si no tenemos ni media hostia... Y, después de todo, aunque a unos les guste ser esto y a otros, lo otro, a todos nos gusta ser la hostia. En fin, sea como sea, lo cierto es que la hache es consustancial a las hostias, pues es etimológica y ya nos vine (im)puesta desde el latín.
Hace unos días, mi buena amiga y colega Marta me remitió el enlace a una de las Puntadas sin hilo de Arturo González, intitulada "El coño de su puta madre". En ella, el autor muestra su pasmo ante el escándalo que ha causado el hecho de que, en la última asamblea de IU en Sevilla, Sánchez-Gordillo expresase su deseo de que la «Europa de los Mercaderes se vaya al coño de su puta madre». A mí me parece que así, a lo Sánchez-Gordillo está muy bien dicho y coincido con Arturo González en que «Los tacos y las expresiones burdas causan menos daño que las afirmaciones autoritarias de los elegantes y los mandatarios». En efecto, ofende, mucho más que la palabra, la idea.
Con todo, esta Puntada viene a colación no por su enjundia, sino porque, hacia el final de su penúltimo párrafo, puede leerse: «Tras cientos de años se ha conseguido que la blasfemia desaparezca del Código Penal, cuando todos estamos hartos de exclamar ¡ostias! si nos quemamos o acordarnos del Sumo Hacedor por tanta injusticia como reparte». Yo había iniciado esta entrada al blog pregonando la presencia inexcusable de las haches en las hostias, y me doy de bruces contra la desnudez de estas que aquí se exclaman con hartazgo. Si Arturo González no estuviese reclamando en su artículo la validez comunicacional de las expresiones groseras, pensaría que sus ostias son un eufemismo y no un error o una errata. De todos es sabido que las expresiones malsonantes tienden a desarrollar, a menudo por paronimia, variantes eufemísticas, de modo que podemos llegar a cagarnos en Dios o en diez, pedir que dejen de tocarnos los cojones o los cojines o maldecir a través de mil demonios o de mil diantres. En castellano, la voz ostia existe como variante de ostra, lo cual permite inferir que, así como exclamamos ¡ostras! en vez de ¡hostias!, bien podríamos también exclamar ¡ostias! en vez de ¡hostias!
No creo que esta razón se halle instalada en la mente de ningún hablante, por lo que la inferencia resulta, a pesar de su lógica, falaz. Hasta ahora, claro. En mi mente, ya se ha instalado, y pienso, en adelante, proferir tantas hostias como ostias —ya no ostras—, dependiendo de mi grado de indignación o del público habido ante mí. Y, así, en adelante, ante mis alumnos, la muletilla variará necesariamente: —¡Sin hache, por supuesto!—. Y a los pobrecillos les sobrevendrá el coñazo explicativo que aquí finalizo.
—¡Hostias! —exclamo entonces. Y, enseguida, añado lo que, en mí, ya va camino de convertirse en una muletilla—: ¡Con hache, por supuesto!
La primera vez, les sorprende. A muchos, también les sorprende, la segunda vez, y aun la tercera, la cuarta... Son pocos, por no decir nadie, quienes piensan en un principio que este sustantivo se escribe con hache inicial. Siempre he imaginado, un tanto intuitivamente, que ello se debe a la coincidente redondez de la oblea y de la vocal o. Pero no sé si es una hipótesi que se sostenga demasiado, si consideramos que el hablante medio usa esta palabra mayoritariamente para dar cuenta de sus otros significados y, así, nos damos hostias por ir a toda hostia; pegamos o nos pegan hostias, acaso con muy mala hostia, sobre todo si no tenemos ni media hostia... Y, después de todo, aunque a unos les guste ser esto y a otros, lo otro, a todos nos gusta ser la hostia. En fin, sea como sea, lo cierto es que la hache es consustancial a las hostias, pues es etimológica y ya nos vine (im)puesta desde el latín.
Hace unos días, mi buena amiga y colega Marta me remitió el enlace a una de las Puntadas sin hilo de Arturo González, intitulada "El coño de su puta madre". En ella, el autor muestra su pasmo ante el escándalo que ha causado el hecho de que, en la última asamblea de IU en Sevilla, Sánchez-Gordillo expresase su deseo de que la «Europa de los Mercaderes se vaya al coño de su puta madre». A mí me parece que así, a lo Sánchez-Gordillo está muy bien dicho y coincido con Arturo González en que «Los tacos y las expresiones burdas causan menos daño que las afirmaciones autoritarias de los elegantes y los mandatarios». En efecto, ofende, mucho más que la palabra, la idea.
