jueves, 31 de diciembre de 2020
¡Calla, charnego!
martes, 3 de noviembre de 2020
Apunte etimológico y lexicográfico en torno al sándwich
Aprovechando que hoy se conmemora oficiosamente el Día Mundial del Sándwich, saquemos a colación alguna curiosidad acerca de la palabra que le da nombre.
La primera es relativa al nombre que recibe este tipo de bocadillo. En su forma actual, sándwich, es un calco por adaptación del inglés sandwich, sustantivo que los ingleses toman, como el mismo DLE nos refiere en su entrada correspondiente, del nobiliario título de John Montagu, quien fuese conde de Sandwich durante gran parte del siglo XVIII. Al parecer, la suerte del epónimo se debe al hecho de que el tal conde, jugador de cartas empedernido, no era amigo de perder tiempo de juego durante una buena partida para dedicarlo a pausas gastronómicas en las que saciar el apetito, de modo que se hacía traer a la mesa de juego unas rebanadas de pan entre las cuales habían sido colocadas unas tajadas de carne. Aunque parece ser que el invento no se le puede atribuir a él, lo cierto es que, al poco, el asunto había creado escuela, y preparar comida al modo del conde de Sandwich se acabó convirtiendo en una costumbre.
El primer diccionario de referencia en nuestro idioma que incluye una entrada para esta palabra es el Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, publicado en 1895 por el canario Elías Zerolo, el granadino Miguel de Toro y Gómez y el colombiano Emiliano Isaza. La definición que figuraba era la siguiente: «Palabra ingl. que significa pastel, y se compone de una delgada lonja de carne fiambre, colocada entre dos rebanadas de pan. En castellano se llama emparedado». Por su parte, la RAE no la recoge hasta la edición en 1927 de su Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, donde figura sin tilde y señalada mediante asterisco como xenismo: «(Voz inglesa; pronúnciase sángüich.) m. Emparedado, bocadillo, lonja de jamón o de fiambr[e] entre dos pedacitos de pan». El calco por adaptación no fue recogido por la academia hasta la edición del diccionario de 1989.
Como bien se observa, de una u otra forma, ambas obras lexicográficas destacan, en sus respectivas entradas, la preferencia por el sustantivo emparedado. En ese sentido, recuerdo que, durante los tiempos mozos de mi educación secundaria, los profesores acostumbraban a aleccionarnos con la monserga de que debíamos llamar al sándwich emparedado, por ser esta una palabra nacida del patrio genio idiomático. A ello, ha de añadirse el hecho de que las traducciones televisivas de aquel entonces parecían preferir también esta voz parasintética surgida de la primitiva pared. Efectivamente, emparedados y no sándwiches era lo que Pilón, el glotón amigo de Popeye, devoraba compulsivamente en cada escena, y emparedados eran también los que el oso Yogui y el bueno de Bubú solían hurtar de sus cestas de merienda a los turistas del parque Jellystone. En cualquier caso, nuestro mundo era decididamente de bocadillos; más concretamente, de bocatas. Y, para cuando el clásico de jamón de York y queso entre calientes rebanadas de pan de molde planchado quiso conquistar los estómagos de nuestra generación durante las noches de cena ligera, ya todos lo llamamos bikini (o mixto, más allá del Ebro).
Por cierto, el nombre bikini, aplicado a este sándwich, no se debe a ningún tipo de analogía con el bañador de dos piezas femenino: nada tiene que ver que incorpore dos ingredientes como relleno; nada, que se componga de una rebanada de pan de molde superior y otra inferior; nada, que suela servirse cortado en forma triangular... Se denomina bikini porque Bikini era el nombre de la famosa sala de baile barcelonesa donde se servía como bocadillo de la casa.
Con un epónimo, comenzábamos esta entrada, y, con un epónimo, la concluimos aquí. Porque la del bikini es ya otra historia.
viernes, 9 de octubre de 2020
Arroz y flores
Durante este mes de octubre, en Lloret de Mar, se están celebrando las XX Jornadas Gastronómicas del Arroz. Se trata de una atractiva apuesta culinaria que habitualmente acontece durante el mes de mayo, pero que, en este pandémico 2020 ha visto reubicada su cita con el turismo gastronómico a lo largo de todo este mes otoñal en que nos encontramos.
En total, son quince los restaurantes a los que se puede acudir para degustar unos suculentos menús, cuyo eje vertebrador siempre es, naturalmente, el arroz. El fin de semana pasado, mi mujer y yo pudimos disfrutar del que preparan en Il Pomodoro: un arroz caldoso de erizo de mar, rape y almejas, que estaba, literalmente, para mojar pan, lo cual, por supuesto, hicimos, sin que nos amedrentase la generosidad de las raciones. Y, ayer mismo, hicimos lo propio con otro caldoso: el de sepia y gamba que elaboran y sirven en el restaurante del aula de aplicación del Hotel Evenia Olympic Park los alumnos de los CFGM de hostelería del Institut Ramon Coll i Rodés. Fue precisamente aquí, donde recordé el apotegma confuciano con que da inicio este escrito y donde pensé que, de hallarse a la mesa el mismísimo Confucio, hubiese estado de acuerdo conmigo en que hay arroces que son también auténticas flores.
Fotografía superior: Carta de restaurantes participantes en las XX Jornadas Gastronómicas del Arroz.
Fotografía inferior: ArrozFotografía inferior: Arroz caldoso de sepia y gamba,de la hostelería del Institut Ramon Coll i Rodés, de Lloret de Mar.
domingo, 28 de junio de 2020
Alan Turing o la hipocresía social
Alan Turing murió en 1954 tras comer una manzana envenenada con cianuro. Hacía dos años que su brillante carrera profesional se había truncado tras haber sido juzgado y condenado por homosexual. Démonos cuenta de que no estamos hablando de tiempos pretéritos ni de regímenes dictatoriales represivos, estamos hablando de nuestra Europa contemporánea, de una Inglaterra democrática y modernizada de mediados del siglo XX, donde la sinrazón, no solo política o judicial, sino sobre todo social convirtió a un héroe de guerra en un apestado.
Hoy conmemoramos el Día del Orgullo LGTB en la creencia de que el amor ha de ser libre porque nos hace libres. Como vemos, no siempre ha sido así, y el hecho de que la efeméride tenga un sentido reivindicativo muestra a las claras que sigue sin ser del todo así. A estas alturas del escrito, ya habrá quedado claro, pero déjenme acabar diciendo que esta y no otra ha sido la razón de que sea hoy cuando publico esta entrada.
lunes, 4 de diciembre de 2017
Adiós, Paki
lunes, 9 de octubre de 2017
¡Póngase sereno y apunte bien; va a matar a un hombre!
Pues bien, ha sido al paso de este recuerdo que ha acudido a mi cabeza otra semejanza iconográfica, que paso a detallar.

A la izquierda, el famoso cuadro de Rembrandt, La lección de anatomía del doctor Tulp, obra que retrata a los miembros del gremio de cirujanos reunidos en una clase práctica de disección, costumbre habitual en aquellas fechas para demostrar la sabiduría de Dios al crear al hombre. Debajo de este párrafo, la famosa fotografía para evidenciar la muerte del Che que los militares colombianos encargaron a Freddy Alborta. La semejanza es evidente hasta en algunos detalles: el doctor Tulp con su sombrero, reflejo de su cargo, mostrando una parte del cadáver con su mano derecha tiene su equivalente en el oficial boliviano con sus medallas y galones —le faltan las pinzas, claro—; ni el doctor ni sus siete estudiantes miran al espectador, como ninguno de los ocho militares mira a la cámara. Ahora bien, con las expresiones de sorpresa, atención o entusiasmo, Rembrandt logra subrayar la naturalidad de la escena que pinta; en la fotografía, sin embargo, parece que no hay sino apatía e indolencia en los rostros. Paradójicamente, la única mirada que se dirige al objetivo es la del cadáver, y el espectador tiende así, de forma natural, a identificarse con él —un efecto, sin duda, contrario al que pretendieran los militares al encargar el testimonio gráfico—. Inevitablemente, entonces, uno piensa: «yo también prefiero morir de pie, a vivir arrodillado».
Muchas son las obras de indudable valor artístico que tienen como referencia a Ernesto Che Guevara. Quisiera no despedir este escrito sin mencionar siquiera un par de fragmentos de sendas canciones que a menudo me acompañan:
Y, ya puestos, he aquí otra analogía: la habida entre una de las escasas imágenes en color que existen del cadáver del Che y el famoso cuadro de Mantegna, El Cristo muerto:
ADENDAS: Me he decidido a rescatar, del deterioro que causan el abandono y el olvido, algunas entradas subidas en su día al antiguo blog de A contraluz. A menudo, los refritos habrán de sufrir modificaciones, bien para adecuarlos al presente, bien para recuperar enlaces truncados o imágenes perdidas. Tal es el caso de esta entrada.