Con todo, esta Puntada viene a colación no por su enjundia, sino porque, hacia el final de su penúltimo párrafo, puede leerse: «Tras cientos de años se ha conseguido que la blasfemia desaparezca del Código Penal, cuando todos estamos hartos de exclamar ¡ostias! si nos quemamos o acordarnos del Sumo Hacedor por tanta injusticia como reparte». Yo había iniciado esta entrada al blog pregonando la presencia inexcusable de las haches en las hostias, y me doy de bruces contra la desnudez de estas que aquí se exclaman con hartazgo. Si Arturo González no estuviese reclamando en su artículo la validez comunicacional de las expresiones groseras, pensaría que sus ostias son un eufemismo y no un error o una errata. De todos es sabido que las expresiones malsonantes tienden a desarrollar, a menudo por paronimia, variantes eufemísticas, de modo que podemos llegar a cagarnos en Dios o en diez, pedir que dejen de tocarnos los cojones o los cojines o maldecir a través de mil demonios o de mil diantres. En castellano, la voz ostia existe como variante de ostra, lo cual permite inferir que, así como exclamamos ¡ostras! en vez de ¡hostias!, bien podríamos también exclamar ¡ostias! en vez de ¡hostias!
No creo que esta razón se halle instalada en la mente de ningún hablante, por lo que la inferencia resulta, a pesar de su lógica, falaz. Hasta ahora, claro. En mi mente, ya se ha instalado, y pienso, en adelante, proferir tantas hostias como ostias —ya no ostras—, dependiendo de mi grado de indignación o del público habido ante mí. Y, así, en adelante, ante mis alumnos, la muletilla variará necesariamente: —¡Sin hache, por supuesto!—. Y a los pobrecillos les sobrevendrá el coñazo explicativo que aquí finalizo.
miércoles, 19 de junio de 2013
Tele(e)videncia
Tamaña sarta de dislates escupidos por una misma boca sobrepasaban con creces los límites de mi anonadada capacidad de comprensión, de modo que no tuve más remedio que sentenciar el absoluto, zafio y vulgar abandono intelectual desde el que manaban aquellos —por llamarlos de algún modo— pensamientos, augurando que, gracias a la existencia de obtusas mentes como aquella, no destinadas a cualquier cosa que no sea despensar, la longeva pervivencia de la telebasura era, más que una bien barruntada premonición, una inexorable realidad.
Adenda: "zafio" y "vulgar" son dos adjetivos con los que rendir homenaje a la acertada enmienda de la entrada telebasura en la próxima edición del DRAE.
lunes, 10 de junio de 2013
Amores gallináceos
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Dibujo extraído de la galería de Judson |
«Más vale pan con amor que gallina con dolor». Este es el único refrán que yo conozco en que el concepto abstracto del amor y el muy concreto de la gallina van de la mano. Sin embargo, recientemente, un alumno me ha puesto sobre aviso de una paremia —de reciente acuñación, se me antoja— que empieza a tener cierta difusión por la red y que halla exponencial cobijo en sitios recopilatorios de citas, frases, refranes... Se trata de la expresión «La mujer, en el amor, es como la gallina, que cuando muere el gallo a cualquier pollo se arrima». Sin duda, la tal expresión apenas aporta nueva significación en el microcosmos paremiológico, pues su moraleja viene a ser la misma que subyace tras el celebérrimo comparativo de superioridad: «Más puta que las gallinas». Nunca he acabado de comprender a qué viene la proverbial promiscuidad de la gallinácea hembra; pero, por lo visto, la hubo que incluso «aprendió a nadar para foll..., a los patos». Claro está que menos aún he entendido nunca el porqué de su también proverbial cobardía, siendo un animal que le pone tantos huevos al día a día.
En fin, pienso estar alerta —es un decir; ¡con lo desmemoriado que soy!— ante la evidente posibilidad de que el ingenio desvergonzado de la inventiva popular obre de manera impúdica y logre asentar en el idioma una variante picaruela de la susodicha paremia de reciente acuñación. Para ello, solo resultaría necesario un cambio en el morfema flexivo de género del sustantivo que tiene como referente semiótico al gallináceo más joven. Sin duda, el resultado sería obsceno; pero la inventiva popular lo es a menudo. Obsceno del carajo; en sus dos sentidos, coloquial y recto.
Y, ya puestos, la expresión resultante valdría como ejemplo inequívoco de que la recentísima costumbre de anular las terminaciones del masculino genérico sustituyendo el flexivo correspondiente por el símbolo —que no letra— de la arroba, por mucho que la diseñen las ínfulas de modernidad, no es sino un uso espurio. Veámoslo: «La mujer, en el amor, es como la gallina, que cuando muere el gallo a cualquier poll@ se arrima».