Concluido el artículo en su día, supe que mi original analogía no era tal, sino poco menos que trillado asunto, en el que, por supuesto, tenía propósito de ahondar. El escritor inglés John Berger ya había comparado —y otros lo hicieron tras él— la fotografía de Alborta y el cuadro de Rembrandt. Incluso un argentino afincado en Nueva York, Leandro Katz, había realizado un documental sobre Freddy Alborta y su famosa fotografía, en el cual, según fuentes consultadas, se menciona la analogía. De momento, no he podido conseguir el documental.
jueves, 3 de agosto de 2017
La extraña no violencia
jueves, 5 de enero de 2017
La cabalgata vigitana
Ayer fui al cine a satisfacer mi desmesurada cinefilia galáctica viendo Rogue One, el paraepisodio de la saga Star Wars. Como cabía esperar, disfruté de la película. Y, hasta aquí, la crítica cinematográfica de esta entrada. Lo que me interesa destacar de la sesión de ayer es uno de esos tantísimos anuncios que, en la actualidad, preceden a la proyección de los grandes estrenos de la temporada; se trata del anuncio íntegro de Campofrío en su campaña navideña Hijos del entendimiento, en el cual se nos presenta a una serie de parejas sentimentales cuyos miembros antagónicos imponen en sus vidas la comprensión por encima de la intolerancia. Un podemita y una pepera; un antitaurino y una taurina; una creyente y un ateo...; un independentista catalán y una españolista convencida son los matrimonios que el espectador reconoce como reales y no ficticios.
Claro que, a esta línea de ataque, se opone otra de defensa en consonancia con lo que viene siendo la tónica del debate político en nuestro país, es decir, el "y tú qué" o "y tú más". Es entonces cuando, tirando desacertadamente de ironía, vemos aulas llenas de niños con banderas españolas o vemos a la Leti rodeada asimismo de numerosos niños con banderas españolas. ¿Qué esperamos que lleven?, ¿las del Reino de Lesoto, tal vez?, ¿las del de Bután, acaso? Lo cierto es que este tipo de contraargumento podría resultar acertado si la intención de quien lo arguye es la de equiparar dos normalidades; sin embargo, mucho me temo que lo que subyace sea algo así como "pues para adoctrinamiento, el vuestro", lo cual, si mucho no me equivoco, es tanto como conceder al otro parte de razón en su crítica. Un hecho que sustenta mi temor es que, en ciertas fotografías, la bandera que muestran los pequeños es la preconstitucional —¿por qué seguiremos denominando así, de manera tan laxa, a la que claramente es fascista, dictatorial, antidemocrática...?—. Otras analogías con algo más de acierto, pero igualmente concesivas a mi entender, pasan por ofrecer imágenes que asocian a los niños con las armas en ciertos encuentros con el ejército. He visto incluso la referencia a una cabalgata de Reyes a cargo de la Legión.
No obstante, la más contundente de las comparaciones es la que me ha hecho llegar en un wasap uno de mis amigos de toda la vida a quienes tanto quiero. Se trata de una imagen en la que un niño acaba de recoger de una cabalgata de Reyes unos caramelos en cuyo envoltorio cerúleo se leen las enormes siglas del Partido Popular. Y me parece de mayor acierto que el resto, en primer lugar, porque la carga ideológica no es de identificación patriótica con una u otra bandera, sino de color político; y en segundo lugar, porque la "doctrina" viene de la organización, no de los asistentes.
Seamos sinceros, si uno es españolista o independentista, monárquico o republicano, merengue o culé..., la camiseta con que vista a su hijo, la gorra con que cubra su cabeza o la banderita que le ponga en la mano llevarán los colores correspondientes a la propia filiación. Y salvo que mediante presión se le niegue al hijo en algún momento de su vida el derecho a elegir, lo que estaremos haciendo no será manipularlo, sino educarlo.
Serenemos un poco el ánimo y pensemos cuál puede ser el motivo de la discordia, porque —sigamos siendo sinceros— lo de la cabalgata es la enésima y no última excusa que nos buscaremos para escupirnos a la cara los respectivos sentimientos nacionalistas. Yo creo que todo se resume en el hecho de que TV3 va a retransmitir la cabalgata. Hace ya casi un lustro que los vigitanos —quienes quieren; quienes no, no— guían a SS. MM. hasta sus casas con farolillos estelados. Pero, claro, la trascendencia de tal costumbre reciente es limitada; sin embargo, si la televisión pública catalana lo difunde al conjunto de la sociedad, el eco se multiplica enormemente. Acaso la discusión debería ser esta, la de si la decisión de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals es acertada; esto es, si es o no neutra, objetiva, considerando que el año de la emisión es este 2017 en que se ha fechado un posible inicio de desconexión estatal. Quizá por aquí, encontraremos la tibieza con la que un orador de lengua y pensamiento afilados como Rufián habla del asunto, llegando a conceder que ello le «chirría» y que él «no lo haría».
En fin, ideologías al margen, en última instancia, a mí, lo que no deja de sorprenderme es que, en todo este asunto de los Reyes Magos, el problema sea la estrella.
domingo, 13 de noviembre de 2016
Adiós a Cohen
miércoles, 26 de octubre de 2016
Inasistencia colectiva
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Estudiante de secundaria en clara actitud reivindicativa durante la jornada de huelga de hoy, a la que se ha adherido. Por supuesto.
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domingo, 23 de octubre de 2016
Cuestión de aspectos
lunes, 17 de octubre de 2016
La respuesta está en el viento
Como profesor de literatura que soy, no necesito ser convencido de que las letras de canciones poseen carácter literario —no todas, claro—. Hace ya algunos milenios que la poesía nació bajo el embrujo de la música, hecho que ha ido perpetuándose a través de los tiempos y renaciendo con cada eclosión de una nueva lengua. Nadie duda, por ejemplo, de que las primeras manifestaciones artísticas, esto es, literarias, de las lenguas romances —castellano, catalán, gallego, francés...— fueron en forma de canciones que, efectivamente, se cantaban ante cualquier oportunidad que la vida brindase: fiestas, ceremonias, trabajo... Es más, todavía hoy, perdida ya la melodía, la única diferencia sustantiva entre la prosa y el verso radica en el marcado ritmo de este frente a aquella.
Por otro lado, he de admitir que, entre mis poemas favoritos, se encuentran letras de canciones de Serrat, de Llach, de Sabina, de Cohen..., de Dylan. Más aún, no mentiría mucho si dijese que difícilmente puede encontrarse mayor tristeza artística en el amor que la expresada en la letra de cualquier bolero, o mayor desgarro pasional que el contenido en la letra de cualquier tango. Escuchando un tango, uno puede llegar a querer abrir lentamente sus venas para verter toda la sangre a pies de la mujer amada. Y morir después.
Con todo, suelo tener la sensación de que, desprovistas de música, desnudas blanco sobre negro, las letras de las canciones se resienten, flaquean; y ello es algo que, contrariamente, no me ha sucedido nunca con poemas musicados. Pienso por ejemplo en el Machado o en el Miguel Hernández de Serrat, nunca devaluados y cuyos poemas aprendí cantándolos en silencio mientras sonaban por la megafonía de aquel lejano colegio de primaria al formar filas en el patio para acceder ordenadamente a las aulas. Recientemente, gracias a Lourdes Domènech, he leído un artículo de Daniel Gascón en el que se hace referencia a cierto episodio de la película Annie Hall; en él, el personaje de Woody Allen —quien, en este ejemplo, viene a ser trasunto mío— escucha cómo una entusiasta recitadora —quien viene a ser trasunto de la Academia Sueca— declama unos versos de “Just Like a Woman” que, a él, le resultan banales sin la música. Y, como bien apunta el periodista: «Esto no es un demérito sino un indicio obvio» de que lo que Dylan hace son canciones.
Hay siempre un poco o un mucho de hipérbole en alabanzas como la que el poeta Henderson dedicó a la canción "Like a rolling stone" al decir que, más que canción, era toda una epopeya. O como la que otro poeta, Nicanor Parra, apuntó al asegurar que apenas tres versos de "Tombstone Blues" son suficientes para merecer el Nobel. Evidentemente, no estoy de acuerdo en que ello defina la calidad del cantante o de su obra, pues se trata más de entusiasmo que de crítica objetiva. Pero acaso ni el mismísimo Dylan estará de acuerdo, si hemos de dar crédito a su legendaria renuncia a ser denominado poeta.
jueves, 5 de mayo de 2016
En el lado positivo
En cierto momento de la visita, Lucía, una exalumna mía de hace más de un lustro, ahora universitaria de tercer año —espero; entonces lo era de segundo—, se acercó a saludarme, y ese momento de corporeidad me permitió rescatarla de la indefinición de mi memoria. Algunos de mis tutorizados, a quienes acompañaba en aquel instante, asistieron al reencuentro con curiosidad, e, inevitablemente, acabé preguntándome por a cuántos de ellos acabará la vida alejando lo suficiente como para que los engullan el tiempo y el desagradecido olvido. Lo ignoro, claro; aunque, tal como anda de maltrecha mi aristotélica potencia anímica, mucho me temo que hayan de ser demasiados. También ignoro, obviamente, de cuántos acabaré no formando parte en sus memorias. En fin, supongo que lo deseable es que, si en alguna persisto, sea en el lado positivo.
lunes, 21 de marzo de 2016
Primavera y poesía
Celebremos el advenimiento con el viejo requiebro becqueriano:
¿Qué es poesía? Dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¿Qué es poesía...? ¿Y tú me lo preguntas?
¡Poesía... eres tú!