Antes de que se me escandalicen por la ordinariez, conviene recordar que en castellano, "polla" es, en primera acepción, la 'gallina nueva, medianamente crecida, que no pone huevos o que hace poco tiempo que ha empezado a ponerlos' y que "pollo" es el 'gallo o gallina joven' —según nos adelanta la vigésima tercia edición del DRAE—.
Por cierto, de lo susodicho, se infiere que solo cabe hablar de polla si esta está crecida.
En fin, va siendo hora de que deje de escribir..., antes de que el artículo se me vaya de las teclas.
En fin, pienso estar alerta —es un decir; ¡con lo desmemoriado que soy!— ante la evidente posibilidad de que el ingenio desvergonzado de la inventiva popular obre de manera impúdica y logre asentar en el idioma una variante picaruela de la susodicha paremia de reciente acuñación. Para ello, solo resultaría necesario un cambio en el morfema flexivo de género del sustantivo que tiene como referente semiótico al gallináceo más joven. Sin duda, el resultado sería obsceno; pero la inventiva popular lo es a menudo. Obsceno del carajo; en sus dos sentidos, coloquial y recto.
Y, ya puestos, la expresión resultante valdría como ejemplo inequívoco de que la recentísima costumbre de anular las terminaciones del masculino genérico sustituyendo el flexivo correspondiente por el símbolo —que no letra— de la arroba, por mucho que la diseñen las ínfulas de modernidad, no es sino un uso espurio. Veámoslo: «La mujer, en el amor, es como la gallina, que cuando muere el gallo a cualquier poll@ se arrima».
Antes de que se me escandalicen por la ordinariez, conviene recordar que en castellano, "polla" es, en primera acepción, la 'gallina nueva, medianamente crecida, que no pone huevos o que hace poco tiempo que ha empezado a ponerlos' y que "pollo" es el 'gallo o gallina joven' —según nos adelanta la vigésima tercia edición del DRAE—.
Por cierto, de lo susodicho, se infiere que solo cabe hablar de polla si esta está crecida.
En fin, va siendo hora de que deje de escribir..., antes de que el artículo se me vaya de las teclas.
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jueves, 23 de mayo de 2013
Autoestima
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Dibujo incluido en el cartel publicitario de la IV Carrera popular de las tres culturas (Ávila) |
El otro día, en una de las clases sobre teatro barroco que impartía a mis alumnos, el discurso se me fue yendo de la honra al honor y de ahí al orgullo. Y con ello, de la explicación docente, pasamos a lo que casi podríamos definir como tertulia.
Empezamos poniendo de manifiesto el hecho de que la honra, en términos de la España lopesca o calderoniana, nos queda ya muy lejana. Por un lado, conceptos como el de la limpieza de sangre o el de la castellanía vieja están obsoletos, pese a que en nuestra sociedad sigan vigentes, mutatis mutandis, el racismo y la discriminación cultural. Por otro lado, tras la liberación de la mujer y el relajo general de la contemporaneidad en nuestros comportamientos sexuales, las mancillas no son pan nuestro de cada día y la honra sin tacha preocupa poco o nada, en cualquier caso, mucho menos.
Como quiera que lo que puede suceder simplemente sea que, a la palabra honra, acaso el tiempo la haya barnizado con su indefinible pátina, conviene acudir al diccionario, donde la honra se define como 'estima y respeto de la dignidad propia'. El honor, en cambio, supone una cualidad moral que mucho tiene que ver con el cumplimiento de los deberes que uno mismo se impone. Es decir, la honra viaja con nosotros; el honor lo trabajamos. De ahí que tengamos, a mucha honra, demostrar ser dignos de algo haciendo honor a ello o que manifestemos aprecio o mostremos atención haciendo los honores. Damos nuestra palabra de honor, firmamos en el libro de honor, nos licenciamos con matrícula de honor, nos casamos acompañados de damas de honor y recibimos salvas de la guardia de honor —afortunadamente, ya no nos batimos en el campo de honor—.
En fin, al final de la clase, la conclusión de tanta disertación fuimos a encontrarla sobre la base de que todo en esta vida es cuestión de grados, de que nada es blanco o negro, sino perla o marengo. Porque ¿cuál es la diferencia significativa que nos permite distinguir el valor positivo de la autoestima —evítese decir siempre propia autoestima, por ser viciada expresión redundante— del valor negativo del orgullo, próximo al pecado de la vanidad y definido como exceso de estimación propia? Vuelvo: cuestión de grados. El límite inicial del exceso es el que marca la inflexión. Sin autoestima no somos sino peleles y pasto de depresiones. Con demasiada, nos endiosamos. Y el ser humano es un complejo taxón entre los muñecos de trapo y los dioses.
Como quiera que lo que puede suceder simplemente sea que, a la palabra honra, acaso el tiempo la haya barnizado con su indefinible pátina, conviene acudir al diccionario, donde la honra se define como 'estima y respeto de la dignidad propia'. El honor, en cambio, supone una cualidad moral que mucho tiene que ver con el cumplimiento de los deberes que uno mismo se impone. Es decir, la honra viaja con nosotros; el honor lo trabajamos. De ahí que tengamos, a mucha honra, demostrar ser dignos de algo haciendo honor a ello o que manifestemos aprecio o mostremos atención haciendo los honores. Damos nuestra palabra de honor, firmamos en el libro de honor, nos licenciamos con matrícula de honor, nos casamos acompañados de damas de honor y recibimos salvas de la guardia de honor —afortunadamente, ya no nos batimos en el campo de honor—.
En fin, al final de la clase, la conclusión de tanta disertación fuimos a encontrarla sobre la base de que todo en esta vida es cuestión de grados, de que nada es blanco o negro, sino perla o marengo. Porque ¿cuál es la diferencia significativa que nos permite distinguir el valor positivo de la autoestima —evítese decir siempre propia autoestima, por ser viciada expresión redundante— del valor negativo del orgullo, próximo al pecado de la vanidad y definido como exceso de estimación propia? Vuelvo: cuestión de grados. El límite inicial del exceso es el que marca la inflexión. Sin autoestima no somos sino peleles y pasto de depresiones. Con demasiada, nos endiosamos. Y el ser humano es un complejo taxón entre los muñecos de trapo y los dioses.
sábado, 18 de mayo de 2013
Rajoy, que estás en los cielos
En 1981, Pilar Miró nos mostró a una Mercedes Sampietro convertida en Andrea Soriano y a un Gary Cooper que estaba en los cielos. Estos días, la Interparlamentaria Popular nos ha mostrado, desde el parador nacional de Salamanca, a un Rajoy y unos acólitos correligionarios que están, asimismo, en los cielos. La diferencia, no obstante, estriba en que el cielo de Gary Cooper era directamente deudor de una profunda admiración humana; el de Rajoy y los suyos nos viene impuesto desde arriba.
En la Interparlamentaria, no solo las nubes son de cartón piedra; las personas que allí se han dado cita lo son también —y me quedo corto, pues el DRAE nos dice que, de cartón piedra, son las personas insensibles, aquellas que no sienten lo que causa dolor; pero los peperos, además, son causantes, son quienes nos lo infligen—.
Por otro lado, quienes, como yo, vivimos en un pueblo costero sabemos reconocer enseguida un cielo azul así, de blancos algodones: es el cielo surcado por el vuelo de la gaviota, el cielo desde el que el ave marina grazna y defeca, llenando de mierda las casas de las gentes humildes.
Por otro lado, quienes, como yo, vivimos en un pueblo costero sabemos reconocer enseguida un cielo azul así, de blancos algodones: es el cielo surcado por el vuelo de la gaviota, el cielo desde el que el ave marina grazna y defeca, llenando de mierda las casas de las gentes humildes.
sábado, 11 de mayo de 2013
lunes, 6 de mayo de 2013
Federalismo bicéfalo
He de reconocer que me siento un privilegiado al poder sentirme representado por la voz política de un político; en mi caso, Joan Herrera. Son estos que corren tiempos de falsedad política en los que difícilmente uno puede sentirse representado por voz ninguna. No obstante, voy a poner un par de peros, ciertamente menores, a lo que el coordinador nacional de ICV dijo no hace mucho en Els Matins de TV3.
Preguntado por la bicefalia Camats-Herrera, recién proclamada en el partido, al bueno de Joan, no se le ocurrió otra cosa que negarla. Entiendo que lo hiciese con el fin de vendernos la idea del dos, que, inevitablemente, se desprende del concepto de bicefalia: dos es, en esencia, un número más democrático que uno; dos piensan más que uno; dos suman y no restan... Lo que no debiese hacer Herrera —y voy, con ello, al primer pero— es dar a entender que la bicefalia es una disyuntiva dada entre opuestos. Bicéfalo es un adjetivo que no posee connotación peyorativa. De forma neutra, su único significado es el que hace referencia, muy a menudo en sentido figurado, a lo «que tiene dos cabezas». Dicho esto, es posible que el diputado de ICV no pretendiese en absoluto tergiversar la realidad y que, simplemente por desconocimiento, la bicefalia posea, en su idiolecto, un uso restringido de carácter peyorativo. Este tipo de errores es harto frecuente en los hablantes, quienes acabamos reduciendo los contextos posibles para una palabra a solo aquellos propios en nuestro uso lingüístico. Sin ir más lejos, no hace mucho una colega filóloga hubo de ponerme sobre aviso de que, cuando yo hablaba de grupúsculos, lo hacía, como la mayoría de hablantes, en la creencia inconsciente de que la voz poseía un matiz de sentido despectivo, cuando, en realidad, la limitación a su significado de «grupo poco numeroso de personas» es solamente el de la necesidad de intervención activa «frente a otro u otros grupos mucho mayores». En definitiva, volviendo al hilo de lo iniciado, ICV es un partido de coordinación bicéfala. Y es de desear que dos coordinen mejor que uno.
El segundo pero tiene que ver con este enjundioso retruécano que Herrera espetó durante la mencionada entrevista: «El federalismo es el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos». El pero no se debe al retruécano en sí, que es de chapó y, como dijo aquel ínclito torero en dos palabras, im presionante —de hecho, incluso lo he recabado para el web de figuras retóricas que andamos confeccionando este curso en 1.º de bachillerato—. Sucede, sin embargo, que la expresión no es suya; ya la habíamos oído en boca de Ferran Pedret —aunque desconozco si es él quien la acuñó— . Herrera obvió citar la fuente, lo cual es criticable, aunque se entiende fácilmente al recordar que Pedret es diputado del PSC en el Parlament de Catalunya. Yo no soy como el rey francés aquel al cual disgustaba sobremanera la presencia de retruécanos en los torneos de ingenio palaciegos. A mí, me complacen los que, como este, están tan bien traídos. Pero, claro, que ICV tire del argumentario federalista del PSC ya no me parece tan bien, pues el convencimiento federal de los sociatas se lo acaban de encontrar debajo de la alfombra histórica de su ideario como quien encuentra la suciedad bajo la alfombra, largamente olvidada allí.
El segundo pero tiene que ver con este enjundioso retruécano que Herrera espetó durante la mencionada entrevista: «El federalismo es el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos». El pero no se debe al retruécano en sí, que es de chapó y, como dijo aquel ínclito torero en dos palabras, im presionante —de hecho, incluso lo he recabado para el web de figuras retóricas que andamos confeccionando este curso en 1.º de bachillerato—. Sucede, sin embargo, que la expresión no es suya; ya la habíamos oído en boca de Ferran Pedret —aunque desconozco si es él quien la acuñó— . Herrera obvió citar la fuente, lo cual es criticable, aunque se entiende fácilmente al recordar que Pedret es diputado del PSC en el Parlament de Catalunya. Yo no soy como el rey francés aquel al cual disgustaba sobremanera la presencia de retruécanos en los torneos de ingenio palaciegos. A mí, me complacen los que, como este, están tan bien traídos. Pero, claro, que ICV tire del argumentario federalista del PSC ya no me parece tan bien, pues el convencimiento federal de los sociatas se lo acaban de encontrar debajo de la alfombra histórica de su ideario como quien encuentra la suciedad bajo la alfombra, largamente olvidada allí.
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miércoles, 1 de mayo de 2013
Pesimismo, optimismo, estoicismo
La vida es tristeza. Pero, a veces, estamos tan contentos que no logramos darnos cuenta de ello.
Claro que también pudiera suceder que la vida no fuese sino alegría y que, a menudo, estemos tan tristes que no seamos capaces de apercibirlo.
En definitiva, la vida es lo que es, a pesar de nosotros.
Todo lo cual, una vez enunciada la tautología, me recuerda el viejo dilema del vaso de agua medio vacío o medio lleno. Un dilema que, por otro lado, no es simple disyuntiva, pues, entre el enfoque pesimista y el optimista asoman otros posibles. Sin ir más lejos, cierto filosófico ornitorrinco me enseñó hace ya algún tiempo el enfoque que podríamos denominar positivista o científico, desde el cual se comprende que el vaso posee el doble de la capacidad estrictamente necesaria. Y, por supuesto, cabe también la postura casi estoica —no sé si más resignada que conciliadora— de quien piensa que un vaso medio vacío es también un vaso medio lleno. Al margen, dejo a aquellos puristas para quienes la cuestión no es ni siquiera tal, pues, en última instancia, el vaso está lleno al ciento por ciento: mitad de agua, mitad de aire.
